Maternidad a flor de piel

Míriam Tirado

Fragmento

cap-1

imagen

Tener hijos. Eso que se ha hecho desde que el mundo es mundo y que parece la cosa más fácil, cuando no los tienes tú. Eso que nos aventuramos a imaginar y que, entonces, pintamos de luz y de color. Eso que nos atrevemos a juzgar cuando todavía no somos padres sin tener ni idea.

Así eran mis pensamientos antes de que naciera mi primera hija y… ¡cómo cambió la historia después! Ahora, con la experiencia de casi diez años de maternidad, puedo asegurarte que tener un hijo es el baño de humildad más grande que te puede dar la vida. Claro que no es fácil en muchos momentos, pero se trata, sin duda alguna, de la cosa más trascendente que haremos jamás.

Siento, aunque a ratos pueda parecer exagerado, que tener un hijo y criarlo será lo más importante que haremos en la vida. Será lo que quedará cuando ya no estemos, por ello lo de trascendente. Porque nuestros trabajos, nuestras posesiones o lo que hemos hecho seguramente se esfumarán, pero la manera en que hayamos criado a nuestros hijos y cómo les hayamos amado, seguramente pervivirá. Eso trascenderá en ellos y en sus propios hijos. Eso quedará para siempre.

Se trata de una perspectiva que no contemplamos cuando estamos metidos de lleno en el ajo. Si en cuanto parí a mi primera hija me hubieran hablado en estos términos, no habría entendido nada o quizá incluso me habría molestado. Bastante tenía con el peso que llevaba encima intentando saber qué necesitaba a cada momento e intentando recuperarme de un parto que me dejó en un K.O. técnico.

El día a día con un hijo, sobre todo al principio, no deja demasiado espacio para la perspectiva, para analizar ese momento dentro de un conjunto, de un contexto vital, de un recorrido… Es normal, pues todo resulta tan intenso, tan bestial, tan entregado y dedicado que apenas queda tiempo para poder alzar la vista y ver un poco más allá.

Tanto los momentos de túnel oscuro y largo como aquellos de felicidad absoluta son tan brutalmente impactantes que te dejan casi sin aliento. No, en esos momentos parece imposible detenerse a pensar en lo que significa tener hijos, en hasta qué punto es importante todo esto.

Primero necesitamos que nos echen una mano, que nos espanten los fantasmas para que podamos ver el horizonte con un poquito más de claridad. Necesitamos no sentirnos tan solas en esto de la crianza. También que alguien nos calme el alma cuando nos asustamos porque tenemos miedo de no estar a la altura. Necesitamos que nos digan que lo que nos sucede es normal y, sobre todo, que pronto pasará, que será historia y no en mucho tiempo.

Quizá por eso estoy ahora aquí, contigo. Para ser ese cable al que agarrarte en este recorrido intenso, desbordante y maravilloso. Para que, en esos momentos de «no sé ni adónde voy», puedas refugiarte en la lectura de palabras que apacigüen tu alma y tu cuerpo. Para que puedas entender qué te pasa y por qué, pero, sobre todo, para que seas capaz de tomar distancia, echarle humor y contar con herramientas que te ayuden en cada paso.

Te aseguro que lo que estás viviendo está transformándote. No, ya no eres la misma que antes de tener hijos o, si todavía se trata de un deseo, no lo serás después. ¿Cómo ser la misma tras una experiencia semejante? ¿Cómo permanecer igual después de tal terremoto físico, emocional y mental? No, es imposible.

Transformarte a solas a veces resulta difícil. Me acuerdo de lo que sentía poco tiempo después de haber tenido a Laia. Pensaba: «¡Jolín, cómo he cambiado!», y a la vez, cuando me encontraba con antiguos amigos, me parecía que no se daban cuenta, que no entendían el momento transformador que estaba viviendo. Me entraban ganas de decirles: «¿No os dais cuenta de que mi vida, tal y como era, está patas arriba y de que ya no soy la misma?». Pero ¿cómo decirles algo semejante? ¡Hubiera parecido una mamá chiflada!

Y en realidad me sentía así: sabía que era el momento más intenso e importante de mi vida y que el mundo no se percataba. El mundo lo percibía como algo normal; ya sabes, mucha gente tiene hijos, no era nada especial.

Sin embargo, lo era. Era especial para mí. Era durísimo a ratos para mí. Era maravillosamente inexplicable para mí. Era precioso para mí. E incluso me estaba transformando hasta el punto de que me costaba reconocerme en la mujer en la que me estaba convirtiendo.

«¿Qué me está pasando?», le pregunté un día entre lágrimas a mi madre… «Que eres mamá, que tienes una hija, pasa todo eso.» Tres afirmaciones, solo tres que en teoría ya sabía, pero que en ese instante dieron valor a lo que estaba viviendo. No, no me estaba volviendo loca, lo que ocurría era que me estaba convirtiendo, día a día, en madre, y ya no podía ser la mujer de antes, porque la de antes no lo era.

Me tocó arremangarme y ponerme al día, aprender un montón sobre temas de los que desconocía su existencia y otros que creía conocer de sobra. La llegada de mi primera hija se resume así: un baño de humildad, una cachetada en toda la cara, un «venga, empieza de cero y ve poquito a poco».

Cuatro años y medio después, nacía mi segunda hija y su llegada ya no supuso un punto y aparte, sino un punto y seguido. Ella tenía una madre que ya lo era, que contaba con más años y experiencia, y sobre todo, mayor serenidad.

En todo este tiempo he acompañado a muchas mujeres en su maternidad y ahora quiero llevarte de la mano a ti. Ir encendiendo la luz en cada túnel en el que te encuentres. Ayudarte a hallar la puerta y salir, victoriosa, de cada dificultad con tus hijos.

No, no tengo ninguna varita mágica, no soy Campanilla. Pero he atravesado algunos túneles y creo firmemente que, a menudo, lo que más se necesita cuando estás allí es a alguien que te tome de la mano siempre que estés asustada. Alguien que te diga: «Es normal que tengas miedo, estoy aquí, contigo».

De modo que me tienes a tu lado, junto a ti, con ganas de explicarte lo vivido, lo que aprendí, para hacerte este viaje más llevadero. Podemos caminar juntas, si te apetece. ¿Vamos?

imagen

cap-2

imagen

Siempre supe que quería tener hijos. Toda mi vida he pensado que los niños son el paraíso y que estar a su lado es un privilegio y un honor, además de resultar muy divertido. Quizá te ha pasado como a mí y siempre has deseado tener hijos, pero tal vez no. Quizá jamás has sentido aquello que llaman «instinto maternal» y, a pesar de eso, tienes ahora un bebé en tu vientre o un niño de cuatro años corriendo por casa. A lo mejor jamás lo habías sentido antes hasta que un día, de repente, te descubriste imaginándotelo y tuviste unas ganas enormes de tener un bebé.

A mí me gusta hablar de la «llamada». Sí, eso que te asalta sin más, a veces sin venir a cuento y que podría traducirse como unas ganas intensas

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos