La estirpe del camaleón

Julio Gil Pecharromán

Fragmento

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PRÓLOGO

 

 

 

 

El término —en singular— «derecha» se aplica comúnmente en los sistemas políticos a un amplio sector de opciones doctrinales y a las organizaciones —partidos, plataformas sociales, medios de comunicación— que las representan públicamente en un momento determinado, en oposición a otro sector ideológico que se agrupa bajo el concepto de «izquierda». Sin embargo, salvo situaciones concretas de dictaduras de partido único, esta condición bipolar obliga a amplias matizaciones en la definición de las corrientes ideológicas, sistemas de partidos, conductas políticas y estructuras sociales de apoyo de la díada izquierda-derecha. De modo que, a partir de una definición espectral genérica —«la derecha»— cabe hablar de la pluralidad de «las derechas», tanto en un modelo estasiológico concreto como, sobre todo, en el estudio de su evolución a largo plazo.

En ambos planos, las diferencias doctrinales y programáticas entre las corrientes derechistas —desde el neofascismo hasta el liberalismo progresista— suelen ser radicales. Entre el modelo económico corporativista y de alto control estatalita del falangismo y los desarrollos neoliberales de desregulación extrema del Partido Popular hay un mundo. También entre el Estado unitario y administrativamente centralizado del franquismo y la creciente descentralización asumida por las principales formaciones de la derecha estatal a partir de 1978 o el soberanismo, en vía al independentismo, de los nacionalismos de la derecha periférica, así como entre la férrea defensa de la moral católica tradicional por parte del régimen franquista y de las formaciones ultraconservadoras que se han ido sucediendo tras su desaparición, y los valores secularizadores crecientemente asumidos por el centroderecha liberal mediante los desarrollos normativos de la Constitución. Por no hablar de la diferencia entre el modelo autoritario orgánico institucional y de representación política del franquismo, heredado de la derecha antiliberal del primer tercio del siglo XX —tradicionalismo, fascismo, catolicismo social—, y la defensa del pluralismo político y de la representación ciudadana basada en el sufragio universal que han postulado la gran mayoría de los partidos de la derecha desde la Transición.

Resulta posible, sin embargo, señalar por encima de estas diferencias algunos puntos comunes que facilitan una taxonomía genérica de las derechas en nuestro país: la continuidad evolutiva, el nacionalismo identitario y el catolicismo.

 

a) En primer lugar, su propio desarrollo histórico, hilvanado en un continuum en el que se yuxtaponen los partidos y su personal político, aunque modificando estructuras y programas en función de la coyuntura. Así, la derecha franquista y su Movimiento Nacional eran fruto de la fusión de las organizaciones de la derecha antiliberal existentes en 1936 (es decir, de casi toda la derecha del momento). Durante la Transición, las corrientes internas del Movimiento dieron origen a partidos como la conservadora Alianza Popular, la ultraderechista Fuerza Nueva o la Unión de Centro Democrático (UCD), a la que se incorporó la reducida derecha antifranquista de filiación liberal y democristiana, mientras que los nacionalismos catalán y vasco recuperaron la funcionalidad de la tradición de su derecha de preguerra. Y, tras la atomización producida por la desaparición de la UCD, el Partido Popular fue construido con la reunificación de sus antiguas facciones bajo el patronazgo de una Alianza Popular que se disolvió en el nuevo espacio político común de la derecha.

b) Otra característica genérica, y no específicamente de España, es el nacionalismo identitario, la consideración de la comunidad nacional como eje de la acción política y de la estructura del Estado. Pero, a diferencia de otros países de su entorno, el nacionalismo en España ha estado tradicionalmente enfocado desde diferentes perspectivas, incompatibles en sus planteamientos. Se trata del nacionalismo unitario de la tradición liberal, asumido luego por el franquismo bajo parámetros distintos; el arcaico modelo fuerista del tradicionalismo; el «patriotismo constitucional», defensor del actual Estado de las Autonomías como sistema comunitario, o los nacionalismos «periféricos» de derecha y su pulsión separatista. Además, en su conceptuación genérica, el nacionalismo identitario no es un patrimonio exclusivo de la derecha, sino que también lo comparten fuerzas que se proclaman de izquierdas, tanto quienes formulan a España, con una perspectiva federalista, como «nación de naciones», como los sectores ultrapatriotas de la izquierda catalana, vasca o gallega.

c) Un tercer elemento, que podríamos calificar de «cosmovisión», parece más seguro que el nacionalismo a la hora de definir la naturaleza común y específica del ámbito derechista hispano. Sería la defensa de una sociedad conservadora basada en valores morales vinculados a la doctrina de la Iglesia católica. Con todo, es evidente que la mayor parte de este amplio sector de la política española ha ido moderando sus impulsos de religiosidad integral, desde el clericalismo estricto del viejo tradicionalismo o el nacionalcatolicismo franquista, más próximo, hasta la aceptación de principios secularizadores —pero no laicistas— por los partidos constitucionalistas propugnadores del flexible «humanismo cristiano» a partir de la Transición.

 

En otro orden de cosas, aunque el texto del libro sigue un procedimiento de relato cronológico, lo vertebra una idea global: la aplicación del concepto de «destrucción creativa», propuesto por Werner Sombart y desarrollado por Joseph Schumpeter. Establece este último que los sectores proactivos de la economía proceden periódicamente a disolver sus viejas empresas, víctimas de la rutina o de la decadencia, y las refundan bajo innovadores patrones organizativos y procesos productivos que atiendan a la cambiante demanda del mercado, a fin de asegurar «la persistencia del orden capitalista» mediante una renovación radical.[1]

Este concepto parece sumamente útil para explicar la evolución de la derecha política en la España del último siglo; una derecha que siempre ha actuado conforme al principio schumpeteriano, disolviendo sin grandes problemas aquellas de sus organizaciones que resultaban ya disfuncionales —la Unión Patriótica, el Movimiento Nacional, la Unión de Centro Democrático, Alianza Popular, etcétera— y renovándolas acto seguido con otras que rescataban a su militancia y a sus votantes, pero bajo una pragmática modificación de programas y modelos de partido para adaptarlos a las nuevas condiciones del mercado político. Un sistema que requiere capacidad camaleónica para, en el más breve plazo posible, transformar estructuras, adaptar doctrinas, crear nuevos líderes y lavar pasados personales o jubilar a los poseedores de historiales indefendibles.

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