Una habitación propia

Virginia Woolf

Fragmento

cap-1

Prólogo

El salón de la señora Crowe

Al releer, tras muchos años, Un cuarto propio de Virginia Woolf, hay dos cosas que me han llamado poderosamente la atención. Primero, su vigencia. Las mujeres siguen sin tener espacios propios, es algo obvio. Aunque se haya avanzado mucho en este aspecto, sigue existiendo una violencia estructural hacia las mujeres. Una violencia no solo física, sino también de lenguaje, de relaciones de poder al fin y al cabo, en el que el hombre siempre pretende imponerse. Segunda, su modernidad. Woolf es capaz de plantear sus pensamientos de una manera muy literaria, elaborada y original, incluso con un punto de humor, y sin caer nunca en el relato simplista.

En Un cuarto propio, Virginia Woolf no expone sus ideas directamente; el texto no es, de ninguna manera, una exposición de certezas y opiniones contundentes, sino todo lo contrario. Woolf narra los dos días que precedieron la lectura de la conferencia sobre la necesidad de tener un espacio propio, y describe así su proceso de elaboración. Nos cuenta cómo incorpora a su propia cotidianidad la preparación de dicha lectura, cómo va viviendo esos días, mientras las ideas y los sentimientos van surgiendo en su mente. Tan solo eso, y todo eso. No es, por tanto, un discurso vehemente sobre lo que hay que hacer para mejorar la situación, algo que, sospecho, habrían hecho la mayoría de los escritores varones. En el caso de Woolf, es el lector quien debe sacar sus propias conclusiones.

Pero ¿qué ha convertido Un cuarto propio en un clásico?, ¿por qué vuelve a publicarse con la misma fuerza que una obra escrita recientemente? Se podría afirmar que un texto ensayístico se vuelve atemporal cuando acierta a iluminar una realidad hasta entonces oscurecida, cuando es capaz de describir con detalle y sencillez un problema que aqueja a toda una sociedad, cuando acierta con el diagnóstico y lo expone correctamente. Cosa que, sin duda, logra magistralmente Virginia Woolf en Un cuarto propio. Cuenta algo que sentían infinidad de mujeres, una opinión compartida por muchas pero que nadie hasta entonces se había atrevido a verbalizar.

Sin embargo, Woolf, en mi opinión, va más allá, porque Un cuarto propio es mucho más que un diagnóstico certero. No solamente por la manera tan novedosa de narrar, tan literaria, tan abierta que hace que el texto nunca envejezca. Diría que Woolf acierta, con la reivindicación de un espacio propio, a dar voz no solamente a las mujeres, sino también a todas las individualidades y comunidades que en algún momento se han sentido excluidas y sin lugar. Resumiendo: abre ventanas a la libertad. La autora se pregunta en su ensayo cómo habrían sido las novelas de Jane Austen si no hubiera tenido que componerlas en una mesa de un cuarto de estar y rodeada de gente; se plantea cómo habrían sido las novelas de las hermanas Brontë si las hubieran escrito con tranquilidad, sin tener que poner punto final con cierta sensación de urgencia, de inestabilidad. Y esa misma sensación de inseguridad y de desamparo la ha sentido mucha gente, y la sigue sintiendo.

Cuando la editora de Lumen me propuso escribir el prólogo de Un cuarto propio, me quedé asombrado. Pensé, en un primer momento, que sería mejor que lo escribiera una mujer y así se lo comuniqué. Le conté, en broma, que, llegado el caso, yo mismo podía pasar por mujer, dados los equívocos que creaba mi nombre. Y es que he recibido más de una carta a casa dirigida a una tal señora Carmen Uribe. Quienes las enviaban no sabían que el mío es un nombre vasco y habían llegado a la conclusión de que Kirmen era un mero error tipográfico. Las compañías comerciales que llaman a casa ofreciendo un nuevo producto me tratan de señora. La editora me contestó: «No, quiero que escribas desde tu masculinidad y como autor que piensa y escribe en una lengua minoritaria».

Acepté el reto y pensé que considerar por desconocimiento mi nombre como un error tipográfico tenía mucho que ver con cosas que contaba Virginia Woolf en su libro. Ella habla en un pasaje del sentimiento de superioridad que tenía un profesor para con las mujeres. Las mujeres, para él, eran inferiores y así tenían que sentirse. Aquella era una persona que nunca había tratado de comprender qué comporta estar en el lado opuesto, nunca se había imaginado cómo vive una mujer y qué siente en su día a día. Woolf reflexiona, asimismo, sobre la falta de tradición mientras va recorriendo los estantes de la Biblioteca del Museo Británico en busca de obras escritas por mujeres. Sentimiento de inferioridad, falta de tradición; se me hacían conceptos familiares. Levanté por un momento la mirada del texto de Woolf y me acordé de una visita a la Universidad de Brown. Me enseñaron su fondo de tema vasco. Saqué el móvil e hice una foto a los ejemplares expuestos allí. Todos cabían en la pantalla. Aunque en realidad nuestra tradición sea mayor y se hayan escrito muchos más libros que los que había en aquel estante, han tenido poca visibilidad. ¿Por qué escribir en una lengua tan minoritaria pudiendo escribir en otra con una larga tradición? Esta ha sido, hasta hace poco, una pregunta recurrente. ¿Por qué, siendo mujer, ponerse a escribir y no ceñirse a las tareas del hogar?

En el primero de los relatos que compuso para la revista Good Housekeeping sobre la ciudad de Londres, Virginia Woolf describe el salón de la señora Crowe, un lugar que llegó a ser imprescindible en la vida londinense si uno quería estar al tanto de la vida social de la época. Así, a la humilde casa de dicha señora acudían políticos, escritores y profesores solamente para charlar con la señora Crowe y sus vecinos. Hablaban de banalidades, porque lo banal, aceptémoslo, también es importante en la vida. Eso sí, la señora Crowe nunca quedaba a solas con nadie, no era una consejera particular. Siempre debían participar tres o más personas en la conversación, y era una ley no escrita que las charlas no fuesen demasiado ingeniosas o profundas para que, de esa manera, nadie se sintiera excluido.

Un cuarto propio aboga, bien mirado, por un mundo más libre. Un mundo, como aquel salón de la señora Crowe, en el que nadie se sienta excluido y todos y todas podamos tomar la palabra. Incluso escritores como yo, que concluyo este prólogo en una biblioteca, porque, efectivamente, carezco de cuarto propio.

KIRMEN URIBE

cap-2

Un cuarto propio

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