Ser liberal

Federico Reyes Heroles

Fragmento

Ser liberal

   

PENSANDO EN EL EPITAFIO

Un querido amigo, Eulalio Ferrer —refugiado español, gran autodidacta, hombre de vasta cultura, admirador y conocedor profundo del Quijote, publicista por necesidad, pionero de la comunicología, autor de textos históricos y filosóficos muy sugerentes, y mucho más—, se aproximó al final de sus días con ánimo notable. Decidió reflexionar sobre los rituales mortuorios del mundo contemporáneo. Así nació un texto delicioso, aunque muchos pudieran pensar en algo macabro. Lo denominó El lenguaje de la inmortalidad. Pompas Fúnebres.

En él, Eulalio cuenta historias que de verdad provocan hilaridad. Por ejemplo, la de un neoyorquino muy famoso que publicó su esquela para registrar en vida las reacciones de amigos y conocidos. A los ausentes en el velorio o a quienes no expresaron sus condolencias de manera ostensible les reclamó días después airadamente ante el asombro explicable de estas personas. Tenía todas las pruebas en la mano, lista de asistencia, tiempo transcurrido en el velorio, flores enviadas, presencia en el funeral, etcétera. Un verdadero registro de la solidez amistosa. Ferrer cuenta también la historia del payaso Bell, un destacado bufón avecindado en México, además empresario muy exitoso, dueño de un famoso circo, que nunca fue reconocido por el Imperio Británico como él pensaba merecerse. Su resentimiento profundo está plasmado en su decisión de ser enterrado dándole la espalda a Albión.

Eulalio encontró en su investigación una vertiente apasionante: los epitafios. Hay de todo en su recopilación: humorísticos, dramáticos, exagerados, cursis, lo que el lector quiera imaginar. Es famoso el de una mujer española que reposa bajo la inscripción que reza: “Aquí yace una mujer fría como siempre”. Ferrer, como buen publicista, afirmaba que la línea ágata más cara en el mercado es la publicidad en la esquela: muy pocas palabras en espacios desmedidamente grandes. A Johann Sebastian Bach se le atribuye otro muy simpático: “Desde aquí no se me ocurre ninguna fuga”. Cantinflas, el célebre actor cómico mexicano, por cierto muy amigo de Eulalio Ferrer, ideó otro adecuado a su personalidad: “Parece que se ha ido, pero no”. “Si no viví más es porque no me dio tiempo” fue la petición del Marqués de Sade. En fin, podríamos entretenernos mucho con las sentencias inventadas para ese servicio en ausencia.

Hace muchos años, Eulalio me invitó a comer y comentamos algunos de los hallazgos de su libro. De esa conversación surgió en mí una inquietud: qué epitafio te gustaría, me dije. La verdad no he pensado demasiado al respecto, de hecho, creo que las tumbas, tal y como las conocemos, habrán de desaparecer por razones de espacio. Terminaremos en urnas. En Japón ya se construye un monumental cementerio subterráneo de varios niveles para dar cabida a las cenizas de cientos de miles de huéspedes. O sea que los epitafios no tienen su futuro garantizado. Pero desde luego hay en ellos una intención de síntesis, de marca, de huella de la vida que seguramente buscará nuevos cauces.

Además, debemos agregar que las sociedades contemporáneas operan con etiquetas, el simplismo domina. Fulano fue cirujano plástico, punto. Abogado, para qué más información. Piloto, contador, financiero, actor, fotógrafo. Sobra decir que muy pocas personas caben en una sola etiqueta, el carácter multifacético, como el de Eulalio, reclama a gritos matices. Simpático, huraño, generoso, ingenioso, perfeccionista, qué se yo. Buscar una sola expresión para describir a alguien es un acto de injusticia por definición.

Pero pensando en mí mismo y las palabras pertinentes en la imaginaria lápida, he concluido que “Escritor” me agrada. La palabra describe mi oficio y mi pasión desde la adolescencia, sin embargo, de nuevo no me siento del todo representado. Será acaso un acto de vanidad, puede ser, pero después de casi medio siglo de escritura, novelas, ensayos, artículos periodísticos, declaro que la descripción del oficio me parece insuficiente. Cuál ha sido mi pensamiento, qué ha guiado mis ideas, acaso he sido coherente en mi vida y en mi escritura o no, debería haber algún otro atributo que acompañe a la expresión escritor.

Este libro nace de esa inquietud, la que provoca la lápida imaginaria. Escritor sin duda, pero al final creo que la definición de fondo debiera ser liberal, escritor liberal. Soy un liberal que me he expresado como tal en el aula, en las conversaciones o conferencias y por supuesto por vía escrita en distintas modalidades. Pensé tener el ocioso problema resuelto. Hasta allí todo iba bien, podía morirme tranquilo e imaginar mi lápida: “Escritor liberal”. Suena interesante, el problema surgió cuando platicando con otro querido amigo, éste me preguntó con toda honestidad: y qué es ser liberal. Di otro trago a la copa de vino, me le quedé viendo y comprendí que tenía que sentarme a escribir.

Este libro busca entonces ordenar ciertas ideas en mí mismo y, en ese trayecto, he pensado que podría ser útil a otros. La palabra liberal hoy pasa por días nublados, hay mucha confusión, mucho ruido alrededor de ella, además ya no está de moda definirse como tal, tampoco como conservador. De hecho, definirse a sí mismo es un acto cada vez menos popular. Pero eso es sólo una parte del enredo. También es cierto que hay algo de complejidad en el término liberal que necesita ser explicada, desmenuzada pues, en muchas ocasiones, ante algunos temas reaccionamos, como un acto reflejo, sin dar demasiadas explicaciones. Podemos tener un claro referente ético, pero no lo expresamos. Esas explicaciones deben estar plasmadas, deben ser parte de nuestra conciencia. Si no somos capaces de reproducir con claridad un razonamiento que lleva a una conclusión, de razonar el posicionamiento filosófico o político que debe estar detrás, querrá decir que en el fondo uno es un reaccionario; es decir, alguien que es dominado por impulsos, por reacciones y no por eslabonamientos de principios e ideas. No quiero ser un reaccionario, menos aún con la implicación de conservador que se le da a la palabra. Soy un liberal, sé que mis alumnos lo han intuido, que mis lectores lo sospechan o, más aun, lo dan por sentado. Pero eso no basta. Quiero que todo sea claro, que mi troquel liberal sea explícito y por eso escribo estas páginas para aclarar al lector y a mí mismo el porqué de una forma de razonar.

Debo declarar que soy consciente de que muchas de las interpretaciones de la vida provienen de la infancia, del hogar. No soy la excepción. Viéndolo en retrospectiva, vengo de un hogar liberal, lo cual no quiere decir que hubiera un credo explícito, una declaración de algún tipo de fe o doctrina. Para nada, de hecho, puedo afirmar que provengo de un hogar liberal precisamente por ello. Las ideas contrapuestas y contradictorias fluían en libertad. No recuerdo límites ni ceremonias sacramentales. Por supuesto, las discusiones en casa de mis padres difícilmente aludían a los temas que hoy consideramos definitorios de un pensador liberal. Eran otros tiempos, pero en esa mutaci

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