No society

Christophe Guilluy

Fragmento

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En sintonía con las élites, los políticos siguen insistiendo en el mito de una clase media integrada y en fase de ascensión social. La vaguedad del concepto de clase media permite una confusión de clase entre los perdedores y los beneficiados del modelo económico, los proletas y los bobos (contracción de burgués y bohemio, clase dominante que vive en barrios gentrificados de las grandes ciudades), que, en su mayoría, aún creen formar parte de esta clase. ¿De qué nos están hablando los políticos cuando mencionan la «paliza fiscal a las clases medias»? Según las estadísticas, las clases medias representan entre el 50 y el 70 % de la población.[4] ¿Todas esas categorías comparten el mismo destino? Llamar la atención sobre ese grupo mayoritario e integrado también permite destacar los grupos de los márgenes, o sea, los pobres y los ricos, sin cuestionar lo esencial: la implosión de un modelo que ya no integra a las clases populares, es decir, a las categorías que antes constituían la base de la clase media occidental y compartían sus valores.

En general, mencionar ciertos efectos negativos de la globalización no plantea ningún problema, siempre y cuando solo se mencione a los grupos marginales. La desaparición de la clase obrera, víctima de la industrialización, o la relegación de las minorías son, por ejemplo, temas consensuados. También uno se puede lamentar sin mayores consecuencias del elevado número de pobres y, al contrario, indignarse por el enriquecimiento del 1 % (o del 0,1 %) de los más ricos de entre nosotros. Aunque apuntan a ciertas derivas del modelo, estos datos no ponen en cuestión lo esencial: la permanencia de una clase media mayoritaria. Así que, implícitamente, validan el modelo económico existente. La clase media solo sería de esta manera una clase en mutación, en vías de adaptarse a las nuevas normas económicas y sociales de una sociedad mundializada. Además, los políticos y los expertos prefieren usar siempre los términos «mutación» o «transición», mejor que otros demasiado punzantes como «ruptura» o «fractura». Esta neolengua[5] «de transición» o «mutacional» permite ocultar oportunamente bajo la alfombra la misma idea de intereses de clase divergentes.

El mundo, las sociedades occidentales, están en mutación, en evolución, y casi se podría decir que están progresando, ya que, como dice una manida frase, «al progreso no hay quien lo pare». «Esta metafísica del progreso y del movimiento»[6] es la de la clase dominante, de la nueva burguesía. Ha permitido justificar todas las reformas económicas y sociales desde hace un siglo en nombre del bien común. Aunque ciertas categorías minoritarias parecen temporalmente excluidas de ese movimiento positivo, solo son excepciones y así validan un modelo económico y social globalmente «inclusivo». ¡Vaya! De manera que, aunque la clase obrera se ha quedado descolgada, la clase media, en el sentido de una clase social mayoritaria e integrada económica y culturalmente, se ha adaptado y se beneficia de las ventajas que ya están en marcha hacia el progreso. Así, mientras que los investigadores hablan desde hace décadas de la implosión o de la pulverización de la clase media, extrañamente parece que la mayoría de la población occidental siga bien acoplada a una sociedad en mutación.

Con excepciones, este es el análisis que hacen las clases política, mediática y académica. Análisis que transmite una representación social tranquilizadora y políticamente correcta: la de una mayoría de incluidos y una minoría de excluidos que, gracias a políticas benignas de inclusión (¡la caridad!), mañana disfrutarán de un modelo necesariamente integrador.

Como la geografía sirve para hacer la guerra,[7] la aparición continua en los medios de los guetos de las grandes ciudades y de la crisis de las banlieues —los barrios marginales— ha servido de decorado para esta construcción social, poniendo en primer plano los territorios disfuncionales en los márgenes y haciendo invisibles las demás zonas. Durante mucho tiempo se ha acunado a la opinión pública con este cuento para niños, tranquilizador para unas sociedades occidentales cada vez más infantilizadas. Mejor aún, incluso les ofrecía a unas categorías populares objetivamente debilitadas una seguridad: la de seguir formando parte de la historia.

La realidad ha venido a desmentir esta fábula sobre la paulatina mutación de las sociedades occidentales y de la clase media: ahora la ha sustituido la masacre de los que ayer constituían la base de esa categoría antes mayoritaria. Después de los obreros, los empleados y los campesinos, hoy son las profesiones intermedias y los jubilados los que sufren los efectos negativos de la globalización. Los territorios conflictivos ya no son solo los arrabales de los guetos o de la desindustrialización, sino también ciudades de tamaño medio, ciudades pequeñas, las «zonas suburbanas castigadas»,[8] zonas rurales. Esta geografía social, muy diversa, tanto urbana como rural, situada en zonas de empleos ruralo-industriales, pero también residenciales y poco dinámicas, representa un nuevo mundo: el de las periferias. Situado al margen de los territorios que concentran lo esencial del empleo y de las riquezas (las metrópolis y las zonas turísticas privilegiadas gracias a la burguesía metropolitana), hoy en día el mundo de las periferias acoge a la mayoría de los grupos que antes constituían la base de la clase media.

Es a partir de esas zonas y de esa base social que la marea populista que desde hace veinte años recorre Occidente se refuerza sin cesar. Desde Francia a Estados Unidos, de Gran Bretaña a Italia, de Alemania a Escandinavia, la dinámica populista responde a la misma geografía, las periferias urbanas y rurales, y a la misma sociología, las categorías modestas que antes representaban la mayoría de la clase media. Así, este poderoso movimiento cultural revela el gran secreto de la globalización: la desaparición de la clase media occidental.

Fiel a su estrategia de evasivas o de negación, la clase con más poder ha procurado minimizar esta contestación del orden dominante presentándola como la reacción irracional, marginal, de una minoría de deplorables,[9] de obreros o analfabetos funcionales. En definitiva, un análisis poco convincente respecto a un proceso de desvinculación política y cultural masiva de la mayoría de las clases populares. El choque del voto a favor del Brexit, la elección de Donald Trump, la marea populista europea, la perseverancia de los votantes al Frente Nacional desde hace más de treinta años nos hablan de algo que no es solo el resentimiento de una vieja clase obrera condenada por la desindustrialización. Quienes se expresan así ya no son los márgenes de las sociedades occidentales, sino la sociedad entera a través de quienes ayer vivían el American o el European way of life.

Sobre las ruinas de la clase media occidental, conducido por categorías que ayer estaban social o cul

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