Profes rebeldes

Cristian Olivé

Fragmento

Prólogo: ¿Eres profe por vocación?

PRÓLOGO

¿Eres profe por vocación?

Si hay una pregunta que nos han repetido hasta la saciedad a quienes nos dedicamos a la enseñanza es esta: «¿Eres profe por vocación?». Supongo que quieren saber si eres como algunos de esos profes que tuvieron y que pasaban un poco de todo o si, por el contrario, eres de los que se implican en lo que hacen. Blanco o negro. A menudo no hay término medio cuando se habla de vocación. La mayoría cree que para dedicarte a la enseñanza has debido de tenerlo claro desde muy pequeñito. Yo no lo veo así.

¿Soy profe por vocación? Sí, no podría negarlo aunque quisiera. De hecho, siempre recordaré la maestra que tuve al empezar el parvulario. Estoy convencido de que gracias a ella he llegado donde estoy ahora. No recuerdo nada de sus clases porque no era más que un niño, pero a menudo mis padres me dicen que iba tan emocionado a la escuela que incluso entraba corriendo por la puerta para ser de los primeros en saludar a la maestra. Se llamaba Alícia y era afable y cercana con nosotros.

Han pasado los años y ya no sé nada de ella. De todas formas, me gustaría escribirle un mensaje que ojalá pueda leer algún día:

A menudo te cruzas con personas en la vida. A partir de ese día, compartís momentos y ratos de muchas risas. Pasado un tiempo, todo cambia porque cada cual debe emprender un nuevo camino y os marcháis por donde habíais llegado, y al final casi no queda nada. Sin embargo, sucede otras veces que, sin saber muy bien por qué, aparecen personas en tu vida, compartís momentos y ratos de muchas risas y, cuando el inexorable paso del tiempo os separa, permanece una huella que nunca se borra, porque ahora eres como eres gracias a ese alguien y serás como serás gracias a los momentos y a los ratos de muchas risas que habíais compartido. Y sabes de sobra que todavía es más mágico cuando estás convencido de que ninguno de los dos lo pretendíais ni lo esperabais.

Alícia, gracias por convertirme en el profesor que soy hoy.

Sí, es por vocación. Durante los estudios de primaria, cuando los otros compañeros se enclaustraban en la habitación para pasar el rato con juegos de su edad, yo rebuscaba en un cajón el libro roído de lengua y literatura del curso anterior, lo posaba en mis manos como un tesoro y lo abría por la página que tenía un bolígrafo a modo de marcapáginas. Después, disponía los cojines y los pocos peluches que había en mi cama como si fueran alumnos. Y entonces ponía en marcha mi discurso de recordatorio de lo que había explicado en la última sesión. Jugaba a ser profesor y me inventaba listas de nombres y, si era preciso, gritaba a los peluches que me parecía que se portaban peor.

Es curioso cómo los referentes de que disponemos pueden influir en un momento concreto. Recuerdo que durante aquella etapa tenía a maestras que, a pesar de tratarnos bien, se ponían hechas un basilisco y nos gritaban tan fuerte que mi madre podía oírlas desde el balcón de casa.

—¡Menudos gritos! Seguro que os habéis portado fatal... —me decía mi madre nada más verme.

—Yo no he hecho nada malo.

Me defendía porque era la verdad. No solían enfadarse conmigo, pero en clase éramos una piña: si todo iba bien, era gracias a nosotros, pero si la cosa se torcía, también era por culpa nuestra. En cualquier caso, creo que durante esos primeros años como alumno y como aspirante a futuro profesor tuve una concepción bastante sesgada de la actitud que debía tener un docente. A partir de mis modelos educativos, intuía de manera confusa que había que ganarse la autoridad a golpe de silbato. Y por esta razón, si los cojines y los peluches me hacían enfadar, descargaba toda la rabia sobre ellos hasta que mis gritos retumbaban por toda la comunidad de vecinos.

Durante la educación secundaria obligatoria, seguí jugando a ser profesor, pero lo hacía a escondidas. Se volvía cada vez más difícil defender esta modalidad de juego ante un entorno adolescente más hostil. Tuve algunos referentes educativos que he procurado imitar en ciertos momentos, pero guardo de la mayoría un recuerdo que me cuesta saber si es bueno o no. Me disgustaba cuando en algunos casos notaba que hacían su trabajo porque no les quedaba más remedio.

Debo decir que, cuando me tocaba un profesor que rezumaba pasión por los cuatro costados, me aferraba a él como una lapa porque deseaba saber más sobre su trabajo. Mis compañeros a menudo me miraban de un modo extraño, ya que no entendían por qué me interesaban más los adultos que la gente de mi edad. Supongo que por aquel entonces debía de pensar que de unos podría aprender mil historias mientras que de los otros no sacaría nada en claro. ¡Quién me iba a decir que años después estaría aprendiendo tanto de los adolescentes!

Durante el bachillerato, tuve la suerte de coincidir con docentes que me demostraron día tras día que el oficio de enseñar es un regalo, porque si te lo propones puedes conseguir despertar la emoción y las ganas de seguir aprendiendo. ¡Ay, Àngels! Sus clases de griego y latín suponían el oasis del aprendizaje significativo. Nos mostraba a cada minuto el vínculo de la cultura clásica con nuestra realidad más palpable.

«La marca Nike es en realidad Niké, la diosa de la victoria. Y su logo representa una de sus alas. La letra omega es también una marca de relojes. Y ya veis que la letra kappa es la que se usa para la ropa deportiva», nos explicaba.

Vaya, enfocaba los contenidos como procuro hacerlo yo hoy en día en mis clases... Por eso, si hay un modelo educativo que he querido imitar siempre, sin duda, es el suyo. Todo el mundo la respetaba porque te hablaba desde el corazón y desde la comprensión, y llenaba de sentido todo cuanto enseñaba. Lanzaba la semilla para hacer florecer la emoción. Algún día lo leerás y te emocionarás, Àngels. Estoy convencido de ello.

Sí, es por vocación, pero la vocación es solo una parte. Lo importante es el día a día. He tenido varios compañeros que jamás se habrían imaginado que serían profesores. Ni siquiera se les había pasado por la cabeza en ningún momento que algún día tendrían que romperse los cuernos para motivar a grupos de adolescentes que no siempre lo ponen fácil.

Estos compañeros, sin embargo, realizan su trabajo con empeño, con dedicación y con pasión. No tenían una vocación predestinada, como en mi caso, pero puedo asegurar que se dejan la piel cada día y estoy convencido de que, si justo ahora alguien les diera a escoger entre seguir enseñando o dedicarse a lo que siempre habían soñado, elegirían mil veces la primera opción y no lo dudarían ni un segundo.

Sí, es por vocación, pero tuve miedos. Durante toda mi vida académica, me he vanagloriado de saber de sobra a qué me quería dedicar y no acababa de entender por qué había gente que no lo tenía tan claro. Durante la primaria, los compañeros a

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos