Vivir en pareja

Raimon Gaja

Fragmento

1 Enamorarse

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Enamorarse

Si en medio de las adversidades persevera el corazón con serenidad, con gozo y con paz, esto es amor.

SANTA TERESA DE JESÚS

En nuestra cultura, el amor está considerado el motor que mueve el mundo. Foco constante de todas las miradas y de todos los anhelos, el amor es el gran tema por antonomasia; todos: poetas, músicos, pintores, filósofos, psicólogos…, han formulado su definición particular sobre el amor. Sin embargo, seguimos sin saber con exactitud qué es eso que llamamos amor. De hecho, repasando la bibliografía científica que existe sobre el tema, sorprende comprobar que el amor —y las relaciones sexuales de la pareja humana— fue un tema tabú hasta que, primero, Kinsey y, después, el matrimonio Masters y Johnson publicaron sus trabajos, es decir, hasta mediados del siglo XX. Entretanto, el amor había permanecido encajonado en el ámbito de lo misterioso (para muchas personas ahí sigue), dependía de los designios del destino; y su contrario, el desamor, era un signo de la mala suerte. Curiosamente, el motor que mueve el mundo, la base sobre la que se construye el matrimonio, los hijos, la familia y la sociedad entera era una tema vedado a la ciencia.

El interés social que despierta el amor queda de manifiesto en los millones de euros que gastamos anualmente en literatura romántica, películas de amor, revistas y libros que intentan explicar qué es el amor, por qué nos enamoramos, cómo podemos conservar el amor…, lo que creemos que indica muy claramente que existe una verdadera sed de conocimientos acerca de este tema. Una cantidad de dinero no inferior es la que se calcula que gasta la gente en consultas de quiromancia, tarot, cartas astrales y otras modalidades de la futurología. Por supuesto, una pregunta ineludible a los oráculos del más allá es la cuestión amorosa, lo cual, a nuestro juicio, corrobora que en el subconsciente colectivo hemos asociado el amor con el destino, o el amor con la suerte, o el amor con ciertas fuerzas inexpugnables, etc.; al tiempo que demuestra la importancia capital que tiene la consecución del amor en la lista de necesidades del ser humano.

Por otro lado, la gran valoración social que se hace del amor queda patente en el hecho de que está considerado un requisito imprescindible para el matrimonio, más aun, se considera que es el único móvil moralmente aceptable para que dos personas se unan. Sin embargo, esto no siempre fue así. La noción del amor romántico no empezó a desarrollarse —muy tímidamente y exclusivamente en las capas sociales más elevadas— hasta el siglo XVIII. Por el contrario, se consideraba que el enamoramiento era un síntoma de enajenación mental, de enfermedad o de embrujo. Cuando un hombre y una mujer se unían y formaban una pareja/familia (la pareja no existía como ente separado del clan familiar o la tribu) no era la posible consecución del amor, de la felicidad, del placer sexual, de la estabilidad emocional o del enriquecimiento personal lo que les inducía a ello. La unión no respondía a dos necesidades o voluntades individuales (la de él y la de ella) sino a una necesidad y voluntad externa: la de la tribu o el clan familiar, el cual decidía quién se unía a quién y en virtud de qué beneficios.

Para los miembros de las clases altas, las uniones entre sus miembros se traducían en beneficios económicos, territoriales o políticos. Sin duda, la unión entre un hombre y una mujer poderosos duplicaba su poder. Un repaso somero por la historia bastaría para comprobar este hecho, ya que ésta nos ofrece muestras fehacientes de cómo, a partir de la unión de dos casas reales, se ampliaban los límites territoriales de las naciones y su influencia política.

Para las clases más modestas, la unión entre dos de sus miembros tampoco respondía a razones de tipo amoroso; la necesidad de repartir el trabajo, de procrear hijos que se convertirían en una fuerza de trabajo, de asegurar el alimento, de proteger la integridad física, etc., eran los móviles que se tenían en cuenta a la hora de formar una pareja/familia.

Pero ¿qué es el amor? Aunque cuando se pronuncia la palabra amor automáticamente pensamos en el amor romántico, existen otras formas de amor, como el amor a la familia, a los amigos, al trabajo, a una ideología, al país…; sin embargo, el amor pasional o romántico es, de todas las modalidades de amor mencionadas, el más complejo y enriquecedor para el individuo. Por contra, es el que contiene un potencial destructivo más poderoso en el supuesto de que fracase. En este punto, quizá convenga recordar lo que al respecto del amor apuntaron los científicos Spitz, Harlow y Bowlby.1 Según ellos: «El amor conduce al desarrollo físico y psicológico, al progreso y a la estabilidad emocional. La falta de amor conduce a la tristeza, al desánimo o al retraso mental y orgánico y, finalmente, a la muerte. El amor vivifica y la ausencia de amor destruye». De hecho, se ha comprobado médicamente que las personas solteras, divorciadas y viudas padecen un mayor número de trastornos psicosomáticos.

Pero nos estamos desviando de nuestro objetivo principal: apuntar alguna definición del amor. Según Walster y Walster,2 el amor romántico es: «Un estado de intensa dedicación a otro. En algunas ocasiones, los amantes son los que suspiran por su pareja y por la realización completa. En otras ocasiones, los amantes son los que se encuentran en un estado de éxtasis por haber alcanzado, finalmente, el amor de su pareja y, momentáneamente, la realización total». Es decir, según estos investigadores, el amor es un estado de intensa estimulación fisiológica. Estado que se dispara en nosotros cuando confluyen los «ingredientes del amor».

LOS INGREDIENTES DEL AMOR

La fantasía

El amor romántico se caracteriza por fundamentar sus bases en la fantasía, es decir, en la idealización del otro. Según esto, cuanto más insatisfecha esté una persona más posibilidades tendrá de enamorarse porque más fácilmente se entregará a la fantasía, proyectando sus necesidades —de ser lo que no es y de tener lo que no tiene— en la otra persona, exagerando sus cualidades, hasta que se convenza de que el otro es y tiene todos los atributos que le gustan. Por el contrario, cuanto más satisfecha esté una persona menos necesidad tendrá de enamorarse y menos susceptible será al amor.

Filiación y dependencia

Cuando no podemos satisfacer nuestras necesidades, cuando estamos poco contentos con nosot

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