Aquiles en el gineceo (Tetralogía de la ejemplaridad)

Javier Gomá Lanzón

Fragmento

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TETRALOGÍA DE LA EJEMPLARIDAD

PRESENTACIÓN

Esta edición culmina un plan literario muy antiguo y largamente cultivado. Todo empezó por un amor de juventud. En esa edad tan impresionable, un periodo particular de la historia de la cultura, la Grecia arcaica, me cautivó sin remedio. A través de la epopeya homérica, la teogonía de Hesíodo, la poesía de los líricos, la cerámica de figuras negras y rojas, la estatuaria de los kuroi o las vidas de los siete sabios entré en contacto por primera vez con el ideal de la ejemplaridad, ya realizado históricamente si bien todavía sin conciencia de sí mismo. ¿Qué es lo justo, lo bueno, lo útil, lo santo, lo noble, lo bello, en definitiva, lo humano? Lo que hacen y dicen los héroes ejemplares. ¿Qué es el ser? El ejemplo personal. ¿Qué es la verdad? Su imitación. He aquí la almendra de aquella temprana intuición. Cuanto vino después —la obra que ahora se presenta— es sólo desarrollo de aquella visión originaria.

Por halago de la Fortuna, se ha cumplido en mi vida el lema que Goethe puso a su Poesía y verdad: «Lo que la juventud desea, la vejez lo concede con creces». Tras veinte años en vilo por la emoción del descubrimiento, sobrevino de pronto la definición. La gravedad infinita que había dominado esas dos décadas liberó su peso y se tornó productiva cuando, mudando mi intención primera, me resigné a no presentar la idea en un solo libro y en lugar de ello me formé un plan de cuatro. En la década siguiente, incluso antes de que la juventud me desamparase del todo, me fueron naciendo los libros, uno detrás de otro, con curiosa puntualidad: Imitación y experiencia (2003), Aquiles en el gineceo, o aprender a ser mortal (2007), Ejemplaridad pública (2009) y Necesario pero imposible, o ¿qué podemos esperar? (2013). Cada título anuncia el siguiente y el posterior se refiere con frecuencia a los anteriores para que el lector advierta las conexiones sistemáticas que los inspira, explícitas en las introducciones de cada uno de ellos. Si puede hablarse de un plan es porque el ciclo entero ofrece, con diferentes perspectivas, una misma visión de la ejemplaridad, sol en torno al que rotan los cuatro planetas del sistema. La presente edición conjunta, en consecuencia, hace justicia a la unidad de propósito. También aquí, como decía el clásico, «el fin corona la obra».

Si la concepción fue sistemática, la composición, en cambio, siguió un ritmo orgánico. No sólo cada libro es, por su contenido, plenamente autónomo y, por tanto, de lectura independiente, sino que además uno se diferencia del otro por su forma toda vez que, en su escritura, se dejó que fuera la naturaleza del tema la que eligiera en cada caso el tono y el estilo más convenientes al asunto.

Así, Imitación y experiencia, el primer título, se propuso establecer los fundamentos de una teoría general de la ejemplaridad, con su parte pragmática y su parte metafísica, poniendo así los cimientos de la construcción que habría de levantarse en los otros tres. Este empeño pedía una extensa investigación de hechura académica. Porque un pensamiento que aspira a poner en el centro de su meditación el universal concreto del ejemplo, debe justificar con buenas razones su pertinencia a la vista de las tendencias dominantes de la filosofía contemporánea, que caen casi sin excepción dentro del paradigma del universal abstracto del lenguaje. A este efecto el libro reúne y ordena el vasto material disponible recurriendo a fuentes heterogéneas y usando una bibliografía muy variada. Sitúa la teoría general en la tradición intelectual que la hace inteligible y dedica largo espacio a narrar su historia desde los orígenes hasta nuestros días distinguiendo entre cuatro clases de imitación y tres grandes etapas culturales.

En contraste con esta exposición objetiva de los principios generales, Aquiles en el gineceo cuenta el proceso subjetivo y existencial de formación de la ejemplaridad sirviéndose para ello de un bello mito griego. Aquiles pasó su adolescencia en un gineceo siendo inmortal como un dios y en determinado momento lo abandonó rumbo al campo de batalla de Troya donde sabía que iba a morir. ¿Por qué tomó esa decisión? Aquiles elige ser mortal porque la mortalidad es el precio que debía pagar por llegar a ser verdaderamente individual y merecer el título del mejor de los hombres. Todos nosotros recorremos también ese mismo camino del gineceo a Troya y, como Aquiles, debemos aprender a ser mortales para ser individuales. Pero individualidad y mortalidad no nos las podemos procurar por nuestros propios medios sino que son prerrogativas de la polis que ésta otorga sólo al ciudadano virtuoso que imita la decisión trascendental del héroe mítico, paradigma de la ejemplaridad humana.

Llegados así a las puertas de la polis, el siguiente paso, confiado a Ejemplaridad pública, consistió en elaborar una filosofía política para el presente periodo de la historia de la cultura, la democracia. Tras la crítica nihilista a las creencias y costumbres colectivas, la polis contemporánea ha renunciado a los instrumentos tradicionales de socialización del individuo —que tan integradores y movilizadores demostraron ser en el pasado— sin haberlos sustituido de momento por otros igualmente eficaces. En esta situación, ¿por qué razón el ciudadano debe aceptar las limitaciones y deberes inherentes a una civilizada vida en común? ¿Por qué optar por la virtud y no por la barbarie? El libro propone el ideal de la ejemplaridad pública, igualitaria y secularizada, como principio organizador de la democracia en la convicción de que, en esta época postnihilista, en la que autoritarismo y coerción han perdido definitivamente su poder cohesionador, sólo la fuerza persuasiva del ejemplo virtuoso, generador de costumbres cívicas, es capaz de promover la auténtica emancipación del ciudadano.

Los tres libros citados conforman una trilogía de la experiencia de la vida. Tratan de delimitar el marco de toda experiencia humana posible, cuyos límites se hallan fijados de modo inmutable por la estructura misma de la realidad. La experiencia de la vida contesta a la pregunta sobre qué expectativas reales podemos hacernos, en general, de este mundo nuestro, incluso antes de haber empezado a vivir. El concepto es solidario de la idea de ejemplo porque llamamos hombre experimentado precisamente a quien acumula experiencias ejemplares, aquellas cuya regla es válida más allá del caso singular en que surgió. Esta persona distingue lo que es posible de lo que no lo es y sabe subsumir la nueva situación presentada en las reglas de vida ya probadas en el pasado domesticando y humanizando así parcialmente la potencial peligrosidad del mundo.

Pero no del todo. Al final, el mundo exhibe una estructural injusticia con el individuo, dotado de una dignidad incondicional y, sin embargo, abocado a la indignidad de la muerte. Por eso es completamente natural que el yo moderno se interrogue sobre la posibilidad de una continuidad d

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