La guardia blanca

Mijaíl Bulgákov

Fragmento

cap-1

Prólogo

Cuando Mijaíl Afanásievich Bulgákov publicó sus primeros cuentos, se acercaba a los treinta años. Cuando murió había cumplido los cuarenta y ocho. Nació en Kiev, en 1891, y murió en Moscú, en 1940.

En Kiev, su ciudad natal —la Ciudad, con mayúsculas, que con tanto amor describe y en la que sitúa la acción de La guardia blanca—, hizo sus estudios de Medicina. Ejerció la carrera algún tiempo, hasta 1919, de lo que queda constancia en sus Apuntes de un joven médico, y después de una breve estancia en Vladikavkaz, ciudad del Cáucaso, se trasladó definitivamente a Moscú, donde sus aficiones literarias podían encontrar amplio campo. Sentía verdadera pasión por el teatro. De esta pasión, además de Novela teatral, son muestra las diez piezas que dejó escritas, tres de ellas —Los días de los Turbín, Los últimos días (Pushkin) y Molière— estrenadas en el Teatro de Arte de Moscú, auténtica catedral del arte escénico en la capital soviética. La primera, versión teatral de La guardia blanca, tuvo una excelente acogida. Pero no agradó a Stalin, quien en una carta al escritor Bill-Belotserkovski dijo de ella: «No debe olvidar que la impresión fundamental que el espectador saca de esta pieza es favorable para los bolcheviques: “Si incluso gentes como los Turbín se ven forzadas a deponer las armas y someterse a la voluntad del pueblo, a reconocer que su causa está definitivamente perdida, eso quiere decir que los bolcheviques son invencibles, que nada se puede hacer contra ellos”. Los días de los Turbín son una prueba de que el bolchevismo significa una fuerza contra la que nada puede prevalecer. Claro que el autor “no tiene la culpa” de que así sea». Al hablar de otra pieza de Bulgákov, La evasión, en la que se describe la vida de los guardias blancos con recursos satíricos y trágicamente grotescos, Stalin fue más lejos: para él era «un fenómeno antisoviético».

Después de esto su suerte estaba decidida. Críticos de mira estrecha y dóciles a la voz de mando —rebasando el marco de la polémica literaria— se volcaron contra él, acusándolo de toda suerte de delitos políticos. En él veían a un «emigrado blanco dentro del país», a un quintacolumnista. Se le cerraron las puertas de los teatros y las editoriales. Y eso a pesar del excelente criterio que algunos escritores influyentes —Gorki, entre ellos— tenían de Bulgákov.

Bulgákov fue, pues, un autor «repudiado». Su nombre desapareció de las carteleras y de las páginas de las revistas. Solo más tarde, en la época del «deshielo», lo «rehabilitaron» —qué horrible verbo, rehabilitar—, y en agosto de 1965 pudo ver la luz su Novela teatral, mordaz crítica del anquilosamiento en que por la época a que esta obra se refiere —entre 1920 y 1925— se hallaba sumido el Teatro de Arte, máxima expresión de la escena soviética, aferrado como estaba al repertorio de los «clásicos».

Entre sus producciones hay relatos como «Diabluras» y «Los huevos podridos», ambos de 1925, que también resultan fatales para él como satírico, pues los críticos disparan contra él sus más sañudas andanadas, acusándole de ser un elemento hostil a la sociedad soviética. Tenemos, posteriormente, La vida del señor Molière, también escenificada, y El maestro y Margarita.

La guardia blanca nos ofrece, ante todo, un vigoroso cuadro de acontecimientos de que el autor fue testigo. En Kiev conoció la ocupación alemana, el encumbramiento y la caída del hetman Skoropadski, el pasajero triunfo de Petliura, la definitiva llegada del Ejército Rojo. La ciudad, que pasó en repetidas ocasiones de unas manos a otras, fue teatro de sangrientos combates. Más tarde había de escribir el propio Bulgákov: «Según las cuentas de los habitantes de Kiev, se produjeron dieciocho golpes. Algunos autores de memorias los fijan en doce. Puedo decir que fueron exactamente catorce y que diez de ellos los presencié con mis propios ojos». Los blancos, los rojos, los azules, los verdes... Todo un arco iris de colores que se sucedían con rapidez vertiginosa. Y no solo en Kiev, sino en Ucrania entera. La aldea que por la noche se acostaba en poder de Petliura a la mañana siguiente estaba en manos de los blancos, y al atardecer eran ya los rojos los que dictaban su ley. En ese torbellino nos encontramos de todo: personajillos muertos de miedo, como el ingeniero Lisóvich; tipos que se arrimaban al sol que más calienta, como el capitán Talberg; otros que buscan la tranquilidad y la paz pura y simplemente, como Lariósik; hombres fieles hasta el fin a su causa, aunque sea una causa perdida, como el coronel Nai-Turs, el antípoda de Talberg. Y, ante todo y sobre todo, los Turbín, aferrados al recuerdo feliz de su infancia y mocedad en el número 13 de la bajada Alexéievski. Aquella casa es descrita con cálido amor: el propio autor vivió en ella la vida que atribuye a sus personajes. Allí, en el número 13 de la bajada Alexéievski, nació Bulgákov —primogénito de un profesor de la Academia Eclesiástica de Kiev—; allí murió la madre, la «reina de felices recuerdos» de La guardia blanca...

Pero el pasado no puede volver. Los oficiales y la guardia blanca no son más que un puñado de hombres a quienes sus jefes abandonan en el momento culminante. Se van los alemanes y con ellos huyen el hetman, los generales, los Estados Mayores. Un auténtico sálvese el que pueda. ¿Qué hay que defender ahora?, se pregunta Alexei Turbín. ¿El vacío? ¿El ruido de los pasos? Más tarde, el sol que sale por entre las nubes, sobre la catedral de Santa Sofía, es rojo, como Marte, la estrella de cinco puntas. Los vencidos no son los alemanes, «los vencidos hemos sido nosotros», comprenden las personas inteligentes del campo de los guardias blancos.

Era el fin de una vida y el comienzo de otra.

JOSÉ LAÍN ENTRALGO

cap-2

Primera parte

cap-3

 

Empezó a caer una nieve menuda y de pronto los copos se volvieron de gran tamaño. Aulló el viento: era la ventisca. En un abrir y cerrar de ojos, el oscuro cielo se perdió en un mar de nieve. Todo desapareció.

—Mal se presentan las cosas, señor —gritó el cochero—. La tempestad se nos echa encima.

 

PUSHKIN, La hija del capitán

Y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, y según sus obras...

Apocalipsis

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