Homo videns

Giovanni Sartori

Fragmento

Indice

Índice

Cubierta

Portadilla

Índice

Dedicatoria

Prefacio

Prefacio a la segunda edición italiana

Prefacio a la nueva edición italiana

La primacía de la imagen

1. “Homo sapiens”

2. El progreso tecnológico

3. El vídeo-niño

4. Progresos y regresiones

5. El empobrecimiento de la capacidad de entender

6. Contra-deducciones

7. Internet y «cibernavegación»

Notas a la primera parte

La opinión teledirigida

1. Vídeo-política

2. La formación de la opinión

3. El gobierno de los sondeos

4. Menos información

5. Más desinformación

6. También la imagen miente

Notas a la segunda parte

¿Y la democracia?

1. Vídeo-elecciones

2. La política vídeo-plasmada

3. La aldea global

4. El “demos” debilitado

5. “Regnum hominis” y hombres bestias

6. La competencia no es un remedio

7. Racionalidad y postpensamiento

Notas a la tercera parte

Apéndice

1. El huevo y la gallina

2. ¿Qué ciudadano?

3. Democracia continua y democracia deliberativa

4. Competencia y Auditel

5. Nos ahogamos en la ignorancia

6. Del vídeo-niño a la deconstrucción del yo

7. Más sobre visibilidad y abstracción

8. Lo virtual es un vacío

Notas al apéndice

Referencias bibliográficas

Sobre el autor

Créditos

Grupo Santillana

Dedicatoria

A Ilaria, que lee

PREFACIO

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PREFACIO

«¿Por qué no le dais a la gente libros sobre Dios?». Por la misma razón por la que no le damos Otelo; son viejos; tratan sobre el Dios de hace cien años, no sobre el Dios de hoy. «Pero Dios no cambia». Los hombres, sin embargo, sí.

ALDOUS HUXLEY, Un mundo feliz

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Nos encontramos en plena y rapídisima revolución multimedia. Un proceso que tiene numerosas ramificaciones (Internet, ordenadores personales, ciberespacio) y que, sin embargo, se caracteriza por un común denominador: tele-ver, y, como consecuencia, nuestro vídeo-vivir. En este libro centraremos nuestra atención en la televisión, y la tesis de fondo es que el vídeo está transformando al homo sapiens, producto de la cultura escrita, en un homo videns para el cual la palabra está destronada por la imagen. Todo acaba siendo visualizado. Pero ¿qué sucede con lo no visualizable (que es la mayor parte)? Así, mientras nos preocupamos de quién controla los medios de comunicación, no nos percatamos de que es el instrumento en sí mismo y por sí mismo lo que se nos ha escapado de las manos.

Lamentamos el hecho de que la televisión estimule la violencia, y también de que informe poco y mal, o bien de que sea culturalmente regresiva (como ha escrito Habermas). Esto es verdad. Pero es aún más cierto y aún más importante entender que el acto de tele-ver está cambiando la naturaleza del hombre. Esto es el porro unum, lo esencial, que hasta hoy día ha pasado inadvertido a nuestra atención. Y, sin embargo, es bastante evidente que el mundo en el que vivimos se apoya sobre los frágiles hombros del «vídeo-niño»: un novísimo ejemplar de ser humano educado en el tele-ver —delante de un televisor— incluso antes de saber leer y escribir.

En la primera parte de este libro me ocupo y preocupo de la primacía de la imagen, es decir, de la preponderancia de lo visible sobre lo inteligible, lo cual nos lleva a un ver sin entender. Y es ésta la premisa fundamental con la cual examino sucesivamente la vídeo-política, y el poder político de la televisión. Pero a lo largo de este recorrido mi atención se concentra en la paideía, en el crecimiento del vídeo-niño, en los procesos formadores de la opinión pública y en cuanto saber pasa, y no pasa, a través de los canales de la comunicación de masas. El más cáustico en esta cuestión es Baudrillard: «La información, en lugar de transformar la masa en energía, produce todavía más masa». Es cierto que la televisión, a diferencia de los instrumentos de comunicación que la han precedido (hasta la radio), destruye más saber y más entendimiento del que transmite.

Quede, pues, claro: ataco al homo videns, pero no me hago ilusiones. No pretendo frenar la edad multimedia. Sé perfectamente que en un periodo de tiempo no demasiado largo una mayoría de la población de los países opulentos tendrá en casa, además de la televisión, un mini-ordenador conectado a Internet. Este desarrollo es inevitable y, en último extremo, útil; pero es útil siempre que no desemboquemos en la vida inútil, en un modo de vivir que consista sólo en matar el tiempo. Así pues, no pretendo detener lo inevitable. Sin embargo, espero poder asustar lo suficiente a los padres sobre lo que podría sucederle a su vídeo-niño, para que así lleguen a ser padres más responsables. Espero que la escuela abandone la mala pedagogía y la degradación en la que ha caído. Y, por tanto, tengo fe en una escuela apta para oponerse a ese postpensamiento que ella misma está ayudando a crear. Tengo la esperanza de que los periódicos sean mejores y, a la postre, que la televisión también lo sea. Y además, aunque la mía fuera una batalla perdida de antemano, no me importa. Como decía Guillermo d’Orange, 

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