La broma infinita

David Foster Wallace

Fragmento

AÑO DE GLAD

AÑO DE GLAD

Estoy sentado en una sala, rodeado de cabezas y de cuerpos. Mi postura es conscientemente congruente con la forma de mi dura silla. Es una fría habitación en la administración de la universidad con las paredes forradas de madera, con cuadros al estilo Remington, y ventanas dobles que la protegen de la canícula de noviembre. Los ruidos administrativos quedan aislados por la sala de recepción por la que acabamos de entrar el tío Charles, el señor DeLint y yo.

Yo estoy aquí dentro.

Tres rostros perentorios se sitúan encima de sendas americanas ligeras de verano y anchas corbatas de seda en la otra punta de una pulida mesa de conferencias de pino que brilla con la luz cual telaraña del atardecer de Arizona. Son tres decanos: el de admisiones, el de asuntos académicos y el de asuntos deportivos. No sé qué rostro pertenece a quién.

Creo estar dando una imagen neutra, quizá incluso agradable, aunque se me ha aconsejado que es preferible que ande por la senda de la neutralidad y que ni siquiera intente lo que a mí me parecería una expresión amable o una sonrisa.

Me he decidido por cruzar las piernas, espero que cuidadosamente, el tobillo sobre la rodilla, las manos juntas sobre los pantalones. Tengo los dedos entrelazados en una sucesión especular de lo que a mí me parece una letra equis. El personal restante de la sala de entrevistas incluye a: el director de redacción de la universidad, el entrenador del primer equipo de tenis y A. DeLint, prorrector de mi academia. A mi lado está C.T.; los demás están respectivamente sentados, de pie y de pie en la periferia de mi visión. El entrenador de tenis juguetea con unas monedas. Hay algo vagamente estomacal en el olor de la habitación. La suela de alta tracción de mi maravillosa zapatilla Nike corre paralela al bamboleante zapatón deportivo del hermanastro de mi madre, presente en su condición de director de estudios de mi escuela, sentado en la que espero que sea la silla de mi derecha y también de cara a los decanos.

El decano de la izquierda, un hombre flaco y amarillento cuya sonrisa invariable tiene sin embargo la calidad inmanente de algo estampado en un material nada receptivo, es de un tipo de personalidad que últimamente he llegado a apreciar, del tipo que aplaza la necesidad de que yo responda o explique cualquier cosa porque él mismo se encarga de dar mi versión de la historia en mi nombre. Y me la cuenta a mí. El decano del medio, una especie de león en decadencia, le pasa una pila de hojas de ordenador y él parece hablarle al papel, con una sonrisa disimulada.

–Usted es Harold Incandenza, dieciocho años, fecha de graduación aproximadamente dentro de un mes, asiste a la Academia Enfield de Tenis, en Enfield, Massachusetts, un internado en el cual reside. –Sus gafas de lectura son rectangulares, con forma de cancha de tenis, con las líneas de banda de esa cancha por encima y por debajo–. Según el entrenador White y el decano (ilegible), es usted un jugador de tenis listado en los rankings junior locales, nacionales y continentales, un atleta con potencial suficiente para ser miembro de la ONANCAA, una promesa en bruto, reclutado por el entrenador White mediante correspondencia con el doctor Tavis… de febrero de este año. –Quita la primera página y la pone cuidadosamente al final de la pila–. Reside en la Academia Enfield de Tenis desde que tiene siete años.

No me atrevo a rascarme el lado derecho de la mandíbula, donde tengo un lobanillo.

–El entrenador White ha informado a nuestra oficina de que tiene en alta estima el programa y los logros de la Academia Enfield de Tenis y que el equipo de tenis de la Universidad de Arizona se ha beneficiado con la matriculación de varios ex alumnos de la AET, uno de los cuales fue el señor Aubrey F. DeLint, quien hoy está aquí, a su lado. El entrenador White y su equipo nos han proporcionado…

La forma de expresarse del amarillento administrador carece de toda distinción, aunque debo admitir que se hace comprender. El director de redacción parece tener una cantidad de cejas mayor de lo normal. El decano de la derecha me mira a la cara de una forma un tanto rara.

Tío Charles les está diciendo que aunque puede anticipar que acaso los decanos puedan estar predispuestos a considerar lo que él afirme como el discurso de una especie de cheerleader de la AET, él, de cualquier modo, no puede menos de asegurar a los decanos presentes en esta sala que lo que se acaba de afirmar es la pura verdad y que en este mismísimo momento la academia tiene como residentes a no menos de un tercio de los treinta primeros top juniors del continente y de todas las edades posibles, y que yo aquí presente, a quien se me llama normalmente «Hal», estoy «en la cima, entre la mismísima crema». Los decanos de la derecha y la izquierda sonríen con aire profesional; DeLint y el entrenador inclinan sus cabezas mientras el decano de la izquierda se aclara la garganta.

–… creo que usted bien podría hacer, incluso en su primer año, una sólida contribución al equipo de tenis de esta universidad. Nos congratulamos –dice o lee apartando una página– de que un torneo local le haya traído aquí y nos haya dado la oportunidad de reunirnos y hablar sobre su solicitud de ingreso, y su posible admisión, matriculación y beca.

–Se me ha pedido que añada que Hal, aquí presente, ha sido clasificado en singles como el tercer cabeza de serie en el prestigioso torneo WhataBurger Southwest Junior Invitational para menores de dieciocho años en el Randolph Tenis Center –dice quien imagino que es el de asuntos deportivos, uno de cabeza gacha con pecas en la calva.

–Sí, el que está en el parque Randolph, cerca del famoso El Con Marriott –inserta C.T.–, un club del que hasta la fecha todo el mundo ha coincidido en declarar de primerísima clase, y que…

–Bien dicho, Chuck, y también que, de acuerdo con Chuck, Hal ya ha justificado su clasificación al llegar esta mañana a las semifinales con una victoria al parecer impresionante, y que mañana volverá a jugar contra el ganador del partido de cuartos de final de esta noche; creo que será mañana a las ocho y media en punto…

–Trata de ponerte por delante antes de que te dé de lleno el maldito calorazo que hace por estos lares. Aunque, por supuesto, es un calor seco.

–… y parece que ya se ha clasificado para participar en el Continental Indoors del próximo invierno en Edmonton, según me ha dicho Kirk –dice inclinando el cuerpo hacia delante para levantar la mirada y dirigirse al entrenador que está a la izquierda, cuya sonrisa permite vislumbrar unos dientes relucientes sobre un violento bronceado de fondo–. Lo que no es moco de pavo, diría yo. –Sonríe y me dirige la mirada–. ¿So

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