Okasan

Mori Ponsowy

Fragmento

Corporativa

SÍGUENOS EN
Megustaleer

Facebook @Ebooks        

Twitter @megustaleerarg  

Instagram @megustaleerarg  

Penguin Random House

Kumo ori ori

hito wo yasumeru

tsukimi kana

Matsuo Bashō (1644-1694)

Nubes de vez en cuando

para descansar

de tanta luna llena

Un mes antes de cumplir veintiún años, mi único hijo se fue a vivir a Tokio. Había ganado una beca del gobierno japonés para cursar allá sus estudios universitarios. Hasta entonces habíamos vivido siempre juntos. Siempre solos, en distintos países. Lo que sigue es la crónica de la primera vez que fui a visitarlo. Era, también, la primera vez que yo iba a Japón. Mi intención en estas páginas no es hablar sobre un país. Mi intención es contar lo que viví durante esos catorce días.

Día 0

Narita
Del otro lado del mundo

Tokio queda en las antípodas de Buenos Aires. Si quedara un poco más al este, quedaría más cerca. Si quedara un poco más al oeste, también. Cuando en una es mediodía, en la otra es medianoche. He volado treinta y seis horas para llegar hasta aquí.

En el aeropuerto de Narita, después de recoger mi maleta, voy a un mostrador donde compro el ticket para la combi que va hasta la ciudad. La chica que me atiende señala la puerta por la que debo salir y me advierte: parte a las 18:50. Miro la hora: faltan diez minutos. Tengo tiempo de ir hasta el baño y enjuagarme la cara. Cuando a las 18:48 voy al lugar señalado, la combi está llegando. El chofer usa un par de guantes blancos para agarrar mi maleta y lo cambia por otro par, también blanco, para conducir. Partimos en el momento en que el reloj deja de marcar 18:49 y pasa a 18:50. En ese segundo exacto.

Ya es de noche. Las autopistas parecen escenarios de una película futurista. Todo es silencio. A pesar de que supongo que es la hora pico, hay muy pocos vehículos. Siento que estoy flotando. No sé si vamos rápido o en cámara lenta. Ni una sola valla publicitaria contamina la vista.

Dentro de una hora me encontraré con mi hijo. Este es el país que eligió para estudiar, para descubrirse, para inventarse. Mi hijo me está esperando. Dentro de una hora estaré con él.

Tokio
El encuentro

Como si fuera cómplice de una historia que nadie le ha contado pero que ella ya imagina, la recepcionista del hotel sonríe en cuanto digo mi nombre. “Su hijo ya llegó”, dice, e inmediatamente me da la llave de la habitación. No me pide el pasaporte, ni que llene un formulario. ¿Estará tan ansiosa como yo por el encuentro o será que en este país no es necesario mostrar un documento tras otro dondequiera que uno vaya?

Llamo al ascensor. Cuando se abre la puerta, doy un paso para entrar y casi choco con un chico joven que, a su vez, ha dado un paso para salir. Me mira a los ojos. Se asombra. Yo también lo miro. Ahora ríe. ¡Es Mati! Tiene el pelo como un nido de musaraña, luce flaquísimo, y su piel, que siempre fue muy blanca, ahora está de color marrón. “¡No te reconocí!”, le digo. “Bueno, pero salúdame”, dice él, y vuelve reír. Suelto la maleta. No decimos nada más. Nos abrazamos frente al ascensor. Y es sólo entonces —cuando respiro el olor de su cuello, ese olor que reconozco; sólo entonces, cuando le acaricio el pelo ahora convertido en nido; sólo entonces, cuando siento sus costillas marcadas por tanta delgadez— que me doy cuenta de que he viajado hasta el otro lado del mundo para vivir este moment

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos