Vindicación de los derechos de la mujer (Serie Great Ideas 19)

Mary Wollstonecraft

Fragmento

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Introducción

Después de considerar el transcurrir histórico y observar el mundo viviente con ansiosa solicitud, las emociones más melancólicas de triste indignación han afligido mi espíritu; he suspirado cuando me he visto obligada a confesar que la Naturaleza ha hecho una gran diferencia entre un hombre y otro, o que la civilización que hasta ahora ha habido en el mundo ha sido muy parcial. He revisado diversos libros sobre educación y he observado pacientemente el comportamiento de los padres y la administración de las escuelas; pero ¿cuál ha sido el resultado? La profunda convicción de que la educación descuidada de mis compañeras es la gran fuente de desgracia que deploro, así como de que a las mujeres, en particular, se las hace débiles y desgraciadas por una variedad de causas concurrentes, derivadas de una conclusión precipitada. El comportamiento y la forma de ser de las mujeres, de hecho, prueban con claridad que sus mentes no se encuentran en un estado saludable, pues, como ocurre con las flores plantadas en una tierra demasiado rica, la fortaleza y la utilidad se sacrifican a la belleza; y las ostentosas hojas se marchitan una vez que han complacido a una mirada quisquillosa, ignoradas sobre su tallo, mucho antes de la estación en que tendrían que haber llegado a su madurez. Atribuyo una de las causas de esta floración estéril a un sistema de educación falso, tomado de los libros que sobre el tema han escrito hombres que, al considerar a las mujeres más como tales que como criaturas humanas, se han afanado más en hacer de ellas damas seductoras que esposas afectuosas y madres racionales. El entendimiento del sexo ha sido embaucado hasta tal punto por este homenaje engañoso que las mujeres civilizadas del presente siglo, con unas pocas excepciones, sólo ansían inspirar amor, cuando debieran albergar una ambición más noble y exigir respeto por sus capacidades y virtudes.

Por lo tanto, en un tratado acerca de los derechos y conductas de la mujer, no se deben pasar por alto las obras que se han escrito expresamente para su perfeccionamiento, en particular, cuando se afirma en términos directos que las mentes femeninas se hallan debilitadas por un falso refinamiento; que los libros de instrucción escritos por hombres de talento han tenido la misma inclinación que las obras más frívolas; y que, en un verdadero estilo mahometano, se las trata como seres subordinados y no como parte de la especie humana, a la par que se admite que la razón perfectible es la noble distinción que eleva al hombre sobre la creación animal y pone en esa mano débil un cetro natural.

No obstante, por el hecho de que sea mujer no debería llevar a mis lectores a suponer que pretendo agitar con violencia el discutido tema respecto a la igualdad o inferioridad del sexo, si bien, como se presenta en mi camino y no puedo pasarlo por alto sin exponer a malinterpretación la principal inclinación de mi razonamiento, me detendré un momento para exponer mi opinión en pocas palabras. En el reino del mundo físico se puede observar que la mujer es, en cuanto a fuerza, en general, inferior al hombre. Ésta es la ley de la naturaleza y no parece que vaya a ser suspendida o derogada en favor de la mujer. No puede, pues, negarse cierto grado de superioridad física, ¡y ésta constituye una prerrogativa noble! Pero, no contentos con esta preeminencia natural, los hombres se empeñan en hundirnos todavía más, simplemente para convertirnos en objetos atractivos para un rato; y las mujeres, obnubiladas por la adoración que bajo la influencia de sus sentidos les muestran los hombres, no tratan de obtener un interés duradero en sus corazones o de convertirse en las amigas de sus semejantes, que buscan entretenimiento en su compañía.

Soy consciente de una inferencia obvia: he oído exclamaciones contra las mujeres masculinas provenientes de todas partes, pero ¿dónde se encuentran? Si con esta denominación los hombres quieren arremeter contra su pasión por la caza, el tiro y el juego, me uniré de la forma más cordial al clamor; pero si es en contra de la imitación de las virtudes masculinas o, hablando con mayor propiedad, del logro de aquellos talentos y virtudes cuyo ejercicio ennoblece el carácter humano, y eleva a las mujeres en la escala de los seres animales, cuando comprensivamente se las califica de humanidad, creo que todos aquéllos que las observan con una mirada filosófica tienen que desear conmigo que se vuelvan cada día más y más masculinas.

Esta discusión divide, de modo natural, el tema. En primer lugar, consideraré a las mujeres a grandes rasgos, en tanto que criaturas humanas que, en común con los hombres, se encuentran en la tierra para desarrollar sus facultades; y, posteriormente, subrayaré de forma más particular su peculiar destino.

Deseo igualmente evitar un error en el que han caído muchos escritores respetables, pues la instrucción que hasta ahora ha sido dirigida a las mujeres se ha aplicado más bien a las damas, exceptuando los pequeños e indirectos consejos que se han difundido a través de Sandford and Merton; si bien, al dirigirme a mi sexo en un tono más firme, presto una especial atención a las de la clase media, porque parecen hallarse en el estado más natural. Quizá las semillas del falso refinamiento, la inmoralidad y la vanidad han sido sembradas por la nobleza. Seres débiles y artificiales, situados por encima de los deseos y afectos comunes de su raza de modo prematuro y antinatural, socavan los cimientos mismos de la virtud, ¡y expanden la corrupción por toda la sociedad! Como clase de la humanidad, tienen el mayor derecho a la piedad; la educación de los ricos tiende a hacerlos vanidosos y desvalidos, y la mente en expansión no se fortalece mediante la práctica de aquellos deberes que dignifican el carácter humano. Sólo viven para divertirse, y, por la misma ley que en la naturaleza produce invariablemente ciertos efectos, pronto sólo obtienen diversiones estériles.

Pero, como me propongo adoptar una visión separada de los diferentes niveles de la sociedad y del carácter moral de las mujeres en cada uno de ellos, por el momento esta mención es suficiente. Y sólo he aludido a este tema porque me parece que la esencia misma de una introducción es proporcionar una explicación superficial de los contenidos de la obra que se presenta.

Espero que mi propio sexo me disculpe si trato a las mujeres como criaturas racionales en vez de halagar sus encantos fascinantes y considerarlas como si estuvieran en un estado de eterna infancia, incapaces de valerse por sí mismas. Deseo de veras mostrar en qué consiste la verdadera dignidad y la felicidad humana. Deseo persuadir a las mujeres para que intenten adquirir fortaleza, tanto de mente como de cuerpo, y convencerlas de que las frases suaves, la sensibilidad de corazón, la delicadeza de sentimientos y el gusto refinado son casi sinónimos de epítetos de la debilidad, y que aquellos seres que son sólo objetos de piedad, y de esa clase de amor que ha sido denominada como su hermana, pronto se convertirán en objetos de desprecio.

Desec

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