Veinte mil leguas de viaje submarino

Jules Verne

Fragmento

Introducción

INTRODUCCIÓN

En la novela Sélinonte ou la chambre impériale, de Camille Bourniquel (Seuil, 1970), el protagonista evoca la casa donde pasó su juventud, la de su tío Gast, en Nashville, y lo que recuerda con mayor viveza es el armonio del salón: «Si alguna vez, a miles de kilómetros, evocaba la imagen de su tío, era con los rasgos de una especie de capitán Nemo, que en el fondo de los mares soñaba frente al órgano del Nautilus». Es un ejemplo entre muchos. A partir de 1870, el capitán Nemo y su Nautilus adquirieron para varias generaciones una vida propia que, más allá de lo puramente novelesco, los integró en nuestro imaginario común como si hubieran existido de verdad. Hay ciertos episodios que han quedado grabados en nuestra mente: la lucha contra el pulpo, el entierro bajo el mar, la Atlántida iluminada por el volcán submarino... El propio título, que en el original tiene la sonoridad de un hexámetro (a Jules Verne se le había ocurrido, entre otros, Vint-cinq mille lieues sous les mers, mucho menos musical), con la abertura del sonido final tras las nasales, unidas por las líquidas fluidas, da un primer impulso a las ensoñaciones primordiales de los elementos. Se trata, sin embargo, de la narración de una aventura presentada como real, y que, siguiendo el principio de todas las novelas de Jules Verne (estipulado por contrato con su editorial, Hetzel), debía presentar de una forma atractiva aspectos de la ciencia a los adolescentes de 1869. Así lo habían logrado las cinco novelas anteriores, que también pretendían contar «historias ciertas».

No obstante, se nos presenta una primera diferencia: la génesis de este libro es mucho más compleja que la de los anteriores, y cubre un período más largo (solo La isla misteriosa tendrá una gestación más prolongada). Las cartas de Jules Verne a su editor, Hetzel, especialmente numerosas, permiten seguir desde bastante cerca la creación de la novela. En 1865, el autor empieza a reflexionar acerca de lo que él llama un Voyage sous les eaux. Según un artículo de Adolphe Brisson en Le Temps, del 29 de diciembre de 1897, el escritor explicó al periodista, que había ido a visitarlo, su deuda con George Sand en uno de sus mayores éxitos, Veinte mil leguas de viaje submarino, y le mostró una carta de la novelista. Es cierto que existe una nota de George Sand dirigida a Jules Verne donde le agradece el envío de dos libros (según George Lubin, Viaje al centro de la Tierra, y probablemente De la Tierra a la Luna), y añade: «Espero que nos lleve usted pronto a las profundidades marinas, y haga usted viajar a sus personajes en esos aparatos para buzos que puede permitirse perfeccionar su ciencia y su imaginación» (25 de julio de 1865, datación de Georges Lubin). Considerando esta carta, de la que no nos consta ningún desmentido, se podría pensar que George Sand, cuyo editor (y amigo) era también Hetzel, conoció a través de este último el proyecto de Jules Verne, máxime cuando este tenía por costumbre hablar con su editor de sus futuras novelas (y cuando esta nota está fechada el mismo año que Verne empezó a trabajar en la novela que nos ocupa). También es verdad que, en cierto modo, después de la exploración por el aire (Cinco semanas en globo), el viaje al centro de la Tierra, a la Luna y la travesía por mar (pero sobre su superficie) alrededor del mundo de Los hijos del capitán Grant, imaginar un viaje bajo el agua respondía a una doble lógica en el pensamiento de Jules Verne: la del proyecto didáctico, cuyo objetivo era desplegar los conocimientos de la época sobre los fondos submarinos, cosa que lleva al escritor a pasear in situ al protagonista (como había hecho a bordo de un globo, por ejemplo); y la de lo imaginario, ya que así los cuatro elementos primordiales, como habría dicho Bachelard, se turnan como motores de la invención (considerando que el fuego se combina en proporción variable con los otros tres). Desde este punto de vista es muy posible que a la imaginación de George Sand, tras haber coincidido ya con la de Jules Verne (Viaje al centro de la Tierra y Laura), se le despertase una nueva intuición. En todo caso, Verne pensó en ella al escribir la novela, y en concreto, sin duda, en los pasajes en que Nemo ensalza la libertad:

Le Crotoy, 1867

Ahora bien, habrá que cuidar mucho el estilo. Ciertos pasajes requerirían la elocuencia de madame Sand, o de un buen señor a quien conozco.[1]

Sea como fuere, a partir de 1865, durante las vacaciones en Chantenay, cerca de Nantes (y del mar), la creación del libro se dividió en tres fases. Primero el autor «piensa mucho» en el Voyage sous les eaux, y departe con su hermano Paul, oficial de marina, sobre «la mecánica necesaria para la expedición». Muy pronto, sin embargo, lo absorbe por completo una larga obra didáctica, la Géographie illustrée de la France et de ses colonies, y hasta 1867 no reanuda de verdad la redacción de la novela. Entusiasmado por sus hallazgos («¡Ah, qué hermoso tema, mi querido Hetzel, qué hermoso tema!»), su cerebro «explota [...] después de quince meses de abstinencia», dedicados a la redacción de la Géographie. De hecho habla de «reescribir», pero es sabido que Verne redactaba de corrido una primera versión a lápiz a partir de la cual, a continuación, «reescribía» con pluma la segunda. A mi juicio, la genialidad que dio un vuelco al sentido total de la novela debe situarse al principio de ese período:

Le Crotoy (s. f.)

Se me ha ocurrido una buena idea, que deriva del propio tema. Es necesario que el desconocido no tenga relación alguna con la humanidad, de la que se ha separado. Ya no está sobre la tierra. Prescinde de ella. Le basta con el mar, pero este debe proveerle de todo, ropa y alimentos incluidos. Jamás pone los pies en un continente. Si desaparecieran los continentes y las islas bajo un nuevo diluvio, él seguiría como si tal cosa.

La exploración puramente mecánica adquiere de repente un aura de leyenda, aunque también implica encendidas discusiones con el editor: de alguna manera hay que justificar al lector esta separación absoluta con el mundo, este odio a la sociedad. Jules Verne empieza por buscar una razón histórica verosímil: muy afectado por la cuestión polaca, como todos sus contemporáneos, propone atribuir esta nacionalidad a su protagonista. Insiste varias veces sobre las ventajas de esta decisión, acumulando de forma paulatina las desgracias que habrían podido cebarse con un noble polaco proscrito por los rusos, que explicarían su odio y su misantropía. Esta solución, como indica una carta, fue desechada por el editor por «razones puramente comerciales»: Hetzel tenía acuerdos con Rusia, y las obras de Jules Verne se traducían al ruso. Aun así, como reitera el autor en 1869, es la única opción que justifica el ataque del submarino al acorazado de dos puentes. A su vez, rechaza de plano a un Nemo antiesclavista que persigue a los negreros, solución que le pa

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