Para combatir esta era

Rob Riemen

Fragmento

Título
pleca

INTRODUCCIÓN

En 2010 publiqué en mi país, los Países Bajos, un ensayo titulado El eterno retorno del fascismo, en un momento en el que ya era obvio para mí que un mo­vimiento fascista estaba en alza otra vez. Si esto puede ocurrir en un Estado de bienestar próspero como los Países Bajos, supe que el regreso del fascismo puede ocurrir en cualquier parte. El pequeño libro se convirtió en un inmediato éxito de ventas a pesar de la feroz y airada crítica de la clase política y académica. Su estado de negación me sorprendió y todavía me preocupa —pues concuerdo con Arnold Toynbee cuando, en su obra maestra Estudio de la historia argumenta que la civilización caerá, no porque sea inevitable, sino porque las élites gobernantes no responden adecuadamente a las circunstancias cambiantes o sólo atienden a sus intereses propios.

Hombres sabios como Confucio y Sócrates sabían que para poder entender algo, debes llamarlo por su justo nombre. El término populismo —convertido en la descripción preferida de una revuelta de las masas contemporánea— no ofrece posibilidad alguna de comprensión significativa de este fenómeno. La fallecida Judith Shklar, reconocida teórica política de la Universidad de Harvard, está en lo cierto cuando apunta, al final de Men and Citizens (Hombres y ciudadanos), su estudio sobre la teoría social de Rousseau:

Populismo es un término huidizo, aun cuando se aplica a ideologías y movimientos políticos. ¿Hace referencia a algo más específico que una mezcla confusa de actitudes hostiles? ¿Es simplemente una manera imprecisa de referirse a todos aquellos que no son claramente “de izquierda” ni “de derecha”? ¿Acaso la palabra no sólo abarca a todos aquellos que han sido ignorados por una historiografía que no permite más posibilidades políticas que conservador, liberal y socialista, y que oscila entre los pilares de “derecha” e “izquierda” como si éstos fueran leyes de la naturaleza? ¿Populismo es algo más que una rebelión que no tiene visa para acceder a las capitales del pensamiento convencional?

El uso del término populista es tan sólo una forma más de cultivar la negación de que el fantasma del fascismo amenaza nuevamente a nuestras sociedades y de negar el hecho de que las democracias liberales se han convertido en su contrario: democracias de masas privadas de su espíritu democrático. ¿A qué se debe esta negación?

Una razón puede ser que, desde la perspectiva de la ciencia y la tecnología, los fantasmas y los espíritus no existen. Lo cual por supuesto es cierto —para la Madre Naturaleza—. La naturaleza humana y la sociedad humana son, sin embargo, especies diferentes. La ciencia y la tecnología nunca serán capaces de brindar una visión completa del ser humano, con sus instintos y deseos, virtudes y valores, mente y espíritu. Todo científico serio lo sabe. Lamentablemente, no así muchos en nuestra clase gobernante. Su entendimiento de la sociedad está limitado por el paradigma científico de pruebas, información, teorías y definiciones. Las humanidades y las artes son, por lo tanto, ignoradas y descartadas. Sin embargo, el único conocimiento que puede aportar una verdadera comprensión del corazón humano, las complejidades eternas de las sociedades, con sus intereses en conflicto, las causas de los movimientos y levantamientos contemporáneos —y lo que una civilización democrática realmente requiere— es la sabiduría de la poesía y la literatura, de la filosofía y la teología, del arte y la historia. Éste es el ámbito de la cultura; es aquí donde podemos encontrar a Clío, musa de la historia, siempre con un libro en las manos, ofreciéndonos el regalo de la conciencia histórica. Pero uno debe leer libros para llegar a conocerla y poder beneficiarse de sus dones.

Una segunda razón por la cual el regreso del fascismo y la pérdida del espíritu democrático es difícil de aceptar es la vergüenza de la izquierda que asume la tradición de la Ilustración. Su actitud al respecto de sus “artículos de fe” —el progreso humano, la bondad natural del hombre, la racionalidad, las instituciones, los valores políticos y sociales como pilares de la sociedad— siempre hará difícil reconocer el impacto que tienen en la condición humana la voluntad de poder, la avaricia, los deseos y el interés personal. La cuestión es que los seres humanos somos tan irracionales como racionales, y el fascismo es el cultivo político de nuestros peores sentimientos irracionales: el resentimiento, el odio, la xenofobia, el deseo de poder y el miedo.

El presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, confrontando a una Europa Fascista, sabía lo que estaba diciendo cuando en marzo de 1933, en su Discurso inaugural, declaró: “De lo único que debemos tener miedo es del miedo mismo”. Era consciente de que las sociedades dominadas por el miedo son sensibles a las falsas promesas de la ideología fascista y sus líderes autocráticos.

Un sentido de crisis, inseguridad económica y amenazas de terror o de guerra son las causas declaradas de un clima de miedo. La incompetencia para prevenir el regreso del fascismo, para combatirlo y eliminarlo, también se debe a una causa no declarada de miedo, la razón principal por la que el fascismo puede regresar tan fácilmente en las democracias de masas: la ignorancia. Ésta es la tercera razón por la que la negación del fascismo prevalece en nuestros tiempos. Aceptar este hecho implica ser conscientes de que, a pesar de todo nuestro progreso científico y tecnológico, del acceso mundial a la información y de la impartición de una educación “más alta” para todo aquel que pueda pa­garla, la fuerza dominante de nuestra sociedad es la estupidez organizada.

“Sé valiente”, el capítulo final de mi libro Nobleza de espíritu. Una idea olvidada, está dedicado a la vida de un hombre excepcional, un luchador contra su tiempo: Leone Ginzburg.

Leone Ginzburg fue un judío ruso, nacido en 1909, cuya familia emigró a Italia cuando él era un niño. Era un hombre brillante que tradujo la maravillosa novela de Tolstoi Ana Karenina al italiano a la edad de dieciocho años. Transmitir y hacer accesible lo mejor del espíritu europeo —su gran literatura— se convertiría en su gran pasión. Fue traductor y maestro, fundó una editorial y una revista, Cultura —para hacer justicia al significado original de la palabra: hacer espacio a la diversidad de caminos que la gente puede recorrer en su búsqueda de la verdad, acerca de sí mismos y de la existencia humana—. Al comprender que sólo la cultura puede ayudar a las personas a encontrar la verdad so­bre sus propias vidas y acciones, hizo de la transmisión de la cultura europea la labor de su vida.

Pero entonces Mussolini y los fascistas llegaron al poder en Italia. Mussolini insistió en que todos los maestros firmaran una declaración de lealtad, o de lo contrario perderían sus empleos. De los

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos