Las bostonianas (Los mejores clásicos)

Henry James

Fragmento

cap

INTRODUCCIÓN

(Se advierte al lector que en la introducción se desvelan

detalles de la trama de la novela)

I

Muchos lectores, entre los que me encuentro, consideran Las bostonianas la mejor novela de Henry James. (James, por su parte, la describió en 1885 como «la mejor obra de ficción que he escrito».)1 Situada entre sus novelas de aprendizaje y las obras profundamente complejas y difíciles de su madurez, Las bostonianas resulta especial por varios motivos.

El primer motivo puede parecer irrelevante: se trata de una de las novelas omitidas en la edición de Nueva York de la obra de ficción de James, compuesta por veintiséis volúmenes y publicada entre 1907 y 1909. Para esa edición, James (cuya última novela terminada, La copa dorada, había sido publicada en 1904) se comprometió no solo a reeditar la mayoría de sus novelas y relatos con prólogos nuevos, sino también a revisar exhaustivamente el estilo en el que habían sido escritas sus primeras obras. La empresa era sin duda bienintencionada: de hecho, los prólogos de James constituyen uno de los documentos más importantes de la historia crítica de la novela. Lo que no está tan claro es si fue acertado por su parte volver sobre sus primeros éxitos con una actitud y un programa estéticos desarrollados mucho después. Fueran cuales fuesen sus opiniones al respecto, tres novelas en concreto no se incluyeron en la edición de Nueva York, y por lo tanto solo existen en su forma original. Curiosamente, las tres están ambientadas en Estados Unidos: Los europeos (1878), Washington Square (1880) y Las bostonianas (1886). Indudablemente James quería incluir Las bostonianas: «Supongo», escribió refiriéndose a la edición de Nueva York en 1908, con la complejidad de su estilo «tardío»,

que tal vez haya que dedicar un par de volúmenes adicionales a ciertas omisiones demasiado evidentes […] Tengo, además, la vaga intención de presentar de nuevo, con abundantes aderezo y supresión, la excesivamente prolija pero, por algún motivo, medianamente satisfactoria y pasable Las bostonianas de hace casi un cuarto de siglo; a esa obra no se le hizo, a pesar de mi muy disciplinada paciencia, ninguna justicia. Pero requerirá, indudablemente, una cuidada reelaboración…2

Las bostonianas nunca recibió esa «cuidada reelaboración» ni ese «aderezo», y siempre habrá lectores que se alegren de que conserve intacta su frescura y brillantez originales.

El segundo rasgo que diferencia Las bostonianas de muchas otras novelas de James es algo a lo que solo puedo referirme como su enfoque. Ante todo, es la más divertida de sus grandes novelas. Ciertamente, el humor está más marcado al principio, pero no desaparece del todo hasta la última frase, y posee un vigor y una ligereza dignos en ocasiones del mismísimo Oscar Wilde. «¿No le preocupa a usted el progreso humano?», pregunta Olive Chancellor, una de las dos heroínas feministas de la novela, al héroe en el capítulo III. «No lo sé…», contesta Basil Ransom. «Nunca lo he visto. ¿Podría usted mostrarme alguno?» El carácter directo, conciso y áspero de este intercambio de palabras es típico de Las bostonianas, pero muy atípico de James en general, y es una lástima que no lo ejercitase más a menudo. (Tampoco está presente en las obras de teatro que escribió, que constituyen un material tedioso.) El humor tampoco aparece porque sí: su carácter escéptico, cínico y polémico surge directamente, y es partícipe, del meollo de la novela y de la lucha ideológica dramatizada en ella.

Del mismo modo que Las bostonianas es más divertida que ninguna otra novela de James, también es más física. Hay un mayor sentido del entorno material de lo que era común en él. El autor se toma tiempo —de forma razonada y pertinente, y siempre con un sentido dramático— para describir los ambientes de los personajes, ya sean las extensiones arenosas de Cape Cod y las casitas de madera allí construidas, o el propio Boston (de la deseable residencia en Charles Street con vistas a la Back Bay, a las casas de huéspedes del South End; de las recientes zonas residenciales de los nuevos terrenos ganados al río Charles, a las viviendas baratas de Cambridge, contiguas a la Universidad de Harvard; y del Memorial Hall de Harvard, al Music Hall del centro de la ciudad, por no hablar de las calles y los tranvías que conectan todos esos lugares). La mejor de las descripciones es la del barrio de Nueva York donde vive el héroe, que introduce de forma decisiva el libro segundo de la novela. «Menciono todo esto», comenta falsamente el narrador, «no porque tenga ninguna influencia especial en la vida o en el pensamiento de Basil Ransom, sino por un viejo prurito de situar la escena y por obtener algún efecto de color local» (capítulo XXI). En realidad, y a pesar de las evasivas del narrador, debemos ser conscientes de la profunda influencia que ha ejercido el nuevo entorno de Ransom en su progreso intelectual. En particular, ha reforzado su conservadurismo sureño. El simple «color local» no es tal. En su miserable entorno, por ejemplo, el elemento menos importante no es ni mucho menos la «pequeña y arrugada table d’hôte» donde Ransom cena, que «funcionaba en los sótanos bajo la dirección de una pareja de desganadas negras, que se mezclaban en la conversación general y que emitían risitas semirreprimidas y misteriosas cuando aquella tomaba un tono atrevido». ¡Imagina a un pobre pero sensible y contumaz exiliado blanco del orgulloso Mississippi teniendo que codearse con una compañía como esa! (La novela está ambientada en la década de 1870: dentro o cerca del período conocido —un tanto parcialmente— como «la Reconstrucción», durante el cual América se lamió las terribles heridas de la guerra de Secesión, librada en buena parte por el problema de la esclavitud de los negros en los estados del Sur. Durante ese período, en efecto, el Norte impuso su dominio sobre el Sur.)3

Nueva York tiene un impacto parecido pero totalmente distinto en la otra heroína de la novela, la joven Verena Tarrant. El narrador dice, informando de su reacción ante la ciudad (capítulo XXX), que había «algo en aquella atmósfera que la embargaba con un sentimiento de amplitud y variedad: eran las posibilidades incalculables de una gran ciudad, las cuales —Verena no sabía si debía reconocerlo sinceramente— hubieran podido suplir la seriedad de Boston». No es de extrañar que Verena sienta que sus principios feministas peligran entre los antros de libertinaje de Nueva York: «Desde la ventanilla del carruaje dirigía la mirada a la brillante y animada ciudad, donde los elementos de atracción parecían tan numerosos, la animación tan inmensa, las tiendas tan brillantes, las mujeres tan extraordinariamente bien vestidas, y sabía que todas aquellas cosas despertaban su curiosidad, le aceleraban el pulso». El ambiente, pues, ya sea la miseria en la que Basil vive o el glamour al que la joven Verena reacciona instintivamente, es un aspecto de la vida interior de los personajes en Las bostonianas, y en un grado sumo. Ciertamente, la presentación que James ofrece de Nueva York en su período de incipiente modernidad es extraordinaria, y extraordinariamente moderna por sí misma: por encima de las cinematog

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos