Guía para madres rebeldes

Agustina Guerrero
Marga Durá

Fragmento

cap-1

Introducción

POR QUÉ ACABÉ ESCRIBIENDO UN LIBRO SOBRE MATERNIDAD

Cuando me enteré de que me había quedado embarazada, me arrodillé en el suelo, sujeté el test de embarazo con una mano, alcé la otra apuntando al fluorescente del baño y juré: «¡A Dios pongo por testigo que nunca escribiré un libro sobre maternidad!». Bueno, para ser fiel a la verdad, la escena no fue exactamente así, pero juro que el espíritu era ese. Hasta que mi óvulo fue fecundado, como periodista había encontrado un sinfín de temas interesantes y no tenía la más mínima intención de abandonarlos para mirarme, literalmente, el ombligo. Por aquella época, además de escribir artículos de temática variopinta para ganarme las habichuelas, estaba intentando abrirme camino realizando documentales para oenegés en países en vías de desarrollo. Estaba convencida de que mi futura maternidad no podía competir en relevancia con mujeres que montaban talleres de costura en los slums de Bombay, o que mi lucha para evitar la flaccidez de mi panza era ridícula en comparación con la que llevaban a cabo los pueblos amazónicos contra las compañías petroleras. Y que conste en acta que sigo pensándolo, aunque a día de hoy también he comprendido que no hay historias grandes o pequeñas y que todo depende de la forma en que se miran y se narran.

Este libro es la demostración empírica de que no soy una dama sureña de resoluciones inquebrantables y de que me faltó tiempo para traicionar mi juramento. En mi defensa alegaré que mi cambio de parecer no fue tan incoherente como puede parecer a priori. Durante el embarazo, no tuve ningún advenimiento que me hiciera barruntar que lo que estaba aconteciéndome era algo tan único que merecía ser explicado al mundo. Sin embargo, sentí que nadie estaba contándome las cosas que a mí, concretamente, me interesaban. ¿Qué debía dejar de comer y por qué? ¿Cuál iba a ser la diferencia real, tanto para mí como para mi bebé, entre bramar pidiendo una epidural o aguantar estoicamente un parto natural? ¿Cómo puede ser que hayamos descifrado el genoma humano, pero no sepamos cuándo va a desencadenarse el parto? Si despejaba lo más pronto posible los interrogantes prácticos, podría centrarme en los existenciales, de tipo: ¿qué tipo madre quiero o puedo ser?, ¿cómo voy a gestionar los cambios que se operarán en mi vida?, ¿quién mató a JFK? Esta última cuestión era de regalo, por si respondía demasiado rápido a las anteriores y me quedaba tiempo libre. En comparación, las preguntas que hacía sobre temas prácticos me parecían sencillas, de respuesta inequívoca, pero más pronto que tarde descubrí que, en las procelosas aguas de la maternidad, nada es sencillo ni inequívoco.

No soy la primera embarazada que se ha enfrentado a la siguiente situación: mi ginecólogo me daba una recomendación que era justamente la contraria que había recibido una amiga mía del suyo. Madres, suegras, tías, hermanas y padres, suegros, tíos y hermanos arrojan consejos categóricos que se parecen entre sí como un huevo a una castaña. Por no hablar de lo que supone consultar cualquier tema por internet, porque la contraposición de opiniones que encuentras no son coto del embarazo, acontecen en casi cualquier tema —sobre todo médico— que se pretenda esclarecer a golpe de tecla.

Dada la imposibilidad de responder a mis sencillas cuestiones con sencillas respuestas, me lancé a la lectura de cualquier manual que abordara el asunto. Me sorprendí al ver que, en muchos de ellos, el lenguaje que se empleaba era más adecuado para mi bebé que para mí. No sé cuál era la edad de las supuestas lectoras, pero la forma en que se dirigían a ellas me hacía temer un peligroso aumento de los embarazos adolescentes (e incluso infantiles). Hablaban del feto como «tu pequeño tesoro» y abusaban sin rubor de las exclamaciones. Y, por si fuera poco, cernían sobre mí terroríficas amenazas: se me podía caer el pelo, podía alumbrar a un «bebé desdichado» o mi hijo podría contraer en mi inocente barriga un sinfín de extrañas enfermedades. ¿Quién quiere saber eso? ¿Y quién, si le sucede, busca respuestas en un libro en vez de coger el portante e irse a urgencias? Sin duda, no era la lectora ideal para ese tipo de libros y me preguntaba si habría más mujeres como yo, que quisieran obtener respuestas sin amenazas ni moralinas.

No me atribuyo la exclusividad de haber sido la única mujer sobre la faz de la Tierra que se ha enfrentado a un batiburrillo de advertencias antitéticas. Esta disparidad de opiniones que circundan el embarazo se ha traducido en una actitud pragmática por parte de las madres: el sacrificio aleatorio. Es mejor renunciar a algo que poner a tu bebé en peligro. Parece lógico y loable. De hecho, es lógico y loable. Aún diría más: es lo más lógico y loable que puede hacerse dadas las circunstancias. Pero ¿es necesario? ¿Está comprobado científicamente? ¿Es en realidad útil? Y llegamos al meollo de la cuestión: decidí escribir este libro para saber qué renuncias tenían sentido y cuáles resultan accesorias, a fin de quitarme y quitar presión.

Es innegable que, en el momento en que dos bípedos adultos deciden perpetuar la especie, tendrán que renunciar a algunas costumbres de su vida anterior para dejar paso a otras. Pero en este punto soy un tanto puntillosa: no deseo sacrificarme más de la cuenta si ello no revierte directamente en el bienestar de mi vástago. Y, por otra parte, también quiero saber hasta qué punto son beneficiosas esas privaciones, si en verdad marcan una diferencia básica o si solo aportan una mejoría que no resulta imprescindible. Y sobre todo detesto entrar en el agravio comparativo, convertir esa renuncia en un baremo para demostrar si una mujer es bastante buena madre o no —una calificación que ya resulta deleznable en sí—. Desgraciadamente, en mi embarazo descubrí que esta es una tendencia muy habitual. Algunas procreadoras hacen proselitismo de sus renuncias y miran por encima del hombro a las que no las llevan a cabo. Dramatizando un poco, esto acaba por crear un clima policial en el que, si tienes una tendencia natural a agradar y justificarte, estás más vendida que una tetera en el Gran Bazar. Mi gran pregunta, que subyace en todo el libro, es: ¿hasta qué punto el sacrificio revierte en el bien del bebé o es una forma de construir un modelo de buena madre abnegada?

Aquí se impone una matización, pues entiendo como sacrificio cualquier acción que se lleva a cabo a contrapelo, y en ese sentido cada persona es un mundo. Pongamos como ejemplo el siempre polémico tema de la lactancia, que se desarrollará más adelante. Para una mujer puede resultar un gran sacrificio pasarse medio año con el pecho en ristre para alimentar a su cría. Para otra, en cambio, dejar de compartir ese gratificante instante con su descendiente tal vez se le haga una montaña. Mi pregunta, por tanto, es: ¿hasta qué punto es necesario hacer una cosa u otra y cómo repercutirá en el bebé? Las dos tienen todo el derecho del mundo a disponer de información rigurosa y después hacer con ella lo que les plazca. Porque, por mucho que se quiera cuidar de manera eficiente del recién llegado, cada persona es como es, e intentar cambiar sin que sea realmente necesario para acallar el qué dirán es la causa de una tensión innecesaria.

Por estas razones, rompí mi juramento de Scarlett O’Ha

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