Golondrinas

Emiliano Ruiz Parra

Fragmento

Golondrinas

La tierra

La mañana del 5 de octubre de 2016, Sthefanía, la esposa del maestro José Encarnación, me llamó alarmada. “Quieren matar a mi marido”, me dijo. “Una turba está afuera de la casa con machetes y palos. Traen gasolina. Quieren quemar su taxi y luego quemarlo a él.”

Yo estaba a 300 kilómetros, en Guanajuato, disfrutando del teatro y la música en el Festival Internacional Cervantino; cubría el festival como reportero. Aun si hubiera salido de inmediato, habría llegado demasiado tarde. Hice llamadas desesperadas: nadie podía acudir. Busqué a mis contactos en el gobierno: mala suerte, ninguno de ellos tenía mando de policía como para enviar patrullas.

Una pequeña multitud le gritaba: “¡Vendido!, ¡ladrón!, ¡ora sí te llegó la hora, maestrito!” Yo me imaginaba que en unos minutos la furiosa mano justiciera repetiría las escenas conocidas: una golpiza colectiva, la ropa teñida de sangre, la procesión arrastrando al herido hacia el terreno baldío, peroratas de venganza, niños que escupen o patean un costal de huesos, policías que suplican la liberación del moribundo y se van con las manos vacías.

Hacía años había un árbol muy alto en Golondrinas, el barrio en donde el maestro José Encarnación había sido líder y ahora era detestado. Debajo de ese árbol se celebraban las asambleas vecinales. Una vez la comunidad estuvo a punto de colgar a un violador, pero el maestro José Encarnación evitó el linchamiento y lo entregó a la policía. Poco después, el maestro José Encarnación mandó cortar ese árbol para que no les estorbara a los cables de la luz. En Golondrinas, sin ese árbol, no quedaba más remedio que arrastrar al maestro al terreno baldío y terminar el linchamiento con la purificación del fuego: convertir en una antorcha a quien yo llamaba cariñosamente El Profe.

* * *

Golondrinas es un barrio marginal de Ecatepec, en la periferia de la Ciudad de México. En el imaginario mexicano, Ecatepec es el infierno: donde matan a las mujeres, se roban a los niños y los pobres sufren su pobreza. Ecatepec significa la otredad; el espejo al que no queremos asomarnos. Algo hay de verdad en eso: en los años noventa del siglo XX apuntábamos a Ciudad Juárez, en la frontera con Estados Unidos, para referirnos al hoyo negro donde mataban mujeres y no pasaba nada. Una década después ese lugar lo ocupó Ecatepec. En 2018 y 2020 —por mencionar los datos más recientes al momento de escribir estas líneas— Ecatepec estuvo en el primer puesto de percepción de inseguridad: en ningún otro lugar del país la gente se sintió tan en riesgo como en Ecatepec. Según un conteo del portal de noticias Animal Político, entre el 1 de enero de 2015 y el 31 de marzo de 2019 en Ecatepec mataron a mil 258 mujeres, aunque la autoridad sólo consideró 53 de estos crímenes como feminicidios, es decir, asesinadas por el hecho de ser mujeres.

En Ecatepec, entre 2018 y 2020 se denunciaron 52 mil robos con violencia y 2 mil 300 robos a casas (dos al día). El municipio acumuló una década entre los primeros lugares de robo de automóviles. Sólo en 2018 se robaron 28 coches al día (10 mil 300 en el año). Entre 2018 y 2020 sumaron 28 mil denuncias de robo de vehículo.

Uno de cada tres habitantes de Ecatepec tiene que viajar entre una y más de dos horas para llegar a su centro de trabajo. El 40% de sus habitantes vive debajo de la línea de pobreza. Con un millón 600 mil habitantes, concentra el 10% de la población mexiquense en sólo el 0.7% del territorio: una densidad de unas 10 mil 500 personas por kilómetro cuadrado. Según datos municipales, al menos 20% del territorio es irregular: según la norma son tierras de cultivo o reservas ecológicas, o lugares de plano tan peligrosos que son inhabitables. En Ecatepec está, por ejemplo, el caso más extremo que yo he conocido de este tipo de poblamiento, que pone a sus habitantes en riesgo de muerte: La Cuesta, en Santa Clara Coatitla, es una comunidad de unas 120 viviendas asentadas sobre una bomba de tiempo. Debajo de sus hogares corren ductos de gas; por arriba, cables de alta tensión. Por eso es imposible instalar tubería para llevar agua potable o sacar las aguas negras. Es imposible poner cimientos a las viviendas porque se provocaría una explosión.

En La Cuesta, algunos años atrás, un fraccionador de terrenos partió un pedazo de ejido y les vendió lotes de 60 metros cuadrados. En 2018 vecinas de La Cuesta me contaron que decenas de jóvenes padecían una epidemia de activo: eran adictos al inhalante y se pasaban las tardes drogados. Los sueldos como albañiles o cocineras eran de mil 200 pesos a la semana, y varias de las mujeres estaban enganchadas en deudas impagables con bancos especializados en la usura a las personas más pobres.

* * *

El slum o barrio marginal, como Golondrinas, es el futuro del mundo. Durante la mayor parte de la historia de la humanidad ha habido más gente en el campo que en la ciudad. En 2020, mismo año del comienzo de la pandemia de covid-19, se invirtió esa relación: por primera vez vivía más gente en las ciudades y, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la mitad eran pobres.

En 2035 habrá muchas más personas viviendo en barrios marginales —no en ciudades con servicios básicos de calidad— que en el campo. Y para 2050 —cuando mis hijas tengan la edad que yo tengo al escribir este libro— dos terceras partes de la población mundial vivirán en ciudades. En México, ese número será mucho más impactante: 9 de cada 10 personas vivirán en slums como Golondrinas, en Ecatepec. La Ciudad de México se extenderá hacia el perímetro que ahora incluye a Cuernavaca, Puebla, Pachuca y Querétaro, y esa mancha urbana creciente se parecerá más a Golondrinas que a cualquier barrio clasemediero del centro de la Ciudad. El mundo, en especial el Tercer Mundo, correrá una suerte similar. Kinshasa, Laos, Estambul, Sao Paulo… crecerán hasta convertirse en hiperciudades (con más de 20 millones de habitantes) repletas de barrios marginales como Golondrinas.

Por eso es preciso decir: Golondrinas sucedió, está sucediendo y sucederá. Pasado, presente y futuro de un planeta que se empobrece, se precariza y se sobrecalienta. Ecatepec comparte los trazos biográficos con los barrios marginales del Tercer Mundo: la periferia como identidad, un territorio que nace en la orilla de una gran ciudad para alojar a los que ya no cupieron en el centro; ciudad-dormitorio, arrabal, favela, slum, identidades más simbólicas que reales, identidades construidas desde la clase media, que describen y a la vez condenan.

Golondrinas, el pequeño barrio en Ecatepec del que trata este libro, condensa esa historia. En 2013 sólo encontré una nota en internet sobre Golondrinas: hablaba de un puente de tablas podridas sobre un canal de aguas negras. Del puente se había caído un borracho y había muerto ahogado. Siete años después el panorama cambió… y no cambió. Ahora hay muchas noticias en el ciberespacio sobre Golondrinas, pero la mayoría cuenta la misma historia: el hallazgo de los cuerpos de dos mujeres asesinadas. Golondrina

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