La nueva educación

César Bona

Fragmento

cap-3

1

INVITACIÓN A SER MAESTRO

¿Por qué elegí ser maestro? Porque los maestros podemos abrir puertas y ventanas para que los niños se conviertan en personas plenas, porque está en nuestras manos el empujarles hacia delante para que ellos mismos construyan su presente y su futuro. Podemos hacerles que participen en la sociedad para que nos ayuden a cambiar las cosas. Y para eso también hemos de ofrecerles herramientas. Que sepan cómo expresar una emoción o un pensamiento, que conozcan cómo defender un argumento o aceptar las equivocaciones. Que consigan ser seres resilientes y que esa flexibilidad los transforme en personas más sociales, para poder luchar así por escapar de la individualidad y el egoísmo que, sin darnos cuenta, se convierten muchas veces en parte de nuestra vida.

Subestimamos a los niños constantemente. Llevan a cabo cosas increíbles si se las proponemos. Así, un lunes les animé a retirar los cuadernos de las mesas y prohibí que nadie hablara si no era en verso. Les di algunas pautas y tímidamente comenzaron a expresarse. Estuvimos así toda la semana y, para cuando llegó el viernes, aquello parecía una obra de teatro de Shakespeare. Lo he vivido en carne propia, no se trata de un espejismo: son niños y pueden hacer muchas cosas. Y además tienen una imaginación portentosa, son capaces de ver las cosas de manera diferente si logramos liberarlos de tantas reglas que se imponen en las escuelas. Precisamente por eso su participación en la sociedad resulta tan valiosa. Trabajemos el respeto a las demás personas pero también hacia ellos mismos; respeto al lugar donde viven y a los seres con quienes lo comparten. Es nuestra obligación convertirlos en ciudadanos globales, prepararlos para los retos que la vida les presentará. Las Matemáticas, el Inglés, etc., deberían dirigirse hacia ese camino, es decir, a facilitarles la vida y no a convertirse en meros objetivos de evaluación.

Los maestros llevamos unas gafas mágicas que olvidamos quitarnos a veces. Nuestra visión de la educación, de los niños y del mundo en general, suele ser excesivamente didáctica. Nos parece que todo ha de estar enfocado para enseñar cosas a los niños. Y es así, pero tampoco hemos de forzarlo. En la infancia aprendemos por curiosidad, una curiosidad innata que nos acompaña a lo largo de nuestra vida, pero que muchos dejan de lado conforme crecen. No hay más. En las escuelas nos empeñamos en enseñarles en lugar de invitarles a aprender. Estimular esa curiosidad a diario debería ser obligatorio para todos aquellos que quieran ser maestros.

Debemos aguijonear esa curiosidad, desde luego, pero también transformarnos nosotros mismos en una persona curiosa, con deseos de aprender de todo lo que nos rodea. Un maestro no solo se forma en los cursos homologados por no-sé-quién. Un maestro, una maestra debe atesorar en su interior una máquina de búsqueda repleta de preguntas: por qué, cómo es posible, de dónde, cuánto... ¿Y por qué no aprender con los alumnos, es decir, que sean ellos quienes nos enseñen a nosotros? Ésa es otra de las claves que me guían. Recordemos que si existe algo que le gusta a un niño es sentirse investigador. Aprovechemos para que nos enseñen cosas que desconocemos. Los niños y las niñas pueden sorprendernos, dejémosles espacio para que den un paso adelante.

Te reto a dar a conocer tus proyectos, no permitas que mueran en el aula. Abre las puertas y compártelos. ¿Funcionan con tus niños? Ofrécelos al mundo, comuniquémonos y crezcamos juntos. Miles de proyectos maravillosos jamás se conocerán porque un maestro o una maestra no se atrevieron a dar ese paso, muchas veces por vergüenza o por pensar que no son suficientemente buenos. ¿Ha resultado con un niño? ¡Queremos conocerlo!

En este libro me propuse realizar un recorrido por los proyectos que he llevado a cabo durante estos años, porque me ayudan a reflexionar sobre lo que he hecho como maestro y, además, me sirven de apoyo a la hora de desarrollar todos mis pensamientos y convicciones sobre la educación.

Te propongo, a ti que ahora me lees, estimular la curiosidad de tus niños al menos una vez al día. Olvídate de que es la hora de Matemáticas o Lengua, Educación Física o Inglés. El hecho de aprender no debería estar encajonado, la curiosidad no entiende de límites.

Te reto a ser maestro, a redescubrir la esencia de este oficio si ya lo eres, y a contagiar a todas las personas que se crucen en tu camino con esa pasión que ha de acompañarnos siempre. Te reto a que tengas una actitud positiva y llena de pasión para que los niños deseen imitarte, y no te dejes contagiar por los que ya hace tiempo olvidaron la magia de esta profesión.

Que de lejos te vean llegar y digan: «Ahí viene el maestro», con orgullo, con toda la admiración que nuestra profesión se merece, porque de ella provienen todas las demás, y porque con ella se puede contribuir, y mucho, a hacer de este mundo un lugar mejor.

Y si eres padre, o madre, te invito a que des un paso adelante y trabajes hombro con hombro con los maestros que conozcas para que el factor humano esté por encima de los números. Te animo a ofrecer ideas, a proponer cambios, a ser una pieza más de este sistema educativo fresco y nuevo que todos queremos y del que todos somos parte. Por eso, precisamente, entre todos hemos de colocar la educación en el lugar que merece.

cap-4

2

VIAJE EN EL TIEMPO.
LA INFLUENCIA DE LOS MAESTROS

Antes del 8 de diciembre de 2014, yo siempre solía decir que me encantaría visitar las facultades de Educación para hablar a los futuros maestros y maestras. No para enseñarles, claro que no. Mi idea era hablarles de actitud, de cuán importante es un maestro o una maestra en la vida de cientos de niños, de cómo vamos a influir en sus vidas. Y quería hablarles desde la experiencia de una persona que está en contacto con niños todos los días, pero también desde el adulto que recuerda con absoluta nitidez cómo se sentía con los maestros y maestras con los que aprendió a amar según qué cosas y a odiar otras.

Esos recuerdos me llevan a viajar en el tiempo, cuando era un niño, y en el espacio, a la escuela de Ainzón, mi pueblo. Allí estaba don Dionisio, frente a un atento César de ocho o nueve años que compartía pupitre con Dani, infatigable amigo que conocía como la palma de su mano en qué mes y en qué lugar nos esperaban las fresas, las cerezas o los albaricoques. Para mí siempre fue como esos expertos en mapas y localizaciones de las películas de comandos. De él me podía fiar.

Don Dionisio tenía un arte especial para mover el bigote si quería mostrar desacuerdo, y le bastaba fruncir el ceño para que no se oyera ni una mosca. Fue él quien me enseñó a sentir verdadera pasión por la lengua española, quien me animó a expresarme correctamente y a apreciar el valor de cada palabra y la fuerza de cada frase. A él le debo mis intentos continuos por hablar con propiedad y mi interés por hallar matices y aclarar conceptos.

Allí se encontraba también una maestra de cuyo nombre no quiero acordarme (qué

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