¿Ya es mañana?

Ivan Krastev

Fragmento

El cisne gris

El cisne gris

Supongo que nos ha pasado a todos en algún momento. De pronto, nos ha parecido estar viviendo una de esas distopías tan arraigadas en el imaginario popular. Nos hemos sentido, tal vez, como si nos vigilara una especie de Gran Hermano o nos rodeara una suerte de Matrix.

En marzo de 2020, un día cualquiera de la segunda semana de mi confinamiento por la COVID-19, un amigo me envió un correo electrónico con un divertido diagrama de Venn. Tenía doce círculos superpuestos y cada uno de ellos representaba una distopía popular. Estaban todas las famosas: 1984, Un mundo feliz, El cuento de la criada, La naranja mecánica y El señor de las moscas. En la pequeña franja en la que coincidían todas, decía: «Usted está aquí».Y ahí estamos, efectivamente,en el centro de todas esas pesadillas. «En mitad del camino de la vida —escribió Dante en La divina comedia—, me hallé en medio de una selva oscura, después de dar mi senda por perdida.»

«Lo primero que la peste trajo a nuestra ciudad fue el exilio», apunta el narrador de La peste, de Camus. Hoy tenemos una idea bastante exacta de a qué se refería. Una sociedad en cuarentena es literalmente una «sociedad cerrada». La gente deja de trabajar, de reunirse con amigos y parientes o de ir en coche y pone su vida en suspenso.

Lo único que no podemos dejar de hacer es hablar del virus que amenaza con cambiar nuestro mundo para siempre. Estamos presos en nuestros hogares, acorralados por el miedo, el aburrimiento y la paranoia. Algunos gobiernos benévolos (y otros no tanto) vigilan de cerca a dónde vamos y con quién nos reunimos, decididos a protegernos tanto de nuestra imprudencia como de la de nuestros conciudadanos. Los paseos por el parque sin autorización pueden acabar en multas y hasta penas de cárcel, y el contacto con otras personas se convierte en una amenaza para la propia existencia. El roce accidental con los demás equivale a una traición. Como observó Camus, la peste anuló la «singularidad de la vida de cada persona» al aumentar la conciencia de la propia vulnerabilidad y la impotencia para planificar el futuro.[1] Tras una epidemia, todos los que permanecen con vida son supervivientes.

Pero ¿cuánto tiempo durará el recuerdo de este experimento social sin precedentes? ¿Es posible que dentro de unos años lo recordemos como una especie de alucinación colectiva provocada por «una escasez de espacio compensada por un exceso de tiempo», como describió en cierta ocasión el poeta Joseph Brodsky la vida de un prisionero?

La pandemia de COVID-19 ha resultado ser un clásico «suceso cisne gris», es decir, un acontecimiento altamente probable y con capacidad para poner el mundo patas arriba, que, sin embargo, ha generado una gran sorpresa cuando se ha producido. En 2004, el Consejo Nacional de Inteligencia de Estados Unidos vaticinaba que «es simple cuestión de tiempo que aparezca una nueva pandemia parecida al virus de la gripe de 1918-1919 que acabó con la vida de veinte millones de personas en todo el mundo», y avisaba también de que un episodio de esas magnitudes podía «acabar con los viajes y el comercio mundial durante un tiempo prolongado, obligando a los gobiernos a invertir una gran cantidad de recursos en evitar el colapso de sus sistemas sanitarios».[2] En una charla de TED de 2015, Bill Gates no solo predijo una epidemia mundial causada por un virus altamente infeccioso, sino que advirtió de que no estábamos preparados para enfrentarnos a ella. Hollywood nos ha mostrado a su vez sus propias «advertencias» con éxitos de taquilla. No es casual que no haya cisnes grises en El lago de los cisnes; los «cisnes grises» son el ejemplo de algo predecible e impensable a la vez.

A pesar de que las grandes epidemias no son en realidad episodios tan raros, por algún motivo su llegada siempre nos sorprende. Obligan a nuestro mundo a empezar de cero como ocurre con las guerras o las revoluciones, pero por alguna razón no permanecen, como estas, en nuestra memoria colectiva.En su maravilloso libro El jinete pálido, la divulgadora científica británica Laura Spinney nos muestra cómo la gripe española fue la mayor tragedia del siglo xx, por mucho que en la actualidad haya caído prácticamente en el olvido. Hace un siglo, la pandemia infectó a un tercio de la población mundial, la abrumadora cifra de quinientos millones de personas. Entre el primer caso registrado, el 4 de marzo de 1918, y el último, de marzo de 1920, la pandemia acabó con la vida de entre cincuenta y cien millones de personas. Si se mide en términos de pérdida de vidas debidas a una sola causa, la gripe española superó tanto a la Primera Guerra Mundial (diecisiete millones de muertos) como a la Segunda (sesenta millones de muertos). Es posible que matara tantas personas como las dos guerras juntas. Y sin embargo, como señala Spinney: «Cuando se pregunta cuál fue el mayor desastre del siglo xx, casi nadie responde la gripe española».[3] De forma incluso más sorprendente, los propios historiadores parecen haber olvidado la epidemia. En 2017 había registrados en WorldCat —el mayor catálogo bibliográfico del mundo— unos ochenta mil libros sobre la Primera Guerra Mundial (en más de cuarenta idiomas) y apenas cuatrocientos sobre la gripe española (en cinco). ¿Cómo es posible que una epidemia que mató al menos cinco veces más gente que la Primera Guerra Mundial haya producido doscientas veces menos libros? ¿Por qué recordamos las guerras y las revoluciones, pero olvidamos las pandemias, a pesar de la forma tan radical en la que han cambiado nuestras economías, políticas, sociedades y arquitecturas urbanas?

Spinney cree que uno de los motivos fundamentales reside en que es más fácil contabilizar los muertos por las balas que los muertos por un virus, y la actual controversia sobre la tasa de mortalidad de la COVID-19 parece darle la razón. El otro motivo, más fundamental incluso, es que no es fácil convertir una pandemia en una buena historia. En 2015, los psicólogos Henry Roediger y Magdalena Abel de la Universidad de Washington en Missouri apuntaron que la gente tiende a recordar solo «unos pocos episodios destacados» de cualquier situación, más en concreto los «que se refieren a las situaciones de inicio, nudo y desenlace».[4] Sería francamente difícil relatar la historia de la gripe española (o de cualquier otra gran epidemia, si vamos al caso) con ese tipo de estructura narrativa. Las epidemias se parecen a los huérfanos en el sentido de que jamás podemos estar totalmente seguros de sus orígenes, pero también a las series de Netflix, porque el final de cada temporada no es más que un mero descanso antes de pasar a la siguiente. La diferencia entre una epidemia y una guerra es como la que existe entre cierta literatura modernista y la novela clásica: no hay un argumento claro en las primeras.

Puede que nuestra incapacidad para recordar las epidemias, o tal vez sea nuestro rechazo a ellas, tenga algo que ver con la aversión general que sentimos hacia la muerte

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos