En el vientre de la yihad

Alexandra Gil

Fragmento

cap-1

Introducción

En abril de 2016 conocí a Véronique, la madre de un joven francés reclutado dos años antes por el Estado Islámico en Sevran, una ciudad del extrarradio de París.

El desencadenante de este libro fue una frase que ella me escribió en un correo electrónico horas después de nuestra primera entrevista: «Gracias por tu escucha respetuosa».

Como periodista sentí primero la curiosidad por comprender el sentido mismo de estas cinco palabras, y la obligación, después, de dedicar todo el tiempo que fuese necesario para lograrlo. A lo largo del último año he mantenido un contacto fluido con ocho mujeres y un hombre. Pronto percibí que su predisposición a compartir conmigo su historia iba de la mano del trato que cada una de estas personas había recibido por parte de su entorno directo y los medios de comunicación.

Estas páginas pretenden ser el hilo transmisor de sus vivencias y percepciones como madres de yihadistas,[1] pero también como ciudadanas que continúan formando parte de una sociedad todavía poco familiarizada con el fenómeno que destruyó sus vidas.

En este libro reposan los testimonios de ocho mujeres: siete madres y una hermana. También recoge las sensaciones y los recuerdos de Omar, el padre de un joven que logró escapar de las garras del califato y hoy cumple condena en Francia.

Puesto que tanto el modo en que estos encuentros se han llevado a cabo como las circunstancias ligadas a ellos han sido diversos, cada testimonio ha tomado la forma que más se ajusta a cada experiencia. La intención no ha sido otra que tratar de acercar al lector el contexto, el olor, la luz y los silencios que encontré detrás de cada puerta.

Dos de las madres prefirieron que nuestros seis encuentros se llevasen a cabo en lugares públicos, como bares o creperías, mientras que el resto prefirieron darme cita en todo momento y por iniciativa propia en su domicilio familiar. Este gesto de generosidad ha abierto a este libro las puertas a su intimidad. Solo así ha sido posible retratar las vidas de quienes, sin elegirlo, asisten en primera fila a los estragos de la radicalización religiosa.

La nacionalidad de mis interlocutores, franceses o belgas, no es anodina.

De los 30.000 combatientes extranjeros en suelo sirio o iraquí en septiembre de 2015, al menos 5.000 eran ciudadanos de la Unión Europea. Más concretamente, 3.690 provenían de cuatro países: Francia (alrededor de 1.700),[2] Reino Unido (760), Alemania (760) y Bélgica (470).

En España, el principal escenario de movilización yihadista se encuentra en la provincia de Barcelona. De las 186 detenciones ligadas a actividades yihadistas registradas entre 2012 y 2016 en nuestro país, cincuenta tuvieron lugar en la capital catalana. Si descartamos a los extranjeros residentes en España puestos a disposición judicial por actividades relacionadas con el Estado Islámico y nos centramos únicamente en la cifra de detenidos de nacionalidad española, el foco de actividad yihadista se sitúa entre jóvenes de segunda generación nacidos y residentes en Ceuta.[3] 

El contingente de yihadistas procedentes de España, aunque considerablemente menos importante que en Francia o Bélgica, registró un incremento similar al experimentado en esos dos países. En 2013, fueron 20 los combatientes extranjeros salidos de España hacia Siria o Irak. La cifra aumentó a 50 a mediados de 2014 y se disparó desde entonces a 140 individuos a finales de 2015. Al terminar 2016, el número de yihadistas de origen español ascendía a 160 personas; una cifra todavía lejana a la observada en el que hoy se considera el mayor exportador de combatientes per cápita en Europa: Bélgica.

Según el Ministerio de Interior belga, desde 2012 al menos 457 ciudadanos abandonaron el país para llegar a tierra siria o iraquí, o tuvieron la intención de hacerlo pero fueron arrestados a tiempo.[4] Cerca de un tercio de ellos eran mujeres y niños. De estos 457 individuos, 266 siguen en Siria o Irak, y 90 han desaparecido o se les considera abatidos en combate.

En septiembre de 2016, más de 2.000 ciudadanos franceses[5] estaban envueltos en actividades ligadas a redes sirio-iraquíes. Entre 1.000 y 2.000 individuos habían llegado a una de las dos zonas de combate en algún momento desde 2012, y 689 continuaban en Siria o Irak (de estos, 275 eran mujeres). Al menos 203 habían regresado a suelo galo, y cerca de 900 constaban registrados como susceptibles de querer dejar Francia para ir al califato. En septiembre de 2016, la cifra de franceses caídos en aquellas zonas se elevaba a 219.

En la actualidad, 400 menores franceses[6] se encuentran en Siria o Irak, y se calcula que dos tercios de ellos llegaron allí junto a sus padres en el momento en que estos partieron a hacer la yihad. El tercio restante nació en una de las dos zonas concernidas, y por lo tanto tiene menos de cuatro años de edad.

Tal es el caso de los nietos de Michelle y Françoise, abuelas francesas de varios bebés nacidos en los tres últimos años en suelo sirio y a los que no han llegado a conocer en persona. El regreso de estas familias a Francia se proyecta como uno de los grandes rompecabezas administrativos a los que el Estado deberá enfrentarse, a medida que la pérdida de territorio de Daesh empuje a sus combatientes a la deserción. Los bebés del califato son, a ojos de la ley, niños apátridas, nacidos en suelo sirio o iraquí pero únicamente existentes en los registros elaborados por el grupo terrorista. O, dicho de otro modo, bebés europeos que carecen de documentos de identidad y existencia jurídica válida.

En el momento en que estas líneas fueron escritas, Francia acababa de afrontar el regreso de una treintena de menores (de entre varios meses y tres años de edad) nacidos bajo el califato. El caso más conocido, aunque no internacionalmente difundido, se produjo en junio de 2016. El yihadista bretón Kevin Guiavarch, de 24 años e inscrito en la lista negra de yihadistas peligrosos de la ONU, se entregó en la frontera turco-siria alegando ser un miembro arrepentido del Estado Islámico. Junto a él viajaban sus cuatro esposas, todas de nacionalidad francesa, y sus seis hijos (cuatro biológicos y dos de relaciones previas de sus esposas). Las cuatro mujeres fueron expulsadas de Turquía y deportadas a Francia. Allí se condenó a tres de ellas, mientras que a los hijos se les proporcionó una familia de acogida.

El destino de los «bebés del califato» es difuso; las dos madres concernidas por este fenómeno que toman la palabra en estas páginas, ambas francesas, dicen ignorar la suerte que correrían sus nietos si sus hijos muriesen bajo las bombas o en combate. En caso de regresar con vida, los yihadistas son conocedores del recrudecimiento de las penas de cárcel en materia de terrorismo. Muchos de ellos ya han sido condenados in absentia a 15 y 20 años de prisión. Hoy estas madres saben que muchos de aquellos treinta niños que han regresado al país donde deberían haber nacido viven con familias de acogida. A pesar de que el Ministerio del Interior francés prometió en enero de 2016 la puesta en marcha de una instrucción que agilizase la llegada de estos menores a los hogares de sus abuelos, las mujeres se declaran escépticas y preparadas para librar una interminable batalla administrativa.

Las voces de este libro pertenecen a las familias de Maxime, Paul, Quentin, Pierre, Bertrand, Hamed, No

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