Sin palabras

Mark Thompson

Fragmento

 Sin palabras

Índice

Sin palabras

1. Sin habla

2. Labia y soltura

3. Ya estamos otra vez

4. Spin y contraspin

5. ¿Por qué me miente este cabrón mentiroso?

6. Un debate insalubre

7. Cómo arreglar un lenguaje público roto

8. Frases que venden

9. Lancémoslo a las llamas

10. Guerra

11. La abolición del lenguaje público

12. Keep Calm and Don’t Carry On

Últimas consideraciones y agradecimientos

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Sobre Mark Thompson

Créditos

Notas

cap

Para Jane

cap-1

1

Sin habla

No retrocedáis. Mejor, ¡RECARGAD!

SARAH L. PALIN,
Twitter, 23 de marzo de 2010[1]

El lenguaje importa. Las palabras no cuestan nada, y cualquier político, periodista o ciudadano de a pie posee una reserva ilimitada de ellas. Sin embargo, hay días en que unas pocas palabras bien elegidas adquieren una importancia crucial, y el orador que las halla decide el curso de los acontecimientos. Con tiempo, los líderes, comentaristas y activistas dotados de empatía y elocuencia pueden emplear las palabras para no solo explotar la opinión pública, sino moldearla. ¿El resultado? Paz, prosperidad, progreso, desigualdad, prejuicios, persecuciones, guerra. El lenguaje importa.

No se trata de ninguna novedad; por algo hace miles de años que se estudia, enseña y debate el lenguaje y la oratoria. Pero nunca antes se habían distribuido las palabras con tal alcance y con tanta inmediatez. Surcan el espacio virtual con un retraso infinitesimal. Un político puede sembrar una idea en diez millones de mentes antes de bajar del estrado. Una imagen con un autor y un significado compuesto de forma meditada —un avión que se estrella contra un rascacielos, sin ir más lejos— puede llegar a espectadores de todo el mundo con una instantaneidad que ya no conoce límites mecánicos o geográficos. Hubo un tiempo, no demasiado lejano en la historia de la humanidad, en que solo habríamos oído un rumor, o leído una noticia al respecto, días o incluso semanas después. Hoy en día todos somos testigos, parte de un público que observa y escucha en tiempo real.

Ahora. Está pasando ahora. Lo está diciendo ahora. Estás colgando tu comentario ahora. Estoy respondiendo ahora. Escúchame. Mírame. Ahora.

Vemos nuestra época como la era de la información digital, y lo es, pero a veces olvidamos cuánta de esa información se transmite en un lenguaje humano que realiza la misma función que ha llevado a cabo en todas las sociedades humanas: avisar, asustar, explicar, engañar, enfurecer, inspirar y, sobre todo, convencer.

Así pues, esta es también la era del lenguaje. Aún más: estamos viviendo una transformación del lenguaje sin precedentes, que todavía no está terminada ni decidida. Y aun así, cuando reflexionamos y debatimos sobre el estado actual de la política y los medios de comunicación —sobre cómo se estudian las políticas y los valores y se toman las decisiones— tendemos a mencionarlo solo de pasada, como si nos interesara solo en la medida en que puede ayudarnos a entender otro tema, algo más fundamental. Este libro sostiene que el lenguaje público —el lenguaje que usamos al hablar de política, al argumentar en un tribunal o al intentar convencer a alguien de cualquier tema en un contexto público— merece un estudio detenido por sí mismo. La retórica, el estudio de la teoría y la práctica del lenguaje público, antaño se consideraba la reina de las humanidades. En la actualidad languidece en un digno anonimato. Pienso defender su derecho al trono.

Tenemos una ventaja sobre las generaciones anteriores de estudiosos de la retórica. Que se puedan hacer búsquedas electrónicas en los medios de comunicación modernos y que sean indelebles significa que nunca ha sido tan fácil seguir el rastro de la evolución de las palabras y declaraciones concretas con las que se constituye una oratoria particular. Cual epidemiólogos tras la pista de un nuevo virus, podemos retroceder en el tiempo y remontar el recorrido de una muestra influyente de lenguaje público empezando por su fase pandémica, cuando está en todas las bocas y pantallas, pasando por su desarrollo, primero tardío y luego temprano, hasta llegar por fin a la singularidad: el momento y lugar precisos en los que fue alumbrada.

El 16 de julio de 2009, la doctora Betsy McCaughey, exvicegobernadora del estado de Nueva York, intervino en el programa de radio de Fred Thompson para dar su opinión sobre el asunto político más candente de aquel verano: el polémico plan del presidente Barack Obama para reformar el sistema sanitario estadounidense y extender la cobertura a decenas de millones de ciudadanos que antes carecían de seguro.

Fred Thompson, quien murió en el otoño de 2015, era un conservador pintoresco, cuya gravedad adusta y carrilluda le había catapultado desde una próspera carrera como abogado hasta el Senado de Estados Unidos, por no hablar de sus diversas temporadas de éxito como actor de carácter en Hollywood. Después de su paso por el Senado, presentó un programa de radio con llamadas del público, y en 2009 el suyo era uno de los incontables altavoces mediáticos conservadores en los que se diseccionaba y criticaba el Obamacare.

No había persona más indicada que Betsy McCaughey para ese cometido. Historiadora y con un doctorado por la Universidad de Columbia (que le daba derecho a utilizar el tratamiento de doctora, de sonoridad tan médica), había escalado, gracias solo a su inteligencia, desde unos orígenes humildes en Pittsburgh hasta convertirse en un personaje público importante de la derecha estadounidense. Además, se la consideraba una especialista en sanidad pública. Había sido forense, y una crítica feroz de la fallida reforma sanitaria de Clinton con la que los demócratas habían intentado cambiar el sistema en la década de 1990. El Obamacare, por supuesto, era un programa muy diferente; tanto, que algunos de sus principios fundamentales habían sido desarrollados y hasta puestos en práctica por republicanos. El proyecto guardaba un parecido especialmente incómodo con las reformas sanitarias que había aplicado el republicano Mitt Romney cuando era gobernador de Massachusetts. Por las fechas en que se emitió la entrevista radiofónica de McCaughey, ya se estaba señalando a Romney como posible candidato a enfrentarse a Barack Obama en las presidenciales de 2012.

Pero Betsy McCaughey era demasiado franca y tenía un compromiso ideo

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