Abandonados

Carolina Rojas

Fragmento

Daniel

Daniel

Daniel Ballesteros fue apuñalado dieciocho veces en su dormitorio del CIP-CRC Metropolitano Norte Til Til. El adolescente había alertado en varias ocasiones a su familia, su psicóloga y a gente del recinto, de las amenazas que recibió de otro grupo de internos. En los libros de constancia quedó el registro del acoso. Tras su asesinato, el primer joven que falleció en el llamado centro «modelo» del Sename, comenzaron los cuestionamientos a la concesión y la dirección del servicio, quienes manejaban información del mal funcionamiento del CRC Til Til y que en un primer momento negaron la existencia de amenazas a Daniel.

El martes 30 de octubre de 2017, Eliana Pérez (52) luce abatida en un café en el centro de Santiago. El lugar está lleno, las otras mesas están ocupadas por oficinistas, clientes al paso que apuran un expreso; otros, conversan con las jóvenes de faldas cortas.

Eliana, cuerpo enjuto, anteojos, se peina con las manos el pelo teñido de rubio antes de saludar. Tiene una voz calma y la sonrisa fácil lo que le da un aire sensible, pero también cierta dureza, como la marca de los sobrevivientes. En su caso, la de una mujer humilde que le hace frente a una burocracia de abogados, al aluvión de documentos y expedientes en las oficinas del Servicio Nacional de Menores (Sename) de la calle Huérfanos.

Viene desde ese lugar. Fue a preguntar, como tantos otros días, en qué va el sumario por el caso del asesinato de su hijo Daniel, si hubo alguna sanción a los trabajadores que debían protegerlo. Mientras ordena un café, dice que no le dieron fechas, que nadie le dio una respuesta clara, eso la malhumora, la frustra. Está cansada.

El abogado de turno la calmó: le explicaron que el caso ya pasó a la Dirección Regional y que pronto estará lista la resolución sobre las responsabilidades administrativas del homicidio. Sabe que no pasará nada. En esa espera que se extiende, ya son cuatro años de preguntas, de trámites, pero sobre todo de mucha angustia. Para Eliana, todo orbita en el recuerdo de su hijo. Y ella no está dispuesta a ceder.

—Ya sé que no me llamarán, ha pasado tanto tiempo y aún no hay responsables en lo administrativo, en quienes tenían que cuidar al Dani, esa gente de Cercap nunca pagará —dice y da un sorbo a su café cortado.

Afuera es una mañana de primavera, pero hace frío. Eliana lleva un vestido terracota y un sweater delgado que deja asomar un tatuaje en el costado izquierdo de su pecho, que dice «Daniel».

—Este me lo regaló un vecino para subirme el ánimo. Fuimos donde un tatuador de avenida La Estrella y desde entonces ando con el Dani para todos lados —dice mientras reposa la mano sobre las letras de su pecho.

En ellos, en la gente humilde de su población y en esa generosidad intrínseca, encontró refugio. Dice que esas personas fueron quienes realmente conocieron a Daniel: el Daniel niño.

Daniel Ballesteros Pérez, de diecisiete años, fue el primer adolescente asesinado al interior del moderno centro penitenciario que se había anunciado con bombos y platillos en 2012. Sería el primer centro para jóvenes privados de libertad con administración mixta donde solo la planta directiva estaba contratada por Sename (la administración, Gendarmería y la custodia), el resto de las actividades y profesionales dependía de servicios externos (terapeutas, psicólogos, asistentes sociales y educadores).

Este modelo de reinserción en manos de la Corporación de Educación Rehabilitación y Capacitación (Cercap) no dio resultado, y el 11 de noviembre de 2013 se terminó el contrato de manera sorpresiva. El mismo año, un reportaje del Centro de Investigación Periodística (Ciper) denunció el millonario convenio que se había firmado en marzo de 2012, por $ 5.984.130.000. El 12 de noviembre, el Sename llamó a concurso para incorporar distintos profesionales, anulando el contrato con la empresa por su mal manejo, pese a que quedaban cuatro años más de licitación. En el sitio web del Sename, la Corporación aún aparece como organismo colaborador.

Los jóvenes tenían tomado el centro, así lo deja ver un informe de la Comisión Interinstitucional de Supervisión de Centros, en junio de 2013, que ya había advertido sobre los problemas que ocurrían en Til Til. Se puso especial énfasis en que los grupos de jóvenes no tenían distinción etaria o de perfiles. También se recalcó la falta de control en el centro, una verdadera bomba de tiempo: un asalto de los internos a la unidad de salud para consumir fármacos, consumo de drogas, peleas por el liderazgo. Un tira y afloja entre los educadores y los jóvenes. «Se visualiza un inicial manejo deficiente de los conflictos al interior del centro, en especial los que dicen relación con los funcionarios del Cercap, que son funcionarios con poca experiencia. El Sename ha demostrado, sobre todo en un comienzo de funcionamiento del centro, no intervenir mayormente en apoyo a la solución de dicha problemática», dice el documento.

En medio de estos escándalos, los primeros días tras el asesinato de Daniel, la institución insistió en la tesis de una «riña», hasta que se revelaron las amenazas previas. Incluso, el mismo sábado que murió, desde el centro se informó a los medios de comunicación que la muerte del joven solo lo implicaba a él y a otro compañero. «El incidente solo involucró a la víctima y el agresor», tituló Emol en 23 de noviembre de 2013.

Eliana cuenta que en julio del 2017 recibió una indemnización de $ 97 millones por parte del Estado por la muerte de su hijo. Descontando el pago del abogado, dice que se compró un terreno en Los Vilos, en la Región de Coquimbo. Repartió algo aquí y allá, pero insiste en que no necesita vacaciones. No hasta que no se resuelva el sumario. Restar tiempo a la espera o tomarse un descanso, podrían ser una verdadera traición a la memoria de su hijo.

—Yo me quedé en el pasado, como pegada, sabe —confiesa y acomoda sus anteojos con el dedo índice.

En la endeble mesa circular, extiende algunas fotografías. Allí aparece Daniel junto a sus ochos primos —él era el menor de los nietos—; Daniel con birrete en una graduación de kínder; Eliana cargándolo en la primera Navidad que pasaron juntos. Ahí su hijo tenía un mes y Eliana aparece con una sonrisa amplia que deja ver todos sus dientes. Atrás se ve un árbol de Pascua con las luces encendidas.

Daniel nació en el Hospital San Juan de Dios de la comuna de Quinta Normal el 18 de diciembre de 1995. Tenía una fisura en el paladar, pesó cinco kilos y, durante el parto, Eliana además soportó una septicemia.

—Todo fue difícil con él, desde el nacimiento sufrió mucho —recuerda Eliana y ordena las fotos.

De familia evangélica, el niño Daniel creció en una casa cálida por parte de su madre. La historia paterna fue un cuento distinto, a Alejandro, su padre, solo lo veía ocasionalmente. Hoy Eliana se culpa de muchas cosas: que descuidó a su hijo, desplazado a un segundo lugar para dedi

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