La dama de las camelias (Los mejores clásicos)

Alexandre Dumas (hijo)

Fragmento

cap-1

INTRODUCCIÓN

Desde su primera publicación en París en el año 1848, La dama de las Camelias, historia de amor por antonomasia que relata la desgraciada relación entre un joven de clase social modesta llamado Armand Duval y la cortesana más cotizada de París conocida como Marguerite Gautier o «la Dama de las Camelias» —pues nunca aparece en público sin un ramillete de estas flores—, ha sido llevada a la ópera, al teatro y al cine, ha sido traducida a innumerables idiomas y ha servido de inspiración para toda clase de ficciones melodramáticas. Incluso hoy en día, Marguerite sigue viviendo, amando y muriendo ante la mirada embelesada de millones de lectores y espectadores alrededor del mundo. Sin lugar a dudas, la novela que Alexandre Dumas hijo escribió con tan solo veintitrés años de edad fue y sigue siendo un éxito editorial.

Parte de la fama imperecedera de La dama de las Camelias se explica por la fascinación que la vida privada de los grandes personajes —más aún si estos son también grandes pecadores— suele ejercer sobre el público. El crítico de teatro Jules Janin, francés contemporáneo de Dumas y autor de una biografía sobre Marie Duplessis (la verdadera Marguerite Gautier), escribía en el prólogo de la edición de 1851 que uno de los mayores hallazgos de la novela era la cantidad de datos reales extraídos de la vida de Duplessis. Dumas había alimentado con ellos la avidez de los lectores que deseaban conocer los secretos de la cortesana más cotizada de París: qué joyas y vestidos usaba, quiénes habían sido sus amantes o cuánto dinero había dejado a su muerte, entre otros muchos detalles. Los lectores querían saberlo todo, señala Janin, y por fin lo pudieron saber todo.

Pero muy probablemente Marguerite Gautier no habría pasado a la historia sin la habilidad o la inspiración particular que llevó a Alexandre Dumas a superponer el melodrama a la tesis social. Dumas, que no puede reprimir su vocación didáctica, tiene la ambición de convertirse en un observador escrupuloso de los problemas de la época concernientes al dinero, el amor, el matrimonio o el sexo a fin de refrendar o cuestionar los valores de la burguesía. En el primer capítulo de La dama de las Camelias, y en función de este propósito, se postula a sí mismo como un escritor con grandes ideas filosóficas y morales respecto a la prostitución, pero ya sea a conciencia o por casualidad, la acción dramática terminará ganándole la batalla a las pretensiones didácticas. Es el sentimentalismo que late en el fondo de la historia de la cortesana redimida por el amor, el desinterés y la muerte el que convierte la novela no solo en una obra fundamental en el proceso de conformación del melodrama, forma artística propia del gusto burgués, sino también y por encima de todas las cosas, en un texto inmortal.

Alexandre Dumas escribe La dama de las Camelias casi a la par de la revolución de 1848, que condujo al derrocamiento de Luis Felipe de Orleans —llamado el rey burgués— y al restablecimiento de la Segunda República. Es una época convulsa. Tras dieciocho años de gobierno, la monarquía constitucional de Luis Felipe de Orleans atraviesa un mal momento: las malas cosechas hacen subir los precios de los productos agrícolas, hecho que generará una hambruna entre las clases más desfavorecidas, y la pujanza industrial que había caracterizado los años anteriores se ralentiza ahora, las fábricas quiebran y miles de obreros se quedan sin trabajo. El principal foco de conflicto de la época se da entre los grupos más excluidos de la participación política, que exigen una ampliación y reforma del electorado que no privilegie a los más poderosos. La Segunda República nace, por lo tanto, con una fuerte preocupación social y una intención de mejorar las condiciones de la clase obrera desde el paradigma de las ideas socialistas. Sin embargo, a mediados de 1848 ese mismo gobierno republicano, cuya impronta inicial había sido democrática y radical, vira hacia los intereses de la burguesía y de la derecha. Las diferencias entre los revolucionarios —representados por dos banderas, la tricolor para los burgueses liberales y la roja para los obreros— se hacen más notorias. La represión de junio contra el proletariado determina la victoria de las propuestas liberales, la postergación de la revolución social y la instauración del sistema capitalista en Francia.

Este es el trasfondo político y social sobre el que Dumas construye La dama de las Camelias. Para entender con profundidad el texto, no debemos perder de vista que la mentalidad de la época dictaba que el progreso económico era el camino hacia la felicidad humana y que fue sobre este objetivo compartido que la burguesía erigió sus valores principales, aquellos que garantizan las condiciones necesarias para la producción y la conservación del dinero: tranquilidad, confort y apego a los principios morales. Dumas arremeterá contra esta sociedad materialista, utilitaria y falsaria, erigiendo el amor de Marguerite y Armand como un ideal trágico e irrealizable dentro de las coordenadas de la época. Ahora bien, como veremos más adelante, Dumas no desea ni busca cambiar la incipiente sociedad capitalista francesa, sino propiciar en el lector una empatía catártica y lacrimógena hacia los desdichados, una pequeña corriente de solidaridad que lo inste a autopercibirse como una persona capaz de sentir el dolor ajeno. El desenlace de la obra se encarga de volver a poner todo en su sitio para la tranquilidad de las buenas gentes, que regresarán a sus hogares encantados de que la cortesana descarriada y por último redimida haya encontrado su único destino posible: la muerte.

Marguerite Gautier es el paradigma de la cortesana, de la cocotte, de la demimondaine[1] que vive en los márgenes de la sociedad respetable en un tiempo en el que la mujer burguesa es para su marido una «carta de presentación» ante la sociedad. Frente al binomio del ama de casa o la prostituta de la calle, en palabras de Proudhon,[2] las mujeres como Marguerite establecen una tercera vía subversiva: son emancipadas, tienen ambiciones fuertes que no pasan por ser la esposa o la madre de nadie, aunque dependan del dinero de sus protectores.

Mientras que otras desdichadas se prostituían en entornos insalubres y eran objeto de toda clase de insultos, las demimondaines se paseaban en carruaje, gastaban fortunas en el casino, asistían a todos los estrenos del teatro y la ópera, se vestían a la última moda y podían elegir amantes entre un séquito de solventes admiradores. Esto no significa que la vida de estas mujeres fuese un lecho de rosas, al contrario: nunca dejaban de ser juguetes en manos de sus patrones y de estar siempre al filo del desastre personal. La enfermedad, un embarazo o la vejez («esa primera muerte para las cortesanas», dice Dumas) podían hacerles perder de un plumazo todos sus privilegios. Sin embargo, en la Francia en la que vivió Marie Duplessis, las demimondaines supusieron todo un hito cultural. Provistas de deseos y de una sexualidad activa, se aventuraron, junto a las primeras feministas, en el cambio social que llevó a la emancipación de la mujer.

Los jóvenes hijos de la burguesía se sentían muy atraídos por el ambiente artístico y bohemio de París, por los teatros y cafés, espacios a los que acudían para escapar del control y de la rigidez del hogar e in

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos