Buena economía para tiempos difíciles

Abhijit Banerjee
Esther Duflo

Fragmento

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1

HAGAMOS QUE LA ECONOMÍA SEA GRANDE OTRA VEZ

 

 

 

 

Un médico le dice a su paciente que solo le queda medio año de vida. El médico le aconseja casarse con un economista y mudarse a Dakota del Sur.

PACIENTE: ¿Curará eso mi enfermedad?

MÉDICO: No, pero el medio año se le hará bastante largo.

 

 

Vivimos en una época de polarización creciente. De Hungría a India, de Filipinas a Estados Unidos, de Reino Unido a Brasil, de Indonesia a Italia, el debate público entre la izquierda y la derecha se ha vuelto cada vez más un ruidoso intercambio de insultos, en el que las palabras estridentes, usadas de manera gratuita, dejan muy poco espacio a los cambios de opinión. En Estados Unidos, donde vivimos y trabajamos, el voto a diferentes partidos en unas mismas elecciones está en el nivel más bajo desde que hay registros.[1] El 81 por ciento de quienes se identifican con un partido tiene una opinión negativa del otro.[2] El 61 por ciento de los demócratas dice que considera que los republicanos son racistas, sexistas e intolerantes. El 54 por ciento de los republicanos llama despreciables a los demócratas. Un tercio de los estadounidenses se sentiría decepcionado si un familiar cercano se casara con alguien del otro bando.[3]

En Francia e India, los otros dos países en los que pasamos mucho tiempo, el auge de la derecha política se discute, en el mundo de élite «ilustrado» y liberal en el que vivimos, en términos cada vez más apocalípticos. Hay un claro sentimiento de que la civilización tal como la conocemos, basada en la democracia y el debate, se encuentra amenazada.

Como científicos sociales, nuestro trabajo es proporcionar hechos e interpretaciones de hechos con la esperanza de que puedan ayudar a mediar en esas divisiones, a que cada bando entienda lo que dice el otro, y de este modo llegar a un desacuerdo razonado, si no a un consenso. La democracia puede coexistir con las discrepancias, siempre que los dos lados se respeten. Pero el respeto requiere cierta comprensión.

Lo que hace que la situación actual sea particularmente preocupante es que el espacio para ese debate parece estar reduciéndose. Parece que hay una «tribalización» de las opiniones, no solo sobre política, sino sobre cuáles son los principales problemas sociales y qué hacer con ellos. Una encuesta a gran escala descubrió que las opiniones de los estadounidenses sobre una amplia variedad de asuntos se agrupaban como racimos de uva.[4] Las personas que comparten algunas creencias centrales, por ejemplo, sobre los roles de género o si el trabajo duro siempre conduce al éxito, parecen tener las mismas opiniones sobre una serie de asuntos, de la inmigración al comercio, de la desigualdad a los impuestos o el papel del Gobierno. Estas creencias centrales son mejores predictores de sus opiniones políticas que sus ingresos, su grupo demográfico o dónde viven.

En cierto sentido, estos asuntos ocupan un lugar destacado en el discurso político, y no solo en Estados Unidos. La inmigración, el comercio, los impuestos y el papel del Gobierno son igualmente cuestionados en Europa, India, Sudáfrica o Vietnam. Pero con demasiada frecuencia las opiniones sobre ellos se basan por completo en la afirmación de unos valores personales específicos («Estoy a favor de la inmigración porque soy una persona generosa», «Estoy en contra de la inmigración porque los migrantes amenazan nuestra identidad como nación»). Y cuando algo reafirma estos puntos de vista, es a través de cifras ficticias y de una lectura de los hechos muy simplista. En realidad, nadie piensa demasiado en los problemas en sí.

Esto es bastante desastroso, porque parece que hemos caído en tiempos difíciles. Los prósperos años de crecimiento global, alimentados por la expansión del comercio y el extraordinario éxito económico de China, pueden haberse acabado, entre la desaceleración del crecimiento de China y las guerras comerciales que se desatan en todas partes. Los países que progresaron con esa corriente de desarrollo —en Asia, África y América Latina— empiezan a preguntarse qué será lo próximo para ellos. Por supuesto, en la mayoría de las naciones del Occidente rico a estas alturas el crecimiento lento no es nada nuevo, pero lo que hace particularmente preocupante la situación es la rápida descomposición del contrato social que observamos en todos esos países. Parece que hemos regresado al mundo dickensiano de Tiempos difíciles, con los ricos enfrentándose a unos pobres cada vez más alienados, sin una solución a la vista.[5]

En la crisis actual, las preguntas sobre economía y políticas económicas son centrales. ¿Se puede hacer algo para estimular el crecimiento? ¿Debería ser eso siquiera una prioridad en el Occidente rico? ¿Y qué más? ¿Qué pasa con el rápido incremento de la desigualdad en todas partes? El comercio internacional, ¿es el problema o la solución? ¿Cuáles son sus efectos en la desigualdad? ¿Cuál es el futuro del comercio? ¿Pueden los países con costes laborales más baratos llevarse la manufactura global de China? ¿Y qué ocurre con la migración? ¿Hay realmente demasiada migración poco cualificada? ¿Y las nuevas tecnologías? Por ejemplo, ¿deberíamos preocuparnos por el auge de la inteligencia artificial (IA) o celebrarla? Y, tal vez lo más urgente, ¿cómo puede ayudar la sociedad a todas esas personas a las que los mercados han dejado atrás?

Las respuestas a estos problemas no caben en un tuit. De modo que existe el impulso de simplemente rehuirlos. Y, en parte, como resultado, los países están haciendo muy poco para solucionar los desafíos más urgentes de nuestro tiempo; continúan alimentando la rabia y la desconfianza que nos polarizan, lo cual hace que seamos aún más incapaces de hablar, de pensar juntos, de hacer algo al respecto. Con frecuencia parece un círculo vicioso.

Los economistas tienen mucho que decir sobre estos grandes problemas. Estudian la inmigración, para ver cómo influye en los salarios; los impuestos, para determinar si desincentivan el emprendimiento; la redistribución, para averiguar si fomenta la pereza. Piensan sobre lo que ocurre cuando los países comercian, y cuentan con predicciones útiles para saber quiénes podrían ser los ganadores y los perdedores. Han trabajado mucho para comprender por qué algunos países crecen y otros no, y qué pueden hacer los gobiernos para ayudar, si es que pueden hacer algo. Recopilan datos sobre qué hace que la gente sea generosa o recelosa, qué hace que una persona deje su casa por un lugar desconocido, cómo las redes sociales se aprovechan de nuestros prejuicios.

Resulta que lo que la investigación más reciente tiene que decir es a menudo sorprendente, sobre todo para quienes están habituados a las respuestas trilladas de los «economistas» de la televisión y los

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