Putin y la extrema derecha europea (Colección Endebate)

Juan Carlos Castillón

Fragmento

cap-2

1. Putin y la extrema derecha

Desde hace ya algunos años, cualquiera que frecuente los foros y las páginas web del nacionalismo radical habrá constatado la aparición de una creciente admiración entre sus filas hacia Vladimir Putin. No hablamos de grupos marginales anclados en el pasado, ni de cabezas rapadas o neonazis que viven en un dudoso contacto con el mundo real, sino de partidos políticos que pese a su radicalismo disfrutan de representación parlamentaria en sus países o en Bruselas. Algunos de estos grupos tienen orígenes que los ponen en contacto con el fascismo histórico, otros son organizaciones populistas de aparición reciente. La prensa suele incluirlos, a pesar de sus diferencias ideológicas, bajo las etiquetas de extrema derecha o fascista. No todos los son y por ello a lo largo de estas páginas emplearemos el término «fascista» o «neofascista» con cuidado, aplicándolo sólo a aquellos grupos que reproducen la ideología y el sistema organizativo del fascismo de entreguerras —Jobbik en Hungría, Amanecer Dorado en Grecia, y algunos grupos italianos continuadores del Movimiento Social Italiano, o MSI—, para referirnos al resto de los grupos como «extrema derecha».

2. En busca del Hombre Providencial: de Reagan a Putin

En 1973, Ordre Nouveau, un grupo francés que coqueteaba con el fascismo sin declararse abiertamente fascista, decidió que había llegado la hora de crecer y desarrollar políticas más adultas. Para ello sus líderes de aquel momento, el periodista François Brigneau, el profesor François Duprat y el agitador universitario Alain Robert, decidieron crear un frente electoral que atrajese como candidatos a dirigentes moderados procedentes de otros grupos de derechas, ni siquiera necesariamente nacionalistas, que les diesen respetabilidad. La mayor parte de esos dirigentes rechazaron asociarse con una agrupación juvenil que aparecía más a menudo en las páginas de sucesos que en la crónica política. Un líder sin grupo, Jean-Marie Le Pen, en su día el diputado más joven de Francia, aceptó el cargo de presidente del nuevo grupo, que recibió por un tiempo breve el nombre de Front National pour un Ordre Nouveau. A los pocos meses de su creación fue prohibido tras serios incidentes callejeros a la entrada y la salida de una de sus reuniones públicas. Los dirigentes de Ordre Nouveau consideraron innecesario seguir con el experimento legalista y lo abandonaron en manos de la gente a la que habían invitado a participar en el mismo, mientras ellos se lanzaban a crear otro grupo, el Parti des Forces Nouvelles, hoy desaparecido. Cuarenta años más tarde, Ordre Nouveau es sólo una nota a pie de página del capítulo inicial del Frente Nacional, y Marine Le Pen, la hija del primer presidente del Frente Nacional, es la jefa del partido más votado en Francia durante las elecciones de 2014 al Parlamento Europeo.

Aunque a menudo ha sido acusado de fascista, Jean-Marie Le Pen no procedía de las filas del fascismo francés, como sus socios de Ordre Nouveau, sino del poujadisme («poujadismo»), un populismo de clases medias y pequeños comerciantes opuesto al gran Estado, cuyas políticas no eran demasiado distintas de las de otros grupos conservadores, incluyendo el Partido Republicano estadounidense, que en 1973 comenzaba su larga deriva hacia la derecha. Por ello no puede sorprendernos que a principios de los años ochenta el modelo político seguido por Le Pen padre no fuera Mussolini, o Primo de Rivera, sino Ronald Reagan. Poco antes de la elección de Reagan a la presidencia norteamericana, Le Pen declaró que se sentía orgulloso de que lo llamaran el «Reagan francés». En 1984, Le Pen acudió a la convención del Partido Republicano en Dallas. En 1986, el programa económico del Frente Nacional incluyó temas claramente reaganistas. Aquel año Le Pen fue fotografiado junto a su héroe. En fecha más reciente, el año 2014, Marine Le Pen ha viajado a Moscú y visitado, como invitada oficial, la Duma, la cámara baja del Parlamento ruso.

De Bonaparte a De Gaulle, pasando por el olvidado general Boulanger y el mariscal Pétain, el Hombre Providencial, el salvador que llegará a caballo para resolver los problemas de la República y liberarla de sus políticos, ha sido un anhelo constante de la derecha francesa. En menos de una generación, y no sólo en Francia, ese hombre providencial ha pasado de ser Ronald Reagan a Vladimir Putin. Marine Le Pen no se ha fotografiado (aún) con Putin, de la misma manera que su padre se fotografió con Reagan. Sin embargo, su contacto con el presidente ruso es mucho más real. La foto de Reagan y Le Pen es una foto rápida, que no fue precedida o seguida de ningún tipo de debate. Es relativamente fácil poder fotografiarse junto a un presidente norteamericano en una recepción. Pero el viejo Le Pen nunca pudo sacarse una foto como la que sí se ha sacado su hija: sentada a la misma mesa que el portavoz del Parlamento ruso, debatiendo como iguales.

Si en los años ochenta, algunos elementos de la extrema derecha pudieron ver en Ronald Reagan un retorno de Estados Unidos a sus raíces rurales y conservadoras, esa visión siempre se vio afectada negativamente por su pertenencia a un país que era el principal aliado de Israel. Entre las filas de la extrema derecha nunca faltaron críticas hacia Estados Unidos, un aliado poco fiable que había abandonado a los survietnamitas y saboteado la expedición franco-británica de 1956 para recuperar el canal de Suez, nacionalizado por Nasser. Por el contrario, desde su retorno al Kremlin, Vladimir Putin se ha convertido en el personaje favorito de la extrema derecha europea, e incluso de grupos que están a un paso del fascismo. Y esta vez no hay críticas.

Si hace una generación, Estados Unidos era admirado como país cristiano, defensor de los valores occidentales, desde la elección de Barack Obama es visto como el promotor de un vasto esfuerzo globalizador contrario a todas las tradiciones. Esta visión de Estados Unidos, antes limitada al estrecho gueto neofascista, con el paso de los años y la crisis de las instituciones occidentales, se ha ido ampliando. Estados Unidos —el país que espía a sus socios y al

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