El camino menos transitado

M. Scott Peck

Fragmento

Tripa-1

Problemas y dolor

La vida es difícil.

Esta es una gran verdad, una de las más grandes.[1] Es una gran verdad porque, una vez que la comprendemos realmente, la trascendemos. Cuando nos damos cuenta de que la vida es difícil —en el momento en que lo hemos comprendido y aceptado verdaderamente—, ya no resulta difícil, porque una vez que se acepta esta verdad, la dificultad de la vida ya no importa.

La mayoría de las personas no comprende de forma cabal la idea de que la vida es difícil. Sin embargo, no deja de lamentarse, ruidosa o sutilmente, de la enormidad de sus propios problemas, de la carga que representan y de todas sus dificultades, como si la vida fuera en general una aventura fácil, como si la vida tuviera que ser fácil. Estas personas manifiestan, de una u otra manera, la creencia de que sus dificultades constituyen la única clase de desgracia que no debería haberles tocado en suerte, pero que, por algún motivo, ha caído especialmente sobre ellas o sobre su familia, su tribu, su clase, su nación, su raza o su especie, y no sobre otros. Conozco bien estas lamentaciones porque yo mismo las he proferido alguna vez.

La vida es una serie de problemas. ¿Hemos de lamentarnos o hemos de resolverlos? ¿No queremos enseñar a nuestros hijos a que lo hagan?

La disciplina es el instrumento básico que necesitamos para resolver los problemas de la vida. Sin disciplina no podemos solucionar nada. Con un poco de disciplina podemos resolver algunos problemas y con una disciplina total podemos resolverlos todos.

La vida es difícil porque afrontar y resolver problemas es doloroso. Los problemas, según su naturaleza, pueden suscitar en nosotros frustración, dolor, tristeza, culpa, arrepentimiento, cólera, miedo, ansiedad, angustia, desesperación, etc. Son sentimientos desagradables, a menudo muy desagradables, en ocasiones tanto como un dolor físico, y a veces tan intensos como los peores dolores físicos. A causa del sufrimiento que los acontecimientos o conflictos nos producen, los denominamos problemas. Y como la vida plantea una interminable serie de ellos, siempre es difícil y está tan llena de sufrimiento como de alegría.

Sin embargo, la vida cobra su sentido precisamente en este proceso de afrontar y resolver problemas. Los problemas constituyen la frontera entre el éxito y el fracaso, fomentan nuestro valor y nuestra sabiduría; más aún, crean nuestro valor y nuestra sabiduría. Es a causa de los problemas que maduramos mental y espiritualmente. Cuando deseamos estimular el desarrollo y la madurez del espíritu humano, lanzamos un desafío a la capacidad del hombre para resolver problemas, del mismo modo que en la escuela ponemos problemas a los niños para que los solucionen. Aprendemos gracias al sufrimiento que supone afrontarlos y resolverlos. Como dijo Benjamin Franklin: «Lo que hiere, enseña». De aquí que las personas juiciosas, lejos de temer los problemas, los afronten de buen grado y acepten el sufrimiento que comportan.

No todos somos tan juiciosos. Como tememos el sufrimiento, casi todos procuramos, en mayor o menor medida, evitar los problemas. Posponemos el enfrentarnos con ellos en la esperanza de que desaparezcan. Los eludimos, los olvidamos, fingimos que no existen. Incluso tomamos medicamentos para pasarlos por alto, pues mitigar el sufrimiento nos permite olvidar qué lo causa. Intentamos eludir todos los problemas en lugar de afrontarlos directamente. Preferimos eludirlos a vivirlos.

Esta tendencia a eludir los problemas y los sufrimientos inherentes a ellos es la base primaria de toda enfermedad mental. Dado que la mayoría de los seres humanos tenemos, en mayor o menor medida, esta tendencia, casi todos estamos, en mayor o menor medida, mentalmente enfermos, es decir, no gozamos de una salud mental completa. Algunos vamos tan lejos en este empeño por evitar los problemas y los sufrimientos que nos alejamos mucho de cuanto puede ser útil para encontrar una salida fácil, forjando a veces las más complicadas fantasías, con total exclusión de la realidad. Digámoslo con las breves y sencillas palabras de Carl Jung: «La neurosis es siempre un sustituto de los sufrimientos verdaderos». [2]

Pero el sustituto termina por transformarse en algo más penoso que el sufrimiento legítimo que debía evitar. La neurosis misma se convierte en el máximo problema. Muchos intentan entonces evitar ese dolor y ese problema mediante una capa tras otra de neurosis. Por fortuna, sin embargo, algunos tienen el valor de hacer frente a sus neurosis y comienzan a aprender —por lo general con ayuda de la psicoterapia— el modo de experimentar el sufrimiento genuino. En todo caso, cuando eludimos el sufrimiento genuino que resulta de afrontar problemas, nos privamos también de la posibilidad evolutiva que los problemas nos ofrecen. Por esta razón, en las enfermedades mentales crónicas se detiene nuestro proceso de desarrollo y quedamos atascados. Y, sin una cura, el espíritu humano comienza a encogerse y marchitarse.

Así pues, debemos inculcar en nosotros y en nuestros hijos los medios para alcanzar la salud mental y espiritual. Quiero decir que debemos enseñarnos a nosotros mismos, y a nuestros hijos, lo necesario que es el sufrimiento y el valor que este implica, y que tenemos que afrontar directamente los problemas y experimentar el dolor que nos acarrean. He señalado que la disciplina es el instrumento fundamental para resolver los problemas de la vida. Como veremos, el mismo comprende varias técnicas de sufrimiento, mediante las cuales experimentamos el dolor de los problemas de manera que penetramos en ellos con esfuerzo y terminamos por resolverlos; este es un proceso de aprendizaje y desarrollo. Cuando enseñamos disciplina —a nosotros mismos o a nuestros hijos— estamos enseñando la manera de sufrir y también la de desarrollarse y crecer. ¿Cuáles son esos instrumentos, esas técnicas de sufrimiento, esos medios de experimentar el dolor de los problemas de modo constructivo, eso que yo denomino «disciplina»? Son cuatro: aplazamiento de la satisfacción, aceptación de la responsabilidad, dedicación a la verdad y equilibrio. Como veremos, no se trata de instrumentos complejos cuya aplicación exija gran entrenamiento, sino que son instrumentos simples y casi todos los niños ya los utilizan a los diez años. Sin embargo, reyes y presidentes a menudo se olvidan de usarlos, con gran perjuicio para ellos. La cuestión no reside en la complejidad de tales instrumentos, sino en la voluntad de utilizarlos. En efecto, se trata de instrumentos con los cuales se afronta el dolor en lugar de evitarlo, de modo que si se procura eludir los sufrimientos legítimos, no se hará uso de ellos. Por eso, después de analizarlos uno por uno, en la sección siguiente consideraremos la voluntad de emplearlos, que es el amor.

Posponer la satisfacción

No hace mucho tiempo, una paciente, analista financiera de unos treinta años, se quejó durante meses de su tendencia a retrasarse en el trabajo. Habíamos analizado sus sentimientos hacia los jefes, la autoridad en general y, especialmente, hacia sus padres. Habíamos examinado sus actitudes frente al trabajo y el éxito, y habíamos establecido que esas actitudes tenían relación con su matrimonio, con su identidad sexual, con su deseo de competir con el marido y con el miedo que esto le provocaba. Sin embargo, a pesar de todo este normal trabajo psicoanalítico, la

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