Evo: Operación Rescate

Alfredo Serrano Mancilla

Fragmento

CRÓNICA DE UN INSTANTE

por Alberto Fernández

Este libro es la crónica de un instante. Un instante que pudo haber sucedido en cualquier otro lugar de América Latina. Un instante que, aunque único e irrepetible como todo instante, se asemeja a muchos otros que se suceden incansablemente en nuestro continente.

El personaje de esta historia nació en Bolivia. En las entrañas mismas de una tierra llena de riquezas naturales y culturales. Es parte de esos pueblos originarios que fueron capaces de resistir a la conquista europea y a las garras de la especulación capitalista.

Hablamos de un hombre llamado Juan Evo Morales Ayma. Irónicamente, carga con nombres emblemáticos para los argentinos. Se llama Juan, como aquel “coronel del pueblo” que les dio a los trabajadores los derechos que los conservadores del siglo XX les negaban. Y se llama Evo, como nuestra Eva, la “abanderada de los humildes”.

Todo ocurrió un mediodía de noviembre del 2019. En Buenos Aires almorzábamos junto a Dilma Rousseff, Ernesto Samper, Marco Enríquez-Ominami y otros muchos amigos de la patria latinoamericana dando clausura al encuentro del Grupo de Puebla. Cuando servían el plato principal, el autor de este libro me susurró algo al oído. “Tengo a Evo en el teléfono… hay problemas en Bolivia”, me dijo.

Me incorporé y tomé el aparato. Lo escuché con atención. Evo Morales Ayma, presidente de Bolivia, me contó que manifestaciones callejeras impulsadas por la derecha de ese país estaban causando desmanes y atacando a los seguidores del oficialismo. Inmediatamente después, hablamos con Álvaro García Linera, su vicepresidente, y me transmitió con máxima preocupación que las fuerzas conservadoras no estaban dispuestas a reconocerlos como vencedores de la elección del 20 de octubre del 2019.

La OEA, comandada por Luis Almagro, legitimaba semejante atropello institucional. Personalmente, había dudado de la integridad moral de Almagro y por eso reclamé que se incorporaran dos argentinos a la misión que el organismo había mandado para observar el proceso electoral. Tan pronto los argentinos afirmaron no detectar irregularidades en los comicios, fueron expulsados bajo la absurda imputación de ser espías.

Con el correr de las horas la gravedad de los hechos fue en aumento, y la mirada tranquilizadora que inicialmente me había brindado Evo Morales fue virando hasta convertirse en preocupación primero, desazón después y finalmente temor.

Las revueltas callejeras colmaban las pantallas de los televisores en Argentina. Vimos cómo una horda salvaje entraba a la casa del presidente Morales invocando en su violencia una absurda defensa de la democracia. Las Fuerzas Armadas tomaron distancia del poder constitucional y hasta un jefe policial se animó a exigir la renuncia de las autoridades legítimas.

Evo Morales anunció su renuncia y después perdimos todo contacto con él durante muchas horas. Sabíamos que se había refugiado lejos del epicentro en el que operaban los golpistas. Comenzamos a ver caer a sus seguidores con la represión armada. Mientras tanto, las embajadas empezaban a colmarse de asilados que escapaban de la caza desatada por los sediciosos.

A partir de allí entré en contacto con el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. Para entonces yo solo era un presidente electo que todavía no había asumido sus funciones. Aun así, uní mi esfuerzo al del gobierno mexicano tratando de preservar la vida de Evo Morales y la de sus seguidores.

Hice un intento por darle asilo en Argentina al presidente depuesto, pero Mauricio Macri, en ejercicio de la presidencia, se negó con argumentaciones tan banales como pueriles. Hasta avaló el patético dictamen de la OEA, lo que se condecía con el accionar del país en el Grupo de Lima.

Finalmente, Evo Morales aceptó el asilo ofrecido por el gobierno mexicano.

De las peripecias vividas entre el momento en que se refugió en el interior boliviano, fue rescatado por un avión de la Fuerza Aérea de México y terminó asilado en la ciudad capital de ese país, da cuenta la investigación que estas páginas ofrecen.

Días después de que Morales se instalara en tierra mexicana, volvimos a hablar por teléfono. Lo impulsé a que viniera a la Argentina con mi promesa de ayudarlo a que Bolivia recuperase prontamente su democracia.

El 11 de diciembre del 2019, un día después de que yo asumiera formalmente la presidencia, se radicó aquí. Junto a él recibimos a dos de sus hijos y a decenas de dirigentes que cruzaban clandestinamente la frontera tratando de salvar su vida.

Debió pasar casi un año para que los bolivianos y bolivianas volvieran a expresarse, y pusieran la democracia y las instituciones en orden. En ese año Evo Morales trabajó de manera incansable hasta coronar su esfuerzo.

Por mi parte, sentí que mi tarea había culminado en el mismo momento en que abracé a Evo en la frontera que une Argentina con Bolivia y lo vi alejarse hasta desaparecer en los brazos de una multitud que lo esperaba en su patria.

Este libro, que es la crónica de un instante, puede ser un formidable disparador de la reflexión colectiva. Al fin y al cabo, la historia vivida por Bolivia y que aquí se reseña se repite de distintos modos en todo nuestro continente. Expresa otra forma de alterar la institucionalidad tras la falsa invocación de querer preservarla.

El deber que nos cabe en esta hora es lograr que este continente imponga la justicia social que ha perdido y que lo ha convertido en el más desigual del planeta. Un lugar donde unos poco ganan mucho y en donde la pobreza se distribuye entre millones.

Esta es la hora del desarrollo. Tenemos la obligación de facilitar la vida de cada uno de los que habitan este suelo. Generar trabajo. Poner todo nuestro empeño para que todos accedan a la educación en un tiempo donde en el saber está la riqueza de las sociedades. Asegurar que la atención de la salud llegue a los que la requieran. La pandemia ha puesto en su exacto lugar la importancia que reviste la salud pública.

Pero desarrollo es, además, fomentar y fortalecer la calidad de la convivencia democrática. La diversidad es el signo de estos tiempos. La uniformidad del pensamiento y de los modos de vida como la supremacía en virtud de razas o géneros ha quedado sepultada. En el respeto a la pluralidad está el secreto de una sociedad más igualitaria y más justa.

Este libro es la crónica de un instante en el que algunos fuimos en socorro de la vida de los maltratados. Pero puede ser también, si aquella reflexión ocurre, el libro que ponga punto final a una página muy gris de nuestra historia reciente.