Con el corazón abierto

Dalái Lama

Fragmento

1

Los beneficios de la compasión

MIS EXPERIENCIAS NO SON NADA ESPECIAL, son simples experiencias humanas. No obstante, a lo largo de mi formación budista he aprendido algo sobre la compasión y el desarrollo de un buen corazón, y esa experiencia me ha resultado de gran utilidad en mi vida cotidiana. Citaré un ejemplo. La región del Tíbet de donde procedo se llama Amdo, y los tibetanos suelen decir que los habitantes de ese lugar son personas de temperamento irritable. Así pues, en el Tíbet, cuando alguien pierde los estribos los demás lo toman como un indicio de que esa persona es oriunda de Amdo. Sin embargo, cuando comparo mi temperamento actual con el que tenía entre los quince y los veinte años veo una gran diferencia. Hoy en día casi nunca me irrito por nada y, si lo hago, el enfado no me dura mucho. Se trata de una ventaja maravillosa, fruto de mi propia práctica y adiestramiento. ¡Ahora casi siempre estoy contento!

A lo largo de mi vida he perdido mi país y me he visto reducido a depender por completo de la buena voluntad de los demás; también he perdido a mi madre, y la mayoría de mis tutores y lamas han fallecido. No cabe duda de que estos son incidentes trágicos en los que me entristece pensar; no obstante, jamás me siento abrumado por la tristeza. Rostros viejos y familiares desaparecen y dejan paso a rostros nuevos, pero entretanto conservo mi alegría y mi paz mental. Esta capacidad para enfrentarnos a los hechos desde una perspectiva más amplia es, en mi opinión, uno de los dones de la naturaleza humana y, a mi modo de ver, tiene su origen en nuestra capacidad para la compasión y la amabilidad hacia el prójimo.

Nuestra naturaleza fundamental

Algunos amigos me han comentado que, aun cuando el amor y la compasión son buenos y maravillosos, no son, en realidad, demasiado importantes. Aseguran que nuestro mundo no es un lugar donde estas virtudes ejerzan mucha influencia o poder y sostienen que la ira y el odio están tan enraizados en la naturaleza humana que la humanidad estará siempre dominada por ellos. No comparto esta opinión.

Los seres humanos llevamos existiendo en nuestra forma actual desde hace más de cien mil años. Estoy convencido de que si durante todo ese tiempo la mente humana hubiese estado gobernada principalmente por la ira y el odio, la población habría disminuido. Sin embargo, hoy en día, a pesar de todas las guerras, vemos que la población humana es más numerosa que nunca, lo cual es un claro indicio de que, si bien la ira y la violencia están presentes en el mundo, el amor y la compasión predominan en él. Esa es la razón de que lo que llamamos «noticias» estén compuestas en su mayor parte por hechos desagradables o trágicos; los actos compasivos son tan habituales en la vida cotidiana que los damos por sentado y, en consecuencia, no los tenemos en cuenta.

Si observamos la naturaleza humana, comprobamos que es más bondadosa que agresiva. Por ejemplo, si examinamos los animales, reparamos en que los animales de naturaleza más pacífica tienen una estructura corporal que armoniza con esa naturaleza, mientras que los animales predadores poseen una constitución conforme a su forma de ser. Si comparamos el tigre y el ciervo vemos que hay diferencias notables en sus respectivas estructuras físicas; y si a continuación comparamos nuestra estructura corporal con la de ellos, vemos que estamos más cerca de los ciervos o de los conejos que de los tigres. ¿Acaso nuestros dientes no se parecen más a los de un conejo que a los de un tigre? Nuestras uñas son otro buen ejemplo de ello. Dudo que de un arañazo pudieran lastimar a una rata. Es evidente que gracias a nuestra inteligencia humana somos capaces de inventar y utilizar todo tipo de mecanismos y artilugios para conseguir cosas que de otro modo nos estarían vedadas, pero ciñéndonos a la constitución física pertenecemos a la categoría de los animales dóciles. Al fin y al cabo somos animales sociales, y sin la amistad y la sonrisa de nuestros congéneres nuestras vidas serían desgraciadas y nuestra soledad abrumadora. Esta interdependencia humana es una ley fundamental de la naturaleza, lo que equivale a decir que, según la ley natural, dependemos de los demás para subsistir.

¿Cómo podemos esperar alcanzar la paz mental o una vida feliz si, por algún problema que hay en nuestro interior, actuamos de forma hostil hacia aquellos de quienes, en el fondo, dependemos? Según la ley natural, la interdependencia, esto es, dar y recibir amor, es la clave de la felicidad. Podemos entenderlo mejor si pensamos en la estructura básica de nuestra existencia. Si queremos hacer algo más que sobrevivir necesitamos un techo, comida, compañeros, recursos, el aprecio de otros, etcétera; nada de todo eso procede de nosotros mismos, sino que todo depende de los demás. Imaginemos que una persona viviera sola en algún lugar remoto y deshabitado. Por muy fuerte, saludable o educada que esa persona fuera sería del todo imposible que pudiese llevar una vida feliz y plena. Si, por poner un ejemplo, hubiese alguien viviendo en algún recóndito lugar de la jungla africana y fuese el único ser humano en un santuario animal, teniendo en cuenta su inteligencia y astucia, cabría pensar que, en el mejor de los casos, lo máximo a que podría aspirar sería a convertirse en el rey de la jungla. ¿Podría esa persona tener amigos o conseguir reconocimiento?, ¿podría convertirse en un héroe en el supuesto de que esa fuese su voluntad? Me parece que la respuesta a todas estas preguntas es un rotundo no, pues todos estos factores solo se producen en relación con otros humanos.

Cuando uno es joven, fuerte y goza de salud, a veces puede tener la sensación de ser totalmente independiente y no necesitar a nadie, pero se trata de una ilusión. ¿No es cierto que, aun estando en la flor de la vida, simplemente por el hecho de ser humanos, necesitamos amigos? Eso es especialmente verdadero a medida que nos vamos haciendo mayores. Pondré mi propio caso como ejemplo: el Dalai Lama, que ya ha entrado en los sesenta, está empezando a dar muestras de aproximarse a la vejez. Me doy cuenta de que cada vez tengo el pelo más canoso y empiezo a padecer también algunas molestias en las rodillas al sentarme o al levantarme. A medida que nos hacemos viejos dependemos cada vez más de la ayuda de los demás: esta es la naturaleza de nuestra vida como seres humanos.

En cierto modo, podemos afirmar que las demás personas son en realidad la fuente principal de todas nuestras experiencias de dicha, felicidad y prosperidad, y no estoy hablando solo en términos del trato cotidiano con la gente. Vemos que todas las experiencias deseables que anhelamos o a las que aspiramos dependen de la cooperación y la interacción con los demás. Asimismo, en el estado de iluminación completa, las actividades compasivas de un buda solo pueden surgir espontáneamente en relación con otros seres, pues son ellos los receptores y beneficiarios de esas actividades iluminadas.

Aunque lo considerásemos desde una perspectiva totalmente egoísta en la que solo nos preocupase nuestra prop

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