Adelante

José María Gay de Liébana
Yayo Herrero

Fragmento

adelante-2

Fue como una película. Entrábamos en el segundo mes de este 2020 cuando empezamos a hablar de un virus en China. Era algo lejano. Hablábamos de virus e infortunios que les pasaban a otros; a sociedades y países que, de una u otra manera, tendemos a mirar por encima del hombro, desde la elaborada Europa. Y, de pronto, todo cambió. Sobrevino de golpe. Apenas unas semanas después, ya en marzo, contemplamos con dolor y estupefacción que nuestros centros de ocio se convertían en improvisadas morgues para enterrar a aquellos novecientos muertos diarios que alcanzamos a tener. Eran los primeros y trágicos días de la enorme desgracia que hemos vivido.

Nos confinaron. Nos confinamos y tuvimos miedo. Miedo de que nuestro mundo, por el que caminábamos con seguridad, se nos viniera abajo. Abrimos ventanas y balcones y nos miramos con sorpresa. A los pocos días, como expresión espontánea, amparadora solidaridad, empezamos a aplaudir a nuestros sanitarios. A los que nos cuidaban, que allí estaban jugándose la vida. Vimos a vecinos que ni siquiera conocíamos. Compartimos nuestro miedo y nuestra inseguridad, buscando en la unión de unos y otros la esperanza y el consuelo. Hicimos lo que siempre hizo la humanidad: cooperar. Es decir, poner en marcha los resortes sociales.

Y desde entonces han pasado muchas cosas, tan nuevas y tan imprevistas. Ahora volvemos a la calle. Lo hacemos todavía con miedo, con medio rostro oculto y teniendo que aprender a expresarnos solo con los ojos. Sin embargo, nos sabemos varados, desconcertados, sin proyectos.

Sentimos que queremos romper nuestra parálisis, nuestro aturdimiento. Necesitamos ideas. Anhelamos, expectantes, vislumbrar un futuro superador, distinto. Y de ahí surge la necesidad de este libro. Quiere ser un toque de estímulo, un poco de aliento para que volvamos a ser conscientes de nuestros proyectos, del futuro que teníamos en nuestra mano, para que seamos capaces otra vez de llenarnos de energía. Ayuda a que de nuevo sepamos que pende sobre nuestra responsabilidad conseguir un mundo mejor, menos desigual y más justo para todos. Para que seamos capaces de superar, de levantarnos, tras los infortunios, las catástrofes o las pandemias.

Observo, no sé si estoy en lo cierto, que en las voces que concurren en este libro coral hay en primer lugar una sana ansiedad por ofrecer experiencias, reflexiones y propuestas no solo planteadas ante esta especial coyuntura de la pandemia. Parecen estar acuñadas en el transcurrir de las distintas trayectorias profesionales que han conformado la voz y el pensamiento de los autores. Son, se podría decir, el poso de esas trayectorias.

Esa constatación me lleva a otra reflexión en el marco de lo que ahora, que he dejado la política activa, cada vez me interesa más: las carencias políticas de nuestra sociedad y la insuficiencia de engranajes para la fácil aportación a los políticos de nuestra rica y elaborada sociedad civil. Probablemente nuestra sociedad, la sociedad española, la de antes y la de ahora, adolece, y mucho, de comunicación con la clase política. Cuando en las reflexiones de unos y otros veo hasta programas políticos constato esa enorme necesidad de opinar, que encierra a veces la amargura de no ser escuchados, de ser ninguneados.

Nuestra sociedad carece de debates públicos sobre nuestros problemas sociales, sobre nuestra realidad. Faltan debates profundos, sosegados y tranquilos sobre cómo mejorar la economía, la justicia, la ecología, la cultura, la sanidad o la educación. El buen debate es esa necesaria y enriquecedora actividad social. La hemos sustituido por la bronca tabernaria, en la que se han acomodado el sectarismo y el maximalismo de una mal entendida y simplista confrontación política.

De ahí que en este libro coral aparezca con nitidez ese tan intenso como necesario deseo ciudadano de actuar en política. De actuar más allá del voto, igualmente necesario pero no suficiente. De actuar precisamente por medio de lo que es la esencia de la democracia: las ideas, la escucha, el análisis, la valoración y también la respuesta.

Quizás por esto gran parte de las ofertas que se pueden desprender de estas voces vayan a veces más a lo general que a ese conjunto de medidas concretas, no solo defensivas, que en todo caso exige el imprescindible despertar del batacazo, para comenzar a reactivar cuanto antes.

Parece, pues, que deberíamos entender este libro como un portfolio con dos grandes aproximaciones: lo que hay que hacer de inmediato, hoy mismo, mañana mejor que pasado; y lo que habrá que diseñar para un futuro más a largo plazo.

Pero no hay que olvidar que ambos conjuntos proposicionales tienen una indiscutible relación. Lo que hagamos hoy tiene que servir para el futuro o al menos no imposibilitarlo.

Me parece especialmente esclarecedora la propuesta que dibuja la pedagoga Ainara Zubillaga. La escuela, nos dice, no es el aula. Se reclama, sí, la educación presencial. Pero eso no significa, advierte, mantener las aulas como las hemos conocido: pupitres, encerados, atril de profesor (para reforzar su autoridad, como reclamara E. Aguirre). Ese mantenimiento, que empieza a no ser posible por las propias exigencias de prevención ante la pandemia, nos abre la oportunidad para superar esa concepción. Tendríamos que haberlo hecho antes. Surge ahora en esa doble faceta que encierran las crisis. Hay que, y cabe plantearse, diseñar una nueva forma de enseñar. Pero esa forma de enseñar no puede quebrantar las bases sólidas de lo que significan la escuela y la escolarización. Estas comportan igualdad social. ¡Para cuántos niños y niñas la escuela no es solo un almuerzo digno! Es también, y sobre todo, el acceso a los más elementales medios educativos. Es el medio propio del desarrollo de los niños y niñas. Trasladar el aula y el encerado a la pantalla del ordenador de nuestras casas sería un error inmenso.

Hay que diseñar nuevas formas de crear escuela a base de construir, desde cada centro, maneras diferentes de enseñar y, sobre todo, de aprender.

Niños, niñas y adolescentes han vivido una experiencia única. Han visto y vivido una catástrofe mundial en directo, no en la televisión ni en el cine. Pero además ello lo han vivido intensamente junto a su familia más nuclear, padres, madres y hermanos. Compartir penas y alegrías es también enseñanza. ¿Cómo sumar lo exterior y lo interior? ¿Cómo diseñar una escuela sin aula pero con los valores que la acompañan? Todo un reto fascinante.

Esto es tarea de ahora. Es tarea inaplazable. Dice la autora que las escuelas tienen que diseñar nuevos mapas con los itinerarios que deben recorrer. Mapas en educación, con las necesarias medidas que no podemos retardar en aplicar, pero que también muestren el camino a su reconsideración a futuro.

El mapa es un buen símil, dice Ainara. Los «mapas» pueden ser una herramienta metodológica útil para diseñar las medidas urgentes que nos apremian en el marco de una visión de luces largas. «Mapas» en la economía, en la sanidad, en la justicia, en la cultura y, claro, también y muy destacadamente, en la política, entendida esta en su acepción más amplia.

Por ejemplo, necesitamos un mapa urgente sobre el transporte público, pero sin perder la visión de largo plazo. El COVID ha alertado respecto al transporte público. Por definición, los transportes públicos implican aglomeración y es precisamente la aglomeración lo que las políticas de prevención nos recomienda

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos