Utopía para realistas

Rutger Bregman

Fragmento

9788415631798-2

Contenido

Portada

1. El regreso de Utopía

2. Por qué deberíamos dar dinero gratis a todo el mundo

3. El fin de la pobreza

4. La extraña historia del presidente Nixon y su ley de renta básica

5. Nuevas cifras para una nueva era

6. Una semana laboral de quince horas

7. Por qué no compensa ser banquero

8. Carrera contra la máquina

9. Más allá del umbral de la tierra de la abundancia

10. Cómo las ideas cambian el mundo

Epílogo

Índice

Agradecimientos

¡Gracias por leer este libro!

Créditos

Un mapa del mundo que no incluya Utopía no es digno de consultarse, pues carece del único país en el que la humanidad siempre acaba desembarcando. Y cuando lo hace, otea el horizonte y al descubrir un país mejor, zarpa de nuevo. El progreso es la realización de Utopías.

OSCAR WILDE (1854-1900)

9788415631798-3

1

El regreso de Utopía

Empecemos con una pequeña lección de historia: en el pasado, todo era peor.

El 99% de la humanidad, a lo largo del 99% de la historia, pasaba hambre y era pobre, sucia, temerosa, ignorante, enfermiza y fea. Y no hace mucho, en el siglo XVII, el filósofo francés Blaise Pascal (1623-1662) describió la vida como un enorme valle de lágrimas. «La grandeza del hombre —escribió— radica en que se sabe miserable.» En el Reino Unido, su colega Thomas Hobbes (1588-1679) coincidía con él en que la vida del hombre era en esencia «solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve».

Sin embargo, en los últimos doscientos años todo eso ha cambiado. En un breve período del tiempo que nuestra especie lleva habitando este planeta, miles de millones de nosotros hemos pasado de repente a estar bien alimentados, sanos, limpios y a salvo, a ser inteligentes, ricos y, en ocasiones, incluso bien parecidos. Mientras que en 1820 el 94% de la población mundial todavía vivía en la pobreza extrema, en 1981 ese porcentaje se había reducido hasta el 44% y ahora, sólo unas décadas más tarde, se sitúa por debajo del 10%.1

Si esta tendencia se mantiene, la pobreza extrema, que ha sido una constante en la historia de la humanidad, no tardará en ser erradicada para siempre. Incluso aquellos a los que todavía llamamos «pobres» disfrutarán de una abundancia sin precedentes. Donde yo vivo, los Países Bajos, un sintecho que recibe asistencia social dispone hoy de más dinero para gastar que el holandés medio en 1950, y cuatro veces más que un habitante de la Holanda gloriosa de la Edad de Oro, cuando dominaba los siete mares.2

Durante siglos, el tiempo apenas se movió. Desde luego, ocurrían muchas cosas para llenar libros de historia, pero la vida no mejoraba precisamente. Si pusiéramos a un campesino italiano del 1300 en una máquina del tiempo y lo situáramos en la Toscana de la década de 1870, apenas notaría la diferencia.

Los historiadores calculan que la renta anual media en Italia alrededor del año 1300 era de aproximadamente 1.600 dólares. Unos seiscientos años más tarde (después de Colón, Galileo, Newton, la revolución científica, la Reforma y la Ilustración, la invención de la pólvora, la imprenta y la máquina de vapor) era de... todavía 1.600 dólares.3 Seiscientos años de civilización, y el italiano medio estaba más o menos donde siempre había estado.

No fue hasta la década de 1880, cuando Alexander Graham Bell inventó el teléfono, Thomas Edison patentó su bombilla, Carl Benz trasteaba con su primer coche y Josephine Cochrane meditaba sobre la que podría ser la idea más brillante de todos los tiempos (el lavavajillas), que nuestro campesino italiano se vio propulsado por la marea del progreso. Y menuda marea. Los últimos dos siglos han visto un crecimiento exponencial en población y prosperidad en el mundo entero. La renta per cápita es ahora diez veces la de 1850. El italiano medio es 15 veces más rico de lo que lo era en 1880. ¿Y la economía global? Ahora es 250 veces más grande que la de la revolución industrial, cuando casi todos en casi todas partes seguían siendo pobres, hambrientos, sucios, temerosos, ignorantes, enfermizos y feos.

Asimilar este diagrama requiere un tiempo. Cada círculo representa un país. Cuanto más grande es el círculo, mayor es la población. La sección inferior muestra países en el año 1800; la superior los muestra en 2012. En 1800, la esperanza de vida incluso en los países más ricos (por ejemplo, Países Bajos o Estados Unidos) era inferior a la del país con el menor índice de salud (Sierra Leona) en 2012. En otras palabras: en 1800, todos los países eran pobres, tanto en riqueza como en salud, mientras que hoy, incluso el África subsahariana supera a los países más prósperos en 1800 (a pesar de que los ingresos en el Congo apenas han cambiado en los últimos doscientos años). De hecho, cada vez más países están accediendo a la tierra de la abundancia, en la parte superior derecha del diagrama, donde los ingresos medios ahora superan los 20.000 dólares y la esperanza de vida está por encima de los setenta y cinco años.

Fuente: Gapminder.org

La utopía medieval

El pasado era sin duda implacable, y por lo tanto es lógico que la gente soñara con un tiempo en que las cosas mejorarían.

Uno de los sueños más vívidos era el de la tierra de leche y miel conocida como el País de Cucaña o Jauja. Para llegar allí, primero tenías que devorar arroz con leche durante tres millas. Pero el esfuerzo merecía la pena, porque al llegar a Cucaña te encontrabas en una tierra donde fluía el vino por los ríos, los gansos asados volaban al alcance de la mano, en los árboles crecían panqueques y del cielo llovían tartas calientes y pasteles. Campesinos, artesanos, clérigos: todos eran iguales y disfrutaban juntos bajo el sol.

En Cucaña, la tierra de la abundancia, la gente nunca discutía. Al contrario, todos estaban de juerga, bailaban, bebían y practicaban el sexo libremente.

«Para la mentalidad medieval —escribe el historiador holandés Herman Pleij—, la Europa occidental moderna se parece mucho a una Cucaña auténtica. Hay comida rápida disponible las veinticuatro horas del día, aire acondicionado, amor libre, ingresos sin trabajar y cirugía plástica para prolongar la juventud.»4 En la actualidad, hay más gente en el mundo aquejada de obesidad que de hambre.5 En Europa occidental, la tasa de homicidios es 40 veces inferior, en promedio, a la de la Edad Media, y si se dispone del pasaporte adecuado, se tiene garantizada una impresionante red de seguridad social.6

Tal vez ése sea también nuestro mayor problema

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