Emociones

Vicente Verdú

Fragmento

INTRODUCCIÓN

INTRODUCCIÓN

Éste es un libro doméstico. Su función es un ejercicio de contemplación sobre lo que, con asiduidad, pasa y nos pasa rutinario y deprisa. Está escrito durante un tiempo que, acaso por no presentarse sosegado en otras cosas, pretendía recrearse en cuestiones menudas que suelen despacharse como si, en ellas, no se ventilaran enormes pedazos de nuestra vida. Con esa intención, me sorprendí, además, con una disposición muy apta para seguir avanzando; o eso me parecía a mí. No es que estuviera tomando nada raro. Incluso había dejado de fumar, pero precisamente, sin tóxicos, obtuve unos textos preferidos que en parte publiqué y en parte guardé para un momento como éste.

En conjunto, me proponía recorrer un catálogo de la cotidianidad y, de la misma manera que me concentraba para hablar de los lunes o de los calcetines, me afanaba para tratar la intimidad, la oreja, las peluquerías, las sábanas o la derrota. En cualquier supuesto, fuera manoseando enjundiosos asuntos como un muslo, o mecanismos minerales, como la mentira, me creía dueño de una lucidez propicia para discernir con tino.

Escribí, pues, estas páginas con una convicción dichosa. No parecía en ese clima que apareciera una materia resistente al empeño de poseerla ni una amenaza que estropeara el final de su captura. Más que rendirse a mis facultades, las circunstancias y los ajuares elegidos se allanaban para dejarse seducir. No siempre salía todo y del todo bien, pero incluso la muerte que aparece con frecuencia acudía con una vecindad natural y sin espantos. Llegaba la muerte no para fastidiar las cosas, sino para prestarles solidez y, a ratos, un esmalte de lujo.

Las piezas, en fin, que he reunido son una selección de los diversos ejercicios que ensayé y que pueden leerse sin orden, ni compulsión productiva. He descartado otros ensayos por considerarlos insuficientes y, algunos más, por no ser pesado. Los capítulos que se publican bastan como un muestrario y dan cuenta del propósito general.

Con su edición me quedo pues razonablemente tranquilo. O incluso muy agradecido. Gracias al libro que sigue no sólo tengo la impresión de haber cumplido en proporción al tamaño de mis fuerzas, sino de haber sido premiado por algunos golpes de suerte en la redacción.

Podría ponerme en un plan más comedido expresando mi parecer, pero no veo por qué. Ni cuando escribo ni cuando publico me siento ya, a estas alturas, bajo el peso tremendo del escritor. Me importa ahora más el tiempo, el cariño y los dolores cercanos que los escritos conspicuos. Con lo cual, no pueden imaginarse los que no escriben de qué formidable carga se libra uno y con qué apasionada salud se ama, reestrenada, la escritura.

LUGARES

LUGARES

EL HOGAR

EL HOGAR

El hogar es la figura emblemática de lo dulce. Pero dice bien una de Las criadas de Genet refiriéndose al alma de aquella casa: «Me corrompe su dulzura». Dulzura o podredumbre. Deleite y delito. Reclinación y venganza, amor y crimen, memoria y memoria interminables. El hogar engendra una deuda recíproca a partir de la cual todos sus habitantes se configuran como culpables y víctimas. Mal pagados por su cariño secreto y asesinos implícitos de amores inaudibles que acaso demandaron a gritos por los pasillos.

El hogar, el piso, la cabaña es el centro de la mayor densidad humana. Ninguna relación entre hombres —fuera de lo carcelario— induce a ese intercambio cuerpo a cuerpo y a esa comunicación casi ciega en la exigua distancia; cálida y cociente. Todos y uno a uno se cuecen en el aliento y el sabor de los otros, se acomodan y se prestan fervor mediante la proximidad: se intoxican en la intensidad de lo contiguo que propaga desequilibrios crónicos.

El amor y el rencor se alternan en los aniversarios, en los domingos importantes. Las rencillas se superponen al abrazo, los besos a los despechos, el perdón a no se sabe qué falta permanente de comprensión que no acabará nunca. Todo se guisa en una coartada de gastronomía amorosa y se distribuye mediante una cubertería fulgente.

El hogar está plagado de dudas y penitencias. De su techumbre fluye un humo continuo que en la lontananza se interpreta como la síntesis del resguardo y la paz frente a lo externo. La vida está en el hogar, se da con él, se dice. Y es en el exterior —sede del pavor— donde la vida no está de antemano asegurada.

Pero ¿qué dicen del hogar sus habitantes? Allí han aprendido el habla y la interpretación de los ruidos, la valoración de las sombras y las amenazas que atentan desde fuera o empiezan a anidar en los chasquidos de la madera. Allí se ilustra sobre el valor del gesto y del silencio. La importancia del olor propio o estabulario y la ajenidad como metáfora del acecho. El hogar es la novela primordial, el relato primitivo y repetido. La vida y la muerte se doblan sobre el espejo del salón, se repiten en el armario de luna, se eternizan sobre el decorado que proporciona la ventana. Una enciclopedia sentimental se desprende de la luz de las lámparas, del fragor de la nevera y la cisterna, de los pasos de la madre y la tos del padre que se acerca.

Los habitantes del hogar pueden decir: toda la casa huele a carne, a hervidos, a tabaco, a verduras, a excrementos mezclados con el polvo de la tapicería estampada, a detritus de la memoria rociada con la colonia a granel. Todo el hogar es nutritivo. Pero, también, puede decirse, todo el hogar huele a huesos, al llanto de los bebés y los ancianos, al estricto acto sexual, a incidencia y morbilidad. Acaso no sea otra cosa que la osamenta de una interminable combustión aquello que, sobre la llanura, visto de lejos, continuamente humea.

¿Qué hay para comer? ¿Qué se está cociendo en la cacerola? El hogar es el reducto para la subjetividad y su mazmorra. En casa, se puede ser y puede hacerse según cada uno es, dice el personaje laborable. Pero, a la vez, ese recinto es el cepo de la identidad. Nos

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos