El arte de la felicidad

Dalái Lama

Fragmento

Introducción

ENCONTRÉ AL DALAI LAMA SOLO, en un vestuario de baloncesto, momentos antes de que pronunciara una conferencia ante seis mil personas en la Universidad Estatal de Arizona. Tomaba serenamente una taza de té, en perfecto estado de reposo.

—Su Santidad, si estáis preparado...

Se levantó con energía y, sin la menor vacilación, abandonó el vestuario para salir al espacio situado entre bastidores, repleto de periodistas, fotógrafos, personal de seguridad y estudiantes, de seguidores, curiosos y escépticos. Avanzó entre la multitud con una amplia sonrisa, saludando a la gente al pasar. Finalmente, apartó una cortina, salió al escenario, se inclinó, juntó las manos y sonrió. Fue acogido con una estruendosa salva de aplausos. A petición suya, no se apagaron las luces del local, de modo que pudiera ver con claridad a su público, y durante un rato se limitó a permanecer allí de pie, contemplando al público con una inconfundible y cálida expresión de buena voluntad. Para quienes no habían visto antes al Dalai Lama, su túnica monacal, marrón y azafrán, quizá hubiera causado una impresión un tanto exótica, pero él puso rápidamente de manifiesto su notable capacidad para establecer una relación de empatía con su público al sentarse e iniciar su conferencia.

—Creo que ésta es la primera vez que me reúno con la mayoría de ustedes. Pero para mí no existe gran distancia entre un viejo amigo y uno nuevo, porque siempre he creído que todos somos iguales; todos somos seres humanos. Naturalmente, puede haber diferencias en cuanto al bagaje cultural o el estilo de vida, puede haber diferencias en nuestra fe, o quizá tengamos un color de piel diferente, pero todos somos seres humanos, compuestos por un cuerpo humano y una mente humana. Nuestra estructura física es la misma, como también lo es nuestra mente y nuestra naturaleza emocional. Cada vez que conozco a una persona tengo la sensación de que me encuentro con un ser humano como yo mismo. Creo que con esa actitud resulta mucho más fácil comunicarse con los demás. Cuando ponemos de relieve características específicas, como por ejemplo que yo soy tibetano o budista, surgen las diferencias. Pero esas cosas son secundarias. Si somos capaces de dejar las diferencias a un lado, creo que podemos comunicarnos fácilmente, intercambiar ideas y compartir experiencias.

De este modo, el Dalai Lama inició en 1993 una serie de conferencias en Arizona que duró una semana. Los planes para visitar Arizona se habían puesto en marcha una década antes, cuando nos conocimos, durante mi visita a Dharamsala, India, gracias a una pequeña beca para estudiar medicina tibetana tradicional. Dharamsala es un hermoso y tranquilo pueblo enclavado en la ladera de una montaña, en las estribaciones del Himalaya. Ha sido, durante casi cuarenta años, la sede del gobierno tibetano en el exilio, desde que el Dalai Lama, junto con cien mil compatriotas suyos, huyó del Tíbet después de la brutal invasión del ejército chino. Durante mi estancia en Dharamsala conocí a varios miembros de la familia del Dalai Lama, y a través de ellos se organizó mi primer encuentro con él.

En su conferencia pronunciada en 1993, el Dalai Lama habló de la importancia de relacionarnos como meros seres humanos y desplegó esa cualidad que fue el rasgo más característico de nuestra primera conversación en su hogar, en 1982. Parecía tener una capacidad poco común para hacer que uno se sintiera completamente a gusto en su presencia, para crear con rapidez una conexión sencilla y directa con un semejante. Nuestro primer encuentro duró unos cuarenta y cinco minutos y, como les ha sucedido a otras muchas personas, salí de la reunión muy animado, con la impresión de que acababa de conocer a un hombre verdaderamente excepcional.

A medida que mis contactos con el Dalai Lama se intensificaron durante los años que siguieron, pude apreciar gradualmente sus numerosas y singulares cualidades. Posee una inteligencia penetrante, pero sin artificio, una gran amabilidad, pero desprovista de sentimentalismos excesivos, un gran humor, pero sin frivolidad, así como capacidad para estimular e inspirar sin provocar un temor reverencial, como han descubierto muchos.

Con el transcurso del tiempo terminé por convencerme de que el Dalai Lama había aprendido a vivir con un sentido de plenitud y un grado de serenidad que nunca había visto en ninguna otra persona. Decidí identificar los principios que le permitían conseguirlo. Aunque es un monje budista, con toda una vida de formación y estudio, empecé a preguntarme si era posible recopilar un conjunto de sus creencias o prácticas para ser utilizadas por quienes no son budistas, prácticas que pudiéramos introducir en nuestras vidas para ser simplemente más felices, fuertes y, quizá, menos temerosos.

Finalmente, tuve la oportunidad de indagar sus puntos de vista con mayor profundidad, de reunirme con él diariamente durante su estancia en Arizona y más tarde de mantener conversaciones más amplias en su hogar, en la India. En nuestras pláticas, no tardé en descubrir que teníamos algunos obstáculos que superar mientras forcejeábamos para reconciliar nuestras perspectivas diferentes: la suya de monje budista y la mía de psiquiatra occidental. Inicié, por ejemplo, una de nuestras primeras sesiones planteándole ciertos problemas humanos corrientes, que ilustré con varios ejemplos expuestos con amplitud. Tras haberle descrito a una mujer que persistía en mantener comportamientos autodestructivos, le pregunté si encontraba alguna explicación para esa conducta y qué consejos podía ofrecer. Quedé desconcertado cuando, tras una prolongada y silenciosa reflexión, se limitó a decirme:

—No lo sé —y, con un encogimiento de hombros, se echó a reír bondadosamente. Al observar mi expresión de sorpresa y desilusión por esta respuesta, el Dalai Lama me dijo—: A veces resulta muy difícil explicar por qué las personas hacen lo que hacen... A menudo descubrirá que no hay explicaciones sencillas. Si tuviéramos que entrar en detalles de las vidas individuales, y siendo la mente del ser humano tan compleja, sería bastante difícil comprender lo que está ocurriendo exactamente.

Pensé que con esas palabras sólo trataba de escurrir el bulto.

—Pero, como psicoterapeuta, mi tarea consiste principalmente en descubrir por qué las personas actúan de determinada manera —le dije.

Se echó a reír una vez más, con esa risa que a muchas personas les parece tan extraordinaria, impregnada de humor y buena voluntad, nada afectada ni azorada, que se inicia con una profunda resonancia y asciende sin esfuerzo varias octavas, para terminar con un delicioso tono agudo.

—Creo que sería extremadamente difícil tratar de imaginar cómo funcionan las mentes de millones de personas —observó, sin dejar de reír—. ¡Sería una tarea imposible! Desde el punto de vista budista son muchos los factores que contribuyen a cualquier acontecimiento o situación dada... De hecho, puede haber tantos factores que a veces es imposible encontrar una explicación completa de lo que ocurre, al menos en términos convencionales

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