Contra las elecciones

David Van Reybrouck

Fragmento

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1

SÍNTOMAS

 

 

 

ENTUSIASMO Y DESCONFIANZA: LA PARADOJA DE LA DEMOCRACIA

 

Con la democracia ocurre algo curioso: todo el mundo la desea, pero no hay nadie que crea en ella. Cuando se analizan estadísticas internacionales al respecto, se constata que cada vez son más las personas que se proclaman partidarias de este sistema político. La Encuesta Mundial de Valores, un proyecto de investigación internacional a gran escala, encuestó durante varios años a más de 73.000 personas de 57 países que representaban cerca del 85 por ciento de la población mundial. A la pregunta de si la democracia es un buen sistema de gobierno para dirigir el país, nada menos que el 91,6 por ciento de los entrevistados respondió de forma positiva[1]. Nunca antes la proporción de población mundial favorable al concepto de democracia había sido tan grande.

Un entusiasmo así resulta espectacular, más aún si se tiene en cuenta que hace apenas setenta años la democracia se encontraba en una situación bastante crítica. Al final de la Segunda Guerra Mundial, a causa del fascismo, el comunismo y el colonialismo, el mundo apenas contaba con 12 democracias plenas[2]. Esta cifra se ha incrementado paulatinamente. En 1972 había 44 Estados libres[3] y en 1993 ya eran 73. Hoy en día existen 117 democracias electorales en un total de 195 países, el 90 por ciento de los cuales se consideran, en la práctica, Estados libres. Nunca en la historia hubo tantas democracias y nunca antes este sistema de gobierno tuvo tantos seguidores como en la actualidad[4].

Con todo, ese entusiasmo está disminuyendo. Los datos de la Encuesta Mundial de Valores evidenciaron, precisamente, que en los últimos diez años ha aumentado la demanda de líderes fuertes que «no se deban ni a las elecciones, ni al Parlamento» y que la confianza en Parlamentos, Gobiernos y partidos políticos se encuentra en un nivel históricamente bajo[5]. Puede decirse que existe una inclinación favorable hacia la noción de democracia, pero no hacia su práctica, o, en cualquier caso, no hacia la práctica que se hace de ella.

Este retroceso es atribuible, en parte, a las democracias recientes. Veinte años después de la caída del Muro el desengaño es especialmente grande en algunos de los países que en su tiempo fueron parte del bloque del Este. También la Primavera Árabe parece sufrir canícula democrática. Es más, incluso en países donde llegaron a celebrarse elecciones (como Túnez y Egipto) muchos empiezan a descubrir el lado oscuro de este nuevo sistema de gobierno. Es lamentable constatar que, tras entrar en contacto con la democracia, los ciudadanos aprenden que su aplicación práctica a menudo no se corresponde con la visión idealizada que tenían de ella, sobre todo cuando el proceso de democratización conlleva violencia, corrupción y declive económico.

Sin embargo, esta no es la única explicación. También las democracias afianzadas se enfrentan a señales confusas de atracción y rechazo. En ningún lugar esta paradoja es más llamativa que en Europa. A pesar de que el concepto de democracia tiene raíces históricas y que hoy en día goza de un apoyo masivo, la confianza en las instituciones democráticas reales se está reduciendo de manera notable. En otoño de 2012 el Eurobarómetro, el departamento de análisis oficial de la Unión Europea, indicó que apenas un 33 por ciento de sus ciudadanos confiaba en la Unión Europea. (En 2004 era el 50 por ciento.) El grado de confianza en los Parlamentos nacionales y en los Gobiernos resultó ser aún más bajo, situándose en el 28 y el 27 por ciento respectivamente[6]. Se trata de las cifras más bajas alcanzadas en años. En la actualidad, entre dos tercios y tres cuartas partes de la población recela de las instituciones más importantes de su ecosistema político. En cualquier caso, y pese a que un cierto grado de escepticismo es propio de la ciudadanía crítica, es legítimo preguntarse qué dimensiones puede llegar a alcanzar esta desconfianza y si la sana suspicacia llegará a convertirse en una clara aversión.

Cifras recientes revelan de forma muy gráfica que la desconfianza se percibe en toda Europa. La actitud no se circunscribe solo a la política formal, sino que se extiende también a servicios públicos como el postal, la sanidad y la red de ferrocarriles. La confianza política solo es un aspecto de un ámbito más amplio. En cualquier caso, si nos centramos en las instituciones democráticas, salta a la vista que los partidos políticos son los que acaparan, con diferencia, el mayor grado de desconfianza (los ciudadanos de la UE les otorgan una puntuación media de 3,9 sobre 10); seguidos de los Gobiernos (un 4 sobre 10), los Parlamentos (4,2 sobre 10) y por último la prensa (4,3 sobre 10)[7].

De todos modos, la desconfianza es recíproca. El investigador neerlandés Peter Kanne presentó en 2011 cifras interesantes sobre cómo percibían los partidos políticos de La Haya a la sociedad de su país. El 87 por ciento de la élite gubernamental de los Países Bajos se considera a sí misma innovadora, amante de la libertad y con orientación internacional; sin embargo, un 89 por ciento piensa que el pueblo tiene una actitud tradicional, nacionalista y conservadora[8]. Así pues, a grandes rasgos, los políticos parten de la premisa de que los ciudadanos se rigen por unos valores distintos —en su opinión, menos elevados— que los suyos. Nada indica que esas cifras no se puedan aplicar también a otras partes de Europa.

Volvamos a los ciudadanos. A menudo, para explicar el aumento de su recelo se menciona la apatía. Según parece, el individualismo y el consumismo han socavado hasta tal punto el compromiso crítico del ciudadano que su fe en la democracia se ha convertido en indiferencia. Hoy en día, a lo sumo, juguetea con ella con indiferencia y desgana, y prefiere cambiar de tema en cuanto surge alguna cuestión política. Se dice entonces que el ciudadano desconecta de la política. Sin embargo, tal cosa no concuerda en absoluto con los hechos. Es cierto que hay mucha gente que se interesa muy poco por la política, pero esa parte de la población siempre ha existido. No se puede hablar de una reciente disminución del interés por la política. De hecho, un estudio demuestra precisamente que el interés por ella es mayor que nunca: en la actualidad se habla más que antes de política con los amigos, la familia y los compañeros de trabajo[9].

De modo que no se trata de una oleada repentina de apatía. Aun así, ¿esto nos debería tranquilizar? Precisamente esa es la cuestión. Un tiempo en que el interés por la política aumenta pero la confianza en ella disminuye es un tiempo con cierto componente explosivo. Significa que crece la brecha entre lo que piensa el ciudadano y lo que este ve hacer al político, es decir, entre lo que el ciudadano c

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