La brecha electoral

Pablo Simón

Fragmento

cap-5

LOS NUEVOS ¿HAN VENIDO PARA QUEDARSE?

Un concepto muy vinculado con la estabilidad de los sistemas de partidos es el de «institucionalización». A grandes rasgos, esta idea se refiere a la medida en que la competición política resulta previsible. Por supuesto, en todas las elecciones y sistemas políticos se da un cierto grado de incertidumbre, no se puede anticipar al cien por cien quién ganará ni si habrá nuevos partidos que emerjan, pero la institucionalización habla sobre la medida en que lo inesperado se halla dentro de unos parámetros más o menos controlados. En ese sentido, un país puede tener un sistema político en el que tienden a competir casi siempre los mismos partidos (y con un porcentaje de voto relativamente estable a lo largo del tiempo). En el otro extremo, puede haber sistemas políticos en los que los partidos aparecen y desaparecen, se rompen y se fusionan de forma continuada. En el primer caso, el sistema está más institucionalizado y la supervivencia de los partidos parece estar más asegurada que en el segundo.

Un sistema político institucionalizado (hasta cierto punto) presenta algunas ventajas. La visión más conservadora argumenta que una pauta estable de competición hace más difícil que partidos que están en contra del establishment puedan llegar al poder y, potencialmente, establecer un sistema autoritario. Sin embargo, incluso sin caer en el tremendismo y sin sesgar el análisis en favor del statu quo, lo cierto es que tener partidos más o menos estables suele ayudar a orientar a los votantes en el mundo político. Sabemos a quién premiar y a quién castigar en las elecciones; sabemos en cierta medida qué defiende cada partido y en qué lado del espectro ideológico se ubican. En el caso contrario, cuando priman partidos personalistas que van y vienen, con infinitas marcas nuevas cada vez, con escisiones continuas e inacabables giros programáticos resulta complicado saber dónde se encuentran aquellos que mejor pueden defender nuestros intereses como votantes.

Tradicionalmente se dice que el factor más importante para facilitar que un sistema se institucionalice es el tiempo. A medida que tienen lugar elecciones, al menos en teoría, la oferta de partidos se va volviendo más estable y se produce un cierto equilibrio en la representación. Las principales demandas sociales del país ya cuentan con algún tipo de agente que las canalice. De ahí que al principio del periodo democrático sea normal que haya más fragmentación y más cambios en los partidos políticos que en fases más avanzadas. Por ejemplo, muchos partidos de Europa del Este se descompusieron tras realizar sus transiciones hacia la democracia, algo parecido a lo que le sucedió en España a la Unión de Centro Democrático (UCD).

Para comprobar la importancia de esta cuestión, basta con acercarse a algunas democracias jóvenes y ver cómo la agitación de sus sistemas políticos tiene implicaciones en términos de estabilidad. De nuevo la Europa del Este arroja en esto lecciones interesantes. En 1991, la Unión Democrática polaca ganó las elecciones. Este partido, de corte liberal cristiano, acababa de ser fundado ese mismo año por el que sería primer ministro: Tadeusz Mazowiecki. Como tercera formación quedó otro nuevo pequeño partido de corte católico, el WAK. En las elecciones de 1993, la Alianza de Izquierdas ganó los nuevos comicios, lo que apartó al entonces primer ministro y facilitó la alternancia, pero también entró como cuarta fuerza otro nuevo partido: la Unión Laborista. En 1997, hubo elecciones de nuevo, pero entonces la Unión Democrática, relegada a tercera fuerza política, ya se había unido a la Unión Liberal (que antes era el Congreso Liberal Democrático) y había obtenido un resultado parecido al de las elecciones anteriores. Quien ganó ampliamente las elecciones parlamentarias fue Acción Electoral Solidaria, una unión de treinta partidos conservadores formada apenas un año antes. En 2001, justo antes de las elecciones, este partido ya se había disuelto. Quien venció esta vez fue la coalición preelectoral de la Alianza de Izquierdas y la Unión Laborista. Por supuesto, nuevas formaciones consiguieron representación en esos comicios. El partido Ley y Justicia, encabezado por los hermanos Kaczyński, quedó en cuarta posición, aunque, en las elecciones de 2005, se convirtió en la fuerza más votada.

Como se ve, este no es un panorama sencillo para que el votante polaco pueda seguir el devenir de su política (y eso quince años después de inaugurar la democracia). Por más que muchos países puedan tener líneas estables de competición y unas siglas reconocibles entre elecciones, no todos los sistemas políticos gozan de este lujo. Que se lo digan si no a países como Argentina.

Si uno abandona la visión de conjunto sobre el sistema y baja al detalle, la carga de la prueba para institucionalizar la política en un país la tienen los recién llegados. Aquí el reto para los nuevos partidos es asegurar su supervivencia en el tiempo. Al fin y al cabo, la coyuntura política constituye un elemento que puede ayudar en un determinado momento para surgir, pero la Fortuna es cambiante y el viento de cola nunca tiene carácter permanente. Por esto mismo, con el fin de estabilizarse, cualquier nuevo partido debe centrarse básicamente en dos frentes distintos. Por un lado, ser capaz de generar identificación partidista entre los votantes; por el otro, ser capaz de construir una cierta organización con vocación de continuidad.

En cuanto a la construcción de identidad partidista, cualquier partido de nuevo cuño se enfrenta al reto de intentar que los votantes se identifiquen con él, de generar un sentimiento de afinidad parecido al que se tiene con un equipo de fútbol. No importa el resultado, los jugadores o el entrenador, ser del club da identidad. La clave está en que los votantes sientan como propios los «colores» del equipo —algo que, como se ha apuntado antes, cada vez es más difícil de lograr en los últimos años—. Eso, por supuesto, viene ayudado por el paso del tiempo; cuanta más vida tenga la organización, más probable es que el hábito de optar por ella en las elecciones provoque una cierta inversión emocional por parte del votante. Esto ayuda a que los partidarios valoren a la organización al margen de quién sea su líder. Por lo tanto, aunque los candidatos sean importantes, es crucial que a medio plazo los ciudadanos tengan cierto aprecio emotivo hacia la marca electoral y lo que esta representa. De ahí que sea raro ver que formaciones políticas clásicas colapsan totalmente de la noche a la mañana; muchos votantes se han socializado políticamente con ellas y comparten afinidad.

En paralelo a este hecho es importante también el proceso de construcción de la organización de los nuevos partidos. Es decir, en qué medida se asientan unas estructuras que puedan mantenerse de manera autónoma (establecer unos cargos, una organización, unos procedimientos

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