Ivanhoe

Walter Scott

Fragmento

cap-1

Nota editorial

La primera publicación de Ivanhoe data de 1820. La entusiasta acogida de los lectores agotó los diez mil ejemplares en poco más de dos semanas y tuvieron que programarse nuevas reimpresiones para aquel mismo año. En 1822, Ivanhoe vuelve a aparecer como primer título de la recopilación Historical Romances of the Author of Waverley. Y finalmente, en 1829, Scott recoge todas sus obras en una edición que llamará la «Magnum Opus», en la que incluye correcciones y añade varias notas. Esta va a establecerse como la versión definitiva de las novelas del autor hasta nuestros días.

El que la voz popular ha hecho padre de la novela histórica tardó muchos años en poner su nombre en la cubierta de sus libros. Se desconoce la razón exacta por la que Scott quiso mantenerse en el anonimato durante casi dos décadas, aunque pueden intuirse algunos factores que podrían haber influido. Por una parte, la usanza de la época podría juzgar poco decoroso que un célebre abogado como él dedicara su tiempo libre a escribir novelas caballerescas. Por otra, su decisión tal vez respondiera a la voluntad de mantener su reputación a salvo si su obra fracasaba. Solo los más allegados conocían el secreto de su autoría, aunque es cierto que en los círculos que frecuentaba no eran pocas las sospechas que se albergaban. Sin embargo, el público tuvo que esperar hasta 1827 para ver completamente satisfecha su curiosidad, durante la cena en la que Scott reconoció de forma oficial ser el misterioso autor, al que llamaban «The Great Unknown», de las novelas de Waverley.

En esta edición se combinan las notas introducidas por el autor en la primera publicación del libro, bajo el pseudónimo Laurence Templeton, con las que añadió después, en la última revisión del texto, ya como sir Walter Scott. Por ser algunas de larga extensión y para no entorpecer la fluidez de la lectura, estas últimas se han colocado numeradas al final del libro. Las firmadas por Laurence Templeton se incluyen a pie de página, así como las observaciones que el traductor o los editores han considerado oportunas para esclarecer algunos puntos de la narración.

cap-2

IVANHOE

cap-49

Epístola dedicatoria

Al reverendo doctor Dryasdust, F.A.S.
(miembro de la Sociedad Histórica),

residente en Castle-Gate, York.

Mi muy estimado y querido señor:

Me resulta imprescindible mencionar aquí las variadas y pertinentes razones que me han llevado a colocar su nombre en la cabecera del siguiente trabajo, si bien la principal de las mismas seguramente pueda ser refutada aludiendo a las imperfecciones de la propia redacción de este texto. Si logro estar a la altura de su patrocinio, tal vez los lectores aprecien lo adecuado de dedicarle este trabajo al erudito autor de ensayos sobre el cuerno del rey Ulphus o sobre las tierras que este entregó como patrimonio a san Pedro, pues con él pretendo ilustrar las antiguas costumbres inglesas y, en especial, las de nuestros antepasados sajones. Soy consciente, sin embargo, de que mi investigación sobre el pasado ha quedado plasmada en estas páginas de un modo superficial, insatisfactorio y trivial, lo cual conlleva que mi trabajo se encuentre un escalón por debajo de esa clase de textos que lucen con orgullo el calificativo de Detur digniori. Temo haber incurrido, por lo tanto, en el pecado de la presunción al colocar el venerable nombre del doctor Jonas Dryasdust en la cabecera de este texto, pues es posible que los más serios historiadores ubiquen mi libro en el apartado de novelas y romances actuales. Ansío justificarme ante tal acusación, porque si bien puedo confiar en que, debido a su amistad, sabrá usted disculpar algo así, no estoy dispuesto a verme sentenciado por el público de forma tan flagrante, dado que mis recelos me llevan a suponer que así será.

Así pues, deseo recordarle la primera vez que hablamos de esa clase de obras, una de las cuales aireaba de manera totalmente injustificada asuntos privados y familiares de su docto amigo el señor Oldbuck de Monkbarns. Recuerdo que discutimos acerca del motivo por el cual semejantes trabajos eran populares pues, a pesar de los méritos que pudiesen poseer, había que admitir sin lugar a dudas que habían sido escritos a la carrera, saltándose todas y cada una de las reglas que caracterizan la epopeya, algo propio de esta época ociosa. Por lo visto, su opinión venía a decir que el atractivo de dichas obras reside por completo en la capacidad de esos autores desconocidos para validarse a sí mismos, como si de un segundo M’Pherson se tratase, valiéndose de los restos históricos que le rodean, supliendo así su indolencia o su falta de inventiva con el recuento de los acontecimientos que tuvieron lugar en su país en un periodo no muy distante en el tiempo, introduciendo personajes reales a los que apenas se les cambia el nombre. Hace poco más de sesenta o setenta años, señaló usted, todo el norte de Escocia se encontraba bajo un gobierno tan simple y tan patriarcal como el de nuestros buenos aliados mohawks e iroqueses. Dando por hecho que el autor no puede ser testigo directo de esos tiempos, al menos debería haber vivido, dijo usted, entre personas que sí los conocieron y los sufrieron, pues a pesar de que se trata tan solo de un lapso de unos treinta años, han tenido lugar tal infinidad de cambios en el modo de vida en Escocia que los hombres rememoran los hábitos sociales de sus padres como si tuviesen que remontarse en el tiempo hasta la época de la reina Ana. Al disponer de materiales de todo tipo al alcance de la mano, pocas cosas incomodarán al autor, indicó usted, más allá de la facilidad a la hora de escoger. No cabe duda, por lo tanto, de que habiendo cavado en mina tan abundante, habrá conseguido con su trabajo mucho mayor rédito y beneficio del que merecían las facilidades con las que pudo trabajar.

Al admitir (dado que no puedo negarlo) la verdad esencial de estas conclusiones, no deja de parecerme extraño que nadie haya intentado beneficiarse de las tradiciones y las costumbres de la vieja Inglaterra; algo similar al interés generado por nuestros más pobres y menos celebrados vecinos. El Kendal verde, a pesar de ser más antiguo, debería ser tan apreciado por nosotros como el tartán multicolor de las tierras del norte. El nombre de Robin Hood, invocado de la manera correcta, debería conmovernos tanto como el de Rob Roy; y los patriotas ingleses merecen tanto reconocimiento en nuestros modernos círculos, como los Bruce y Wallace de Caledonia. Si bien los escenarios del sur son menos románticos y sublimes que los de las montañas del norte, hay que admitir que son más suaves y hermosos; y, por encima de todo, tendríamos que poder exclamar, como lo hicieron los patriotas sirios: «¡El Farfar y el Abana, ríos de Damasco, son mejores que todos

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