Marcados al nacer

Ibram X. Kendi

Fragmento

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Prólogo

Todos los historiadores escriben en —y reciben la influencia de— un momento histórico determinado. Mi momento, el momento de este libro, coincide con los asesinatos tanto televisados como no televisados de una serie de personas desarmadas a manos de agentes de la ley, así como con los hechos tanto televisados como no televisados de la estrella fugaz que supuso #BlackLivesMatter, durante las noches más turbulentas que se vivieron en Estados Unidos. De un modo u otro, me las arreglé para escribir este ensayo en los lapsos entre los desgraciados incidentes de Trayvon Martin, Rekia Boyd, Michael Brown, Freddie Gray, los Nueve de Charleston y Sandra Bland, una sucesión de infortunios que son el producto de la historia de las ideas racistas en Estados Unidos, tanto como este libro de historia de las ideas racistas es el producto de tales infortunios.

De acuerdo con las estadísticas federales, entre 2010 y 2012 las probabilidades de que un joven varón negro fuese asesinado por la policía eran veintiuna veces superiores con respecto a un blanco de una edad similar. Puede que las disparidades raciales entre las mujeres que son víctimas mortales de la fuerza policial, cuyo registro y análisis son muy pobres, sean aún mayores. Los datos federales recogen que la riqueza media de los hogares blancos es de unas trece veces la de los hogares negros, un dato abrumador, así como que las personas negras tienen cinco veces más probabilidades de acabar encarceladas que las blancas.[1]

Aunque tales estadísticas no deberían sorprender. Es probable que la mayor parte de los estadounidenses estén al tanto de la disparidad racial en materia de asesinatos policiales, en la riqueza, en los índices de encarcelamiento..., en prácticamente todos los aspectos de la sociedad de Estados Unidos. Por «disparidad racial» me quiero referir al hecho de que los grupos raciales no están representados en las estadísticas de acuerdo con la envergadura de sus poblaciones. Si las personas negras suponen el 13,2 por ciento de la población estadounidense, entonces deberían constituir más o menos el 13 por ciento de la población asesinada por la policía, así como alrededor del 13 por ciento de la población en las cárceles, y poseer cerca del 13 por ciento de la riqueza nacional. Pero, a día de hoy, Estados Unidos está muy lejos de la paridad racial. Los afroamericanos poseen el 2,7 por ciento de la riqueza del país, al tiempo que constituyen el 40 por ciento de la población encarcelada. Se trata de ejemplos de disparidad racial, una disparidad que se remonta a una época anterior al nacimiento de Estados Unidos.[2]

En 2016, el país celebró su 240 cumpleaños. Pero, incluso antes de que Thomas Jefferson y el resto de los padres fundadores declarasen la independencia, los estadounidenses ya estaban envueltos en un debate en torno a las disparidades raciales, sobre por qué existen y persisten, así como sobre por qué los estadounidenses blancos, en cuanto que grupo, prosperaban más que los estadounidenses negros. Ha habido tres posiciones históricas en este acalorado debate: la de la familia que podemos llamar «segregacionista», que consiste en culpar a las propias personas negras de las disparidades raciales; otra familia, a la que podemos llamar «antirracista», señala con el dedo a la discriminación racial; por su parte, la familia a la que podemos llamar «asimilacionista» ha tratado de defender ambas posturas, al mantener que tanto las personas negras como la discriminación racial son responsables de las disparidades raciales. Durante la controversia en curso sobre los asesinatos policiales, estas tres caras han acaparado la atención en el debate. Los segregacionistas se han dedicado a culpar al comportamiento imprudente y delictivo del que hicieron gala las personas negras asesinadas por los agentes de policía; Michael Brown, por ejemplo, era un ladrón amenazante y monstruoso, por lo que Darren Wilson tuvo razones para temerlo y acabar con su vida. Los antirracistas han responsabilizado al comportamiento imprudente y racista de la policía; en este caso, el énfasis estaría en que la vida de un chico de dieciocho años y piel oscura no tenía valor para Darren Wilson. Los asimilacionistas han tratado de ir en ambas direcciones; tanto Brown como Wilson habrían actuado como criminales irresponsables.

Esta discusión a tres bandas recurrente en los últimos años da una idea de los tres argumentos diferentes de los que se tratará en Marcados al nacer. Durante casi seis siglos, las ideas antirracistas se han enfrentado a dos tipos de ideas racistas, las segregacionistas y las asimilacionistas. La historia de las ideas racistas que sigue es la de esas tres voces —la de los segregacionistas, los asimilacionistas y los antirracistas— y la de cómo cada una de ellas ha racionalizado la disparidad racial, en su explicación de por qué los blancos se han quedado en el margen de la vitalidad y el triunfalismo mientras que los negros se han tenido que conformar con el de la muerte y la privación.

El título Marcados al nacer está sacado de un discurso que el senador por Mississippi y futuro presidente de la Confederación Jefferson Davis dio ante el Senado estadounidense el 12 de abril de 1860, en el que se oponía a una ley de fondos para la educación de los negros en Washington D. C. «Este no es un Gobierno de negros para negros, [sino] de blancos para blancos», aleccionó Davis a sus colegas. En su opinión, la ley se fundamentaba en la falsa noción de equidad racial, cuando en realidad la «desigualdad entre la raza blanca y la raza negra [estaba] marcada al nacer».[3]

No sorprenderá que Jefferson Davis considerase que las personas negras eran distintas biológicamente e inferiores a las blancas, que la piel negra era una fea impronta sobre el precioso lienzo blanco de la piel humana normal y que dicha impronta constituía una evidencia de la sempiterna inferioridad de los negros. Quizá sea más fácil identificar y condenar como obviamente racista un pensamiento de este cariz, de tipo segregacionista, pero hubo una gran cantidad de estadounidenses prominentes, quienes en muchos casos tenían muy buenas intenciones y a muchos de los cuales honramos hoy por sus ideas progresistas y por su activismo, que se adscribieron al pensamiento asimilacionista, que también exhibía ideas racistas sobre la inferioridad de los negros. Hemos hecho mención a la gloriosa batalla de los asimilacionistas contra la discriminación racial y, también, hemos pasado por alto el no tan glorioso hecho de que, desde estas posturas, se responsabiliza en parte a los comportamientos inferiores de los negros de las disparidades raciales. Puesto que asumen la igualdad racial desde la biología, los asimilacionistas ponen el acento en el ambiente (los climas cálidos, la discriminación, la cultura o la pobreza) como el origen de tales conductas, a partir de lo cual, mantienen que la solución sería borrar esa horrible marca negra, pues los comportamientos inferiores de los negros podrían superarse si se les diera el entorno propicio. Por eso, los asimilacionistas hacen un fomento constante de la adopción de los rasgos culturales o los cánones de belleza de los blancos por parte de los negros.

En un estudio capital de 1944 sobre las relaciones de raza, reconocido como uno de los catalizadores del movimiento por los derec

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