Gastos, disgustos y tiempo perdido (Ensayos 2)

Rafael Sánchez Ferlosio

Fragmento

cap-1

Presentación

I

Bien entrada la década de 1970, dejados atrás los «altos estudios eclesiásticos», Rafael Sánchez Ferlosio comenzó a publicar artículos en la prensa periódica con creciente asiduidad. Previamente había publicado reseñas, artículos y ensayos en distintos medios (en este volumen, sin ir más lejos, se recogen dos viejos artículos publicados en el diario ABC en 1962), pero siempre con carácter ocasional. Hacia finales de los setenta, sin embargo, sus colaboraciones con el entonces recién fundado diario El País, aunque esporádicas, se intensificaron inesperadamente. El importante papel que dentro de El País desempeñaba Javier Pradera, responsable de la sección de Opinión del diario, sirve en buena medida para explicarlo. Pradera era cuñado de Ferlosio, con quien siempre mantuvo una buena relación; sin duda él lo animaría a colaborar en el proyecto de normalización democrática por el que apostaba ese diario, del que en algún momento se dijo que llegó a actuar en aquellos tiempos como «un intelectual colectivo». Por otro lado, la España inmediatamente posterior a la muerte de Franco, la de los primeros años de la Transición, una babel de fraseologías de viejo y nuevo cuño, ofrecía alicientes sobrados para los análisis de un observador bien adiestrado en la detección de los múltiples mecanismos con que se subvierte la razón, siempre a través de los malos usos del lenguaje.

Lo cierto es que, en muy poco tiempo, Ferlosio se convirtió en un implacable comentarista de la actualidad política y cultural española. Sus artículos sobre «asuntos nacionales», en su mayoría recogidos en este volumen, constituyen, leídos en secuencia, un admirable correlato crítico de la historia de España durante las cuatro últimas décadas, con especial atención al período correspondiente a la tan celebrada como cuestionada transición a la democracia, un período que cabe dilatar hasta la última de las cuatro legislaturas consecutivas en que el PSOE obtuvo mayorías parlamentarias y Felipe González se mantuvo al frente del Gobierno de España.

La lectura de estos artículos señala a Ferlosio como un francotirador que, sin vínculos partidistas de ninguna clase (y radicalmente al margen de esa noción de «intelectual colectivo-empresarial» apuntada por José Luis López Aranguren en un sonado artículo del 7 de junio de 1981), discierne con insólita precocidad y contundencia los asuntos neurálgicos del acontecer nacional. Quien lea, uno tras otro, los artículos reunidos en el tercer apartado de este volumen —«Mas no son todos los tiempos unos»— obtendrá una crónica indirecta de algunas de las cuestiones y de los sucesos clave para entender la historia reciente de España, entre los que se cuentan, sin lugar a dudas, el auge de los nacionalismos y de las pasiones identitarias, el papel de la policía y del ejército en la naciente democracia, el acusado fariseísmo de la clase política, el nuevo populismo cultural, la amenaza del terrorismo y la lucha contra el mismo, la vigencia de la censura y de la tortura, la actitud sediciosa de la derecha más recalcitrante, la transformación del PSOE —y de su líder, Felipe González— durante su larga permanencia en el poder, el «caso Miró», el «caso Almería», el «caso Juan Guerra», el «caso GAL», las grandes celebraciones del año 1992 (V Centenario del Descubrimiento, Exposición Universal de Sevilla, Olimpíadas de Barcelona), el «desastre del Prestige», etcétera.

A nadie puede extrañar, leyendo los textos que aquí se brindan, la extraordinaria autoridad que se ha labrado Ferlosio como agudo comentarista de la realidad española; autoridad tanto mayor si se tienen en consideración los artículos y ensayos reunidos en los siguientes tomos de esta edición de sus Ensayos, dedicados a toda suerte de asuntos de política internacional, a la guerra, al ejército, al papel de los mass media, a la publicidad, a las políticas educativas, etcétera. Cuestiones todas que a menudo se imbrican con las aquí abordadas, como conviene recordar para no perder de vista la profundidad de la común perspectiva en que Ferlosio sitúa unas y otras. Una cualidad que ha valido a su actividad periodística un amplio reconocimiento, patente en la concesión de premios tan prestigiosos como el Francisco Cerecedo, en 1983, y el Mariano de Cavia, en 2002.

II

Las colaboraciones periodísticas de Ferlosio han tenido casi siempre, como ya se ha apuntado, un carácter esporádico. La asiduidad a que nos hemos referido es sólo relativa. Aun si consideramos el período en que ha publicado artículos con mayor frecuencia —la década de los ochenta—, raro es el mes en que vieron la luz dos, y a menudo pasan varios meses entre la publicación de uno y otro. La frecuencia ha sido siempre irregular, y los años en que Ferlosio se ha mostrado más prolífico apenas ha superado la docena de artículos. El dato es indicativo de la naturaleza hasta cierto punto paradójica de la relación que Ferlosio mantiene con el periodismo. Una relación atravesada por la que, a su vez, el periodismo mantiene con el «principio general de la lealtad de la palabra» (así lo llama Ferlosio, quien dice que fue Fernando Savater, en un pasaje de su libro La tarea del héroe, quien acertó a enunciar ese principio más bellamente que nadie: «Que no se hable en vano»).

Difícilmente pueden los periódicos mantenerse fieles a este principio cuando su extensión misma está predeterminada. Como la de una caja vacía, esa extensión «no está motivada por la existencia o la prefiguración» de un contenido previo que la justifique, sino que es ella misma «el punto de partida, el impulso activo que promueve la producción» de ese contenido, destinado a llenarla. De ahí que lo que cabe entender por su moral se halle penetrada por el signo de la intransitividad. Observa específicamente Ferlosio, discurriendo sobre este rasgo que él estima característico del «sujeto productor capitalista»: «Pongamos, por ejemplo, el compromiso diario de un periódico que cada día, ocurra lo que ocurra, está obligado a llenar dieciséis, treinta y dos, sesenta y cuatro o mayor número de páginas, siempre que sea un múltiplo de dieciséis o, en el mejor de los casos, por lo menos de ocho. Ya conocemos los argumentos de los periodistas sobre la gran elasticidad tipográfica de un periódico y sobre la aún mayor libertad de juego que le permite la inclusión de la publicidad. Pero, con todo, nos queda siempre la convicción de que un periódico verdaderamente transitivo, realmente determinado por su objeto, por las cosas de las que pretende ser función, o sea, las noticias, tendría que tener un día once páginas y cinco octavos de página, otro treinta y una páginas y un tercio, y, en fin, un día excepcionalmente feliz, aparecer en los quioscos y ser puesto a la venta bajo el mismo título y con el mismo precio, con todas sus páginas en blanco y sólo este mensaje en la portada: “Pas de nouvelles, bonnes nouvelles!”. Un mensaje, por cierto, que también notificaría, de modo implícito, el renacimiento de la transitividad».

Estas palabras (extraídas de «Las cajas vacías», conferencia leída en Barcelona en 1993 y recogida en El alma y la vergüenza) iluminan la actitud con que Ferlosio enfrenta su tarea como articulista. Una actitud en buena medida opuesta a la del periodista profesional tanto como a

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