Pepita Jiménez (Los mejores clásicos)

Juan Valera

Fragmento

cap-1

INTRODUCCIÓN

1. PERFILES DE LA ÉPOCA

Durante el periodo constitucional, conocido con el nombre del Trienio Liberal (1820-1823), el rey Fernando VII, que ha jurado la Constitución, se siente incómodo con la nueva situación política. El propio monarca alentará la oposición armada de los absolutistas en colaboración con las cortes extranjeras a fin de incitar su intervención y poner así punto final a dicho periodo constitucional. Durante la primavera y el verano del año 1823 entrarán en España noventa mil franceses al mando del duque de Angulema, los cuales, en unión de treinta y cinco mil absolutista o realistas y casi sin encontrar resistencia, darán fin al trienio constitucional. Los liberales españoles se ven obligados a salir de España. En Inglaterra, año 1824, se encuentran más de mil familias de españoles emigrados y en Francia reside también buena parte del exilio español. El nacimiento de Juan Valera se produce en este marco histórico en el que el problema de la sucesión, la revolución liberal, la Desamortización de Mendizábal y la primera guerra carlista (1833-1840) van a formar también parte de los principales acontecimientos políticos acaecidos durante la niñez y adolescencia de J. Valera. Periodo que cubre parte del reinado de Fernando VII (1808-1833) y la minoría de su hija Isabel II (1833-1843). Esta etapa es rica en lances históricos, pues a raíz de la muerte de Fernando VII (1833) y en el marco de la Regencia de María Cristina, España se sumerge en un mar de revueltas que desembocan en una guerra civil, pues don Carlos, hermano de Fernando VII, haciendo caso omiso de la abolición de la Ley Sálica, se considerará, a sí mismo, el único pretendiente legal a la corona española.

Todo el primer tercio del siglo XIX español y europeo se circunscribe en una corriente estética que supone un cambio ideológico fundamental: el Romanticismo. En un primer momento aparece como una reacción europea contra el imperialismo napoleónico. La formación de una serie de gobiernos absolutistas que ven en el liberalismo el máximo peligro de su estabilidad, da a la primera etapa romántica un carácter conservador, tradicional y cristiano. Contra este centralismo político-cultural se alza el sentimiento nacionalista y regionalista que, a raíz de la Revolución de 1830, hará posible un nuevo cambio: el triunfo del liberalismo político al que sigue inmediatamente el literario, en todos los países de Europa. Las tertulias literarias como las de El Parnasillo y El Ateneo estarán llamadas a desempeñar un papel decisivo en la propagación de las nuevas doctrinas. Defensores, detractores y eclécticos analizarán las virtudes o defectos del Romanticismo. Revistas literarias de gran incidencia en la época, como El Correo Nacional, Cartas Españolas, Revista Española, El Artista, entre otras, divulgaron las excelencias del romanticismo frente al clasicismo y debatieron sobre los problemas planteados en torno a la nueva escuela.

El reinado de Isabel II en su mayoría de edad (1843-1868) y el complejo periodo revolucionario, cuyo inicio se produce en la Revolución de Septiembre (1868), van a constituir los principales rasgos de la historia de España y, por ende, de la plenitud de la vida y obra de J. Valera. Con la llamada Revolución de Septiembre y con el destronamiento de la reina se van a producir durante siete años una serie vertiginosa de cambios constitucionales (Gobierno Provisional, reinado de Amadeo I, Primera República Española, en sus dos fases sucesivas, federal y autoritaria), el último de los cuales consistirá en la restauración de la monarquía en la figura de Alfonso XII, como consecuencia del pronunciamiento de general Martínez Campos en el año 1874, fecha, precisamente, de la publicación de Pepita Jiménez. La restauración de la dinastía de los Borbones expulsados por la Revolución de 1868 y vueltos al trono en el ya citado año 1874 se conoce en la historia de España con el marbete de Época de la Restauración, que comienza en 1875 y concluye en el año 1902, con el inicio del reinado de Alfonso XIII en su mayoría de edad. Como hecho más relevante desde el punto de vista de las relaciones internacionales cabe señalar la escasez de recursos y la pasividad diplomática de España frente al expansionismo de Estados Unidos que desembocaría en la guerra del 98 y la pérdida de las últimas posesiones oceánicas: Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

Desde el punto de vista literario y cultural cabe señalar que al promediar el siglo XIX el Romanticismo ha producido lo más representativo de su escuela. Sus representantes de antaño evolucionan hacia nuevas modalidades del Realismo de la misma forma que algunos escritores de la generación anterior, partiendo de la tendencia neoclásica, habían evolucionado hacia formas románticas. El paso del Romanticismo al Realismo está también ligado con nexos muy íntimos a circunstancias de orden político y social, por ese paralelismo de lo social con lo estético. Cabe recordar que una revolución había sido la causa inmediata del Romanticismo; y otra había de serlo de su liquidación y del nacimiento del nuevo credo o estética del Realismo. El panorama político y cultural de España al declinar la primera mitad del siglo XIX había evolucionado a raíz del brusco cambio realizado en Europa, especialmente en Francia, después de la revolución de 1848 y proclamación de la Segunda República Francesa. Fecha en la que también aparece el Manifiesto Comunista. Por aquellos años se produce una crisis en el pensamiento europeo, en la conciencia europea.

La crisis que se produce en la segunda mitad del siglo XIX gira en torno a una idea: la ciencia. Si en el siglo XVIII la razón pretendía explicar todo, ahora se asigna tal misión a la ciencia, pero entendiendo por tal sólo aquella rama que se orienta a lo material, a lo experimental, es decir: lo positivo. Surge un interés inusitado por el desarrollo de la industria que conlleva el crecimiento de la ciudad en detrimento del campo. Aumentan los medios de comunicación y transporte para cubrir las nuevas necesidades industriales. Los problemas, hasta entonces de índole política y religiosa, se complican con un factor nuevo, que ocupa pronto un lugar privilegiado: lo social. El elemento obrero se agrupa en densos núcleos urbanos, ofreciendo el terreno mejor abonado para las nuevas teorías socialistas de Carlos Marx. En este orden, el fetichismo por lo científico lleva al artista, al literato, a un estudio más profundo de la naturaleza humana y social. Se echa en falta el buen sentido, la verdad, tanto en la novela como en el teatro y se exige a la obra de arte más intención, más trascendencia y, especialmente, mayor veracidad. Los escritores empiezan a preocuparse de los problemas diarios y de la realidad circundante. Al novelista o al dramaturgo no le interesa reflejar las costumbres y la vida de las épocas pasadas, casi siempre vistas de forma subjetiva, a través de un prisma falso y carente de un valor real. El escritor aspira a que la literatura, como el arte en general, sea un trozo de la vida, una reproducción de la realidad.

Esta plasmación de la realidad ofrecerá múltiples facetas, no tanto en los diversos autores como en las distintas naciones o literaturas. En España, a diferencia de lo que sucede en Francia, se adoptará desde un primer momento una insoslayable actitud mo

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