Guerracruz

Violeta Santiago

Fragmento

Título

Introducción

Pensar en Veracruz trae a la mente palmeras, deliciosos mariscos, danzón, playas de arena canela, son jarocho con arpas y jaranas, culturas prehispánicas y el primer Ayuntamiento fundado por los españoles. Aún prevalece toda la belleza y riqueza cultural de esta noble tierra, pero hace muchos años que ha quedado bañada de sangre, herida por fosas y balas, dolor y horrores, llena de impunidad y coraje.

Guerracruz surgió como un grito de auxilio en las redes sociales para que los ciudadanos, a través de una etiqueta en Twitter, pudieran informarse libremente de los hechos violentos que comenzaron a empañar la vida del estado, que penetraron por el norte, se enraizaron en las Altas Montañas y llegaron hasta la última playa del sur.

Lo que sucedió en los últimos diez años a nivel social y económico sirve de ejemplo para el resto del país. Veracruz no es poca cosa: estado petrolero que cuenta con una de las seis refinerías de México y es sede del complejo petroquímico más grande de América Latina. A nivel demográfico, con más de 8.1 millones de habitantes, es el tercer estado con mayor población de la nación y una de las tres joyas de la corona en el tema electoral por la cantidad de votantes. Con más de 700 kilómetros de costa, su tierra está salpicada de vestigios prehispánicos como El Tajín, la belleza de los Pueblos Mágicos y sus cascos antiguos repletos de historia colonial, sin olvidar el peso histórico de la cuatro veces Heroica ciudad de Veracruz, asediada por españoles, franceses, norteamericanos y hasta piratas. Produce café, piña, naranjas, azúcar y vainilla, y posee tres de ocho puertos de altura ubicados en el Golfo de México.

La historia del estado de Veracruz está destinada a ser grande. Por desgracia, comenzó a destacar a nivel nacional por las muestras de violencia en niveles nunca antes imaginados de maldad humana en México. De pronto, el hermoso Veracruz se convirtió en el estado del gobernador más corrupto y que más dinero robó, el de la fosa clandestina más grande de América Latina, el de los más de 10 mil desaparecidos, el lugar donde los cuerpos se “cocinaban” (reducían) en combustible hasta desaparecer el ADN, el de la policía que cazaba jóvenes para entregarlos a los cárteles a cambio de dinero, el del segundo lugar en feminicidios, el de la larga lista de periodistas asesinados.

Por tal razón surgió la necesidad de escribir este libro, un testigo que indigne, mueva y haga reaccionar a quienes se sientan identificados con nuestros años tranquilos salpicados de advertencias de lo que se veía venir o con los meses que más nos horrorizaron. Aquí hay historias de personas cuyas vidas se apagaron en el camino; de periodistas amordazados gubernamentalmente y los que sobrevivieron a la amenaza del narcotráfico o a la precariedad de la industria de los medios de comunicación; de valientes madres que encontraron a sus hijos con las manos y que los sacaron con las uñas hasta de los pozos; y el testimonio de la descomposición de un lugar tan entrañable a manos de gobernantes cegados por la venganza personal, el enriquecimiento, la vanidad y avaricia.

Cuando leo que en otro estado de la República repuntaron los asesinatos de periodistas o las acciones del crimen… recuerdo cómo empezó todo aquí, porque no siempre fue así. Si escucho que aumentaron los asesinatos de periodistas en Guerrero o Quintana Roo… así pasó en Veracruz. Balaceras o mantas en la Ciudad de México… ya lo vivimos. Antes le temíamos a los estados del norte como si fueran los únicos en merecer tal desgracia, como si la posición geográfica fuera una especie de barrera protectora del mal, hasta que Veracruz demostró que ningún estado es ajeno a convertirse en una zona de disputa en vivo con toda su población de por medio. Ahora, hasta el cuello en el terreno cenagoso de la muerte, nuestra experiencia podría fungir como un espejo o una especie de placa de Petri para avizorar la forma en que la violencia y el enriquecimiento ilícito destrozan a una sociedad hasta desaparecer el último milímetro de hueso de sus integrantes.

Ojalá vuelvan pronto las noches de luna plateada sin los acordes de las balas de fondo. Que nunca más una madre desentierre a sus hijos de la arena. Que no haya otro periodista asesinado y ninguneado por ejercer dos oficios. Que Veracruz recupere la gloria que fue inspiración para músicos, poetas, escritores, escultores y artistas. Y que ningún otro lugar del país llegue a una crisis de Derechos Humanos que hagan recitar con tristeza “qué mal, este lugar ya se parece a Veracruz”.

Título

1

UNA GUERRA AJENA

EL LUGAR MÁS PELIGROSO PARA EL PERIODISMO

Poco antes de cumplir diecisiete años, mi hermano mayor, también periodista, me llevó a ver mi primer muerto. En aquel entonces, durante los primeros años del gobierno de Felipe Calderón Hinojosa, las escenas más graves de nota roja en mi pequeña ciudad, al sur de Veracruz, eran accidentes automovilísticos, asaltos o crímenes conocidos como “delincuencia común”. El primer cuerpo sin vida que observé fue el de un infortunado alcohólico que cayó a un canal de aguas negras. No había morgue en la ciudad y los de Servicios Periciales venían desde Coatzacoalcos, así que tardaron más de dos horas en llegar. La plancha estaba forrada con tela de gallinero que rasgó los guantes de látex del trabajador encargado de levantar, literalmente, los cuerpos. Mientras algunas compañeras reían como papagayos cuando ocurría el levantamiento, mi hermano me dio una lección: sé prudente, sé respetuosa. Ha pasado una década desde entonces y, con amargura e ironía, debo de confesar que hubo cosas que cambiaron y otras que permanecen inamovibles: Servicios Periciales sigue llegando tarde, la Fiscalía General del Estado (FGE) no les da guantes y, prácticamente, su trabajo se limita a levantar cuerpos sin resolver el caso; en cambio pasamos de ver escenas de accidentes vehiculares, apuñalados por asaltos violentos y alcohólicos que cayeron en desagües… a niños, jóvenes, hombres y mujeres desmembrados, quemados, baleados, clavados con un mensaje, decapitados, reducidos, desaparecidos, enterrados u olvidados.

Y, de repente, también aumentaron los asesinatos de periodistas.

La organización Artículo 19 documentó que entre el 2000 y el 2010, en Veracruz, se registraron cinco asesinatos de periodistas cuya muerte estaba relacionada con su labor: José Miranda Virgen (2002); Raúl Gibb Guerrero (2005); Roberto Marcos García y Adolfo Sánchez Guzmán (2006); y Luis Ménde

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