NiUnaMás

Frida Guerrera

Fragmento

Título
imgprol

PRÓLOGO
Los números sí tienen un rostro y una voz

Hace más de 11 años, yo, Frida Guerrera, salí de casa de mi ex-pareja con la nariz sangrando, una hemorragia vaginal y treinta pesos en la bolsa. Después de 7 años de trabajar juntos para “nuestro consultorio” todo se rompió y el dolor fue inmenso.

Dejé el consultorio donde laboraba como terapeuta con niños y niñas, dando cursos a mujeres que atravesaban por una crisis emocional y atendía a personas cuyas problemáticas me demostraban el miedo, la angustia y las preocupaciones en sus ojos. Rota y con un gran dolor en el corazón dejé esa casa, aquel sueño que fue el consultorio, para dedicarme totalmente a denunciar violaciones graves a los Derechos Humanos.

Ahora mi propósito es dar voz a quienes no pueden pagar a los medios oficiales para presionar a las autoridades para realizar su trabajo, ayudo a denunciar e instruyo a la gente para que conozca sus derechos. También ofrezco ayuda profesional como terapeuta y, sobre todo, investigo, documento y doy rostro y voz a las mujeres, adolescentes y niñas que han sido víctimas de feminicidios.

Desde 2016 he investigado profundamente numerosos feminicidios en nuestro país. El resultado es atroz. En ese año hubo más de cien mujeres asesinadas en México por violencia de género, sin contar los múltiples abusos que otras tantas han sufrido. Durante este tiempo —incluso desde antes— me he enfrentado a la muerte de mujeres, algo que me toca en lo más íntimo. El solo hecho de ver desfilar ante mí los nombres de todas las mujeres mexicanas y sus historias no contadas me conmovió profundamente. Decidí entregar mi vida a ayudarlas, a ellas y a sus familias, a recuperar un poco de la dignidad que perdieron al ser violentadas y exterminadas.

Inicié entonces con su búsqueda diaria y no me detendré por ninguna causa. Me han amenazado muchas veces de distintas formas: por medio de mi blog, a través de llamadas, mensajes de texto, etcétera. Pero esto sólo hace más fuerte mi determinación por exigir justicia. Seguiré luchando, me involucraré en los casos y enfrentaré a las autoridades. Gritaré e imprimiré, cada vez más, los nombres de los agresores por todos los medios posibles. Continuaré apoyando de manera emocional y profesional a las familias de las víctimas y mi denuncia social crecerá.

Mis convicciones como ser humano y como terapeuta son claras: soy una mujer muy valiosa, igual que cualquier otra. Y la dignidad humana no puede ser destruida por ningún hombre o institución. Por eso no me detendré ante nadie ni ante nada. Soy portavoz de quienes no pueden hablar, de aquellas voces silenciosas que descansan en sus tumbas. De los miembros de una familia rota por un acto de cobardía inmenso, el más grande: asesinar a un ser humano.

La lucha contra el feminicidio no es la guerra de las mujeres contra los hombres. Es una guerra para vencer la impunidad, la desigualdad, la injusticia, la insensibilidad, la prepotencia, la indiferencia de quienes tienen la obligación de proteger, ayudar, proporcionar herramientas de prevención y apoyo a la sociedad. Si las autoridades implementaran —sin corrupción— las medidas correctas para dar un acceso real a la justicia, las cosas en este país mejorarían.

Más del cincuenta por ciento de la población somos mujeres. Es absurdo que no tengamos los mismos derechos que los hombres, que seamos violentadas y amenazadas por ellos. Que sólo por cuestiones de superioridad en fuerza física (y no en todos los casos) nos subyuguen, nos amedrenten. La misoginia no tiene cabida en una sociedad de progreso, de igualdad.

Es urgente que los feminicidios se terminen. La solución para lograrlo es que las autoridades cobren conciencia de la gravedad del asunto; no es posible que un sector mayoritario de la sociedad siga siendo violentado por sus características sexuales, físicas, por su forma de ser y de pensar distinta a la del hombre.

Acabemos con esa cultura del patriarcado que no valora, que ofende, que somete a sus mujeres. Retomemos la cultura de la igualdad, del amor, la comprensión, la tolerancia. Inculquemos esos valores a nuestros hijos, a los niños mexicanos, para que, cuando crezcan, su pensamiento tenga bases sólidas y todos gocemos de los mismos derechos, con respeto y comprensión, sin importar la condición social, física, las creencias religiosas y las preferencias sexuales.

Libremos la batalla, donde gente sin ética ni amor por la humanidad mata a niñas, madres, hijas, ancianas… Dejemos de lado el clásico “si no lo veo, no existe”, porque es una realidad y tenemos que cambiarla.

Debemos exigir que los feminicidios sean tipificados, que los rija una sola ley, que no lo determine el criterio de algunos. No deben quedarse sólo en los procesos, es necesario dejar de calificar algunos feminicidios como homicidios dolosos. Los medios de comunicación deben analizar correctamente y tipificar los feminicidios de todas y no sólo de algunas.

Basta de seguir indiferentes, no podemos dejar que se desangre el corazón de un país que pide —y debe— erradicar la violencia contra la mujer, contra los seres humanos. Debemos aprender a darnos la mano, a vernos de frente, no sólo cuando hay sismos de gran magnitud, entendernos siempre y también cuando se necesite.

Hay que retomar el interés por la dignidad de nuestras familias y no dejar que nuestras mujeres aprendan por “inercia”, dejemos de prohibirles los estudios y el desempeño de lo que les gusta. Todos y todas somos libres y tenemos derecho a salir adelante, a elegir una carrera, una profesión, a tener una vida digna. A ser padres de familia con derechos y obligaciones. A ser personas con dignidad y libertad de caminar seguros por las calles, de ir y venir adonde nos plazca con la tranquilidad de que seremos respetados física, moral e intelectualmente.

Lo enfatizo porque hoy no sabes lo que puede pasar en la calle, rumbo al trabajo, en la fábrica o la oficina, incluso en casa…

Un día como cualquiera te levantas e inicias tu vida sin detenerte a pensar que puede ser el último; que te pueden asesinar o que alguien que amas desaparecerá. De esta forma comienza la mayoría de las historias reales que presento; los testimonios de familias que, con el corazón arrancado, emprenden la búsqueda de sus hijas, madres, esposas, hermanas, y amigas. Ninguna de estas mujeres imaginó, siquiera, que sería parte de las miles de personas que claman justicia. Voces —en la mayoría de los casos— acalladas por el temor de que las investigaciones “se entorpezcan”, según las autoridades; o una amenaza como: “No digan nada a los medios, porque alertaríamos a los responsables”, son las frases recurrentes. En este panorama, también hay que enfrentarse a la negligencia de la policía y demás poderíos que “dan largas” u obstaculizan las averiguaciones, con la finalidad de provocar cansancio para que, por falta de interés, se cierren las carpetas de investigación.

De

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos