El murmullo

Belén Gopegui

Fragmento

Nota

Nota

El 1 de marzo de 2019 defendí en una universidad pública la tesis que está en el origen de este ensayo. He indagado menos en lo que cuenta la autoayuda y más en lo que cuenta con lo que cuenta, qué angustias, autoengaños y necesidades muestra; también en si es posible intervenir en los propósitos del género.

«Y pasó que pasó el tiempo, y sin comerlo ni beberlo, me tragó», canta Dani Umpi. Lo adaptamos al plural: nos tragó, con una pandemia que soplaba sobre un mundo desigual, multiplicaba el dolor y hacía aflorar el problema de lo que ha dado en llamarse «salud mental», o falta de esa salud en una forma de organización económica y social que derriba con una mano lo que supuestamente quiere sostener con la otra, vidas vivibles. Algunos temas apuntados en la segunda parte en relación con la necesidad de reforzar el sistema sanitario público, universal, de calidad y gratuito mostraron sus aristas más afiladas cuando el negocio, las carencias impuestas y la irresponsabilidad política dejó sin protección, entre otras, a miles de personas ancianas.

En estos años he modificado algunos puntos de vista y he tenido noticia de obras que habría querido incluir. Menciono varias en las notas o en el texto, otras faltan. Lo que se presenta no es un trabajo académico, sino la caleidoscópica historia de una indagación escrita por muchas manos. He corregido y aligerado las piezas de ese caleidoscopio cuyo director permitió ya que naciera un tanto a su aire, y he abreviado e incluido, a modo de prólogo, el texto con que en su día defendí la tesis.

«Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes», se aconsejaba en una película, y pronto la autoayuda se lo apropió como un lema para el ámbito empresarial. Pero cuando cae la noche, cuando el viento mueve la ropa mojada y las palabras no bastan, cuando nada puede aliviar lo que pasó y lo que no pasó, y un clima de urgencia se estrella contra las vidas, comienza a perfilarse una comunidad de intentos. Tentamos con las manos y con el pensamiento lo que no vemos todavía, probamos hacia dentro y con palabras lo que aún no son actos. Poco a poco se dibujan formas de trastocar aquello que nos destruye; no es un hazlo, es un hagámoslo.

La defensa

La defensa

Buenos días y gracias por su presencia aquí.

Permítanme comenzar con un fragmento de un poema de Paulo Leminsky, en traducción de Aníbal Cristobo:

Mínimo templo

para un dios pequeño,

aquí os guarda,

en vez del dolor que peno,

mi extremo ángel de vanguardia.[1]

Vengo con él a recordar que hay en el dolor, también en el leve del que se ocupa esta tesis, un ímpetu más acá o más allá del lamento, y que las y los dolientes son, al margen de cualquier acepción religiosa o esotérica, y sin la sombra de la sombra de un asomo de justificación del sufrimiento, nuestros extremos ángeles de vanguardia.

La tesis que hoy vamos a defender trata en parte de lo que es contar: de a quién se cuenta, de quién lo cuenta y de qué se cuenta. Voy, pues, a defenderla hablando de este acto, de a quiénes cuento, de quién les cuenta y, por fin, de lo contado.

¿A quiénes cuento?

Nos hallamos en un acto académico que tiene lugar en la universidad pública. Me dirijo a un tribunal, un órgano colectivo en este caso. Procedentes de distintos ámbitos, la filosofía, la psicología y la literatura, las personas que lo componen representan, a su vez, a una comunidad más amplia cuyas funciones son la producción de conocimiento nuevo y la docencia, que busca responder a la pregunta «en qué condiciones decimos de una proposición que es verdadera», e indaga, a veces, en cómo dar significado, quizá sentido, a la experiencia.

Me dirijo, además, al director de esta investigación y a otras personas que nos acompañan. No son solo personas invitadas, sino que con su presencia participan del carácter público del acto, actúan como testigos y son parte de la comunidad sin la cual me habría sido imposible escribir este trabajo.

En todo discurso está implícita una tercera persona que sustenta el marco ético y normativo de lo que se está diciendo. No suele ser homogénea y no es el tema de la tesis, pero quiero caracterizar a la de hoy por un rasgo: la confianza en el deber ser de la universidad pública, una institución que si bien, día tras día, está siendo puesta en manos del mercado, en sus orígenes y en su sentido debería ayudar a hacer una sociedad más igualitaria, mejor. Y debería ser común, en la medida en que lo público ha de defenderla, precisamente, contra los intereses espurios que pretenden poner lo conveniente para grupos privilegiados por encima del conocimiento y de la crítica que requiere. Esa tercera persona se dispone, imagino, a custodiar el sentido de este acto.

En la figura destinataria de cada discurso empieza la construcción de su tono, de lo que se escoge y lo que se aparta, lo que se subraya y lo que se deja caer. El tono es también la forma en que vibran mis cuerdas vocales al dirigirme aquí y ahora a ustedes. Y transmite cierto nerviosismo. Mientras que no les impida entender lo que digo, creo que hay algo bueno en ello, pues obedece a que quisiéramos haber llevado a cabo un trabajo útil para la comunidad que representan. Es un tono de gratitud hacia las personas, la vida y las instituciones que han hecho posible esta investigación. Es un tono de batalla, puesto que esta tesis se embarca en un proyecto crítico y contiene, por tanto, un intento de refutación, no solo, nunca es solo, personal, de algunos enunciados vigentes.

Presento ahora a quien les habla y sus razones.

Llevo más de veinticinco años dedicada a la escritura de novelas. Es propio del mundo literario, aunque no siempre suceda así, un cierto desdén por la teoría. Hoy la literatura parece privilegiar lo que se ha dado en llamar «expresividad», con todas sus connotaciones de espontaneísmo y autenticidad, frente a la deliberación, la aplicación, el diálogo crítico y la posible refutación de modelos aprendidos. En mis novelas y artículos he cuestionado qué pueda ser lo auténtico en una sociedad no neutral, dividida, y cuyos fines han sido fijados por quienes adquirieron con violencia y sin justicia la capacidad de hacerlo. De nuevo, cuando digo «he cuestionado» no me refiero solo a la persona que les habla, sino a la intersección que soy de otros muchos proyectos, vidas, colectividades críticas, que han ido haciendo posible el nacimiento de los textos.

Viene esto a cuento de que no s

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