Las ilusiones perdidas

Honoré de Balzac
Autor sin nombre

Fragmento

cap-1

INTRODUCCIÓN

Balzac no ha sido el primero ni el único en desarrollar el tema romántico de las ilusiones perdidas. Otros lo explotaron antes que él: Musset, Sainte-Beuve, Gautier; todos aquellos que Paul Bénichou, repitiendo una fórmula tomada precisamente de Balzac,1 ha agrupado bajo la etiqueta general de «escuela del desencanto».2 Pero nadie lo ha hecho de forma más vasta y más profunda que el autor de La comedia humana; nadie mejor que él ha intentado representar, en una serie novelesca de gran amplitud que él mismo calificaba de «obra capital dentro de la obra»,3 el drama de una generación entera, el conflicto entre las pasiones y los intereses, entre los sufrimientos y los sueños, entre los deseos y los poderes en la sociedad francesa de los primeros años de la Restauración, reflejada a través del destino ejemplar de un par de poetas de provincias abocados de forma distinta pero igualmente desastrosa al fracaso de sus ambiciones y a la pérdida de sus ilusiones.

Este gigantesco proyecto, que moviliza a más de un centenar de personajes (sin contar a los muchos que simplemente se nombran sin intervenir de modo directo en la intriga), debía desembocar en una obra «monstruo»,4 una serie de tres novelas separadas por sus composiciones y sus publicaciones sucesivas, y a la vez unidas por la dinámica general de la acción, la línea parabólica descrita por el destino del personaje central, y la concepción pesimista de la sociedad y la humanidad que se desprende del conjunto. Dentro de esta vasta suma novelesca Balzac quiso encajar todo un mundo de hechos, ideas y representaciones cuya acumulación produce vértigo: en primer lugar, la pintura de una sociedad compleja, captada en su detalle y su evolución general, con su estructura, sus oposiciones, sus líneas de fuerza y de fractura; en segundo lugar, el análisis psicológico y moral de figuras individuales típicas, estudiadas en sus relaciones con la historia colectiva de una generación; en tercer lugar, un documental sobre los lugares y los ambientes relacionados con los libros, el teatro y el periodismo del París de 1820; en cuarto lugar, una concepción de la literatura, una teoría de la novela y un método para la creación narrativa; en quinto lugar, una exposición didáctica de las industrias de la imprenta y el papel, así como de los procedimientos jurídicos relacionados con la cuenta de resaca de los que será víctima David Séchard; por último, una reflexión metafísica sobre el sentido de una sociedad y una época situadas bajo el signo de la pérdida, de la desilusión y del descubrimiento del mal.

Este apilamiento de estratos narrativos, esta extraordinaria superposición de temas y de figuras que ninguna lectura y ningún enfoque crítico podrían agotar, es lo que da a Las ilusiones perdidas su superabundante y casi monstruosa riqueza. Y es que esta novela es más que una novela. Es todas las novelas posibles, todo aquello que puede ser la novela. Se inspira en todos los estilos, en todos los géneros. En ella coexisten, arrastrados por la misma energía creadora, la comedia de las costumbres provincianas y parisienses, el drama de las pasiones enfrentadas, la epopeya de las ambiciones defraudadas y los inventos fallidos, el poema lírico de las esperanzas burladas, la enciclopedia de todos los saberes: técnicos, jurídicos, lingüísticos, arqueológicos... Con Las ilusiones perdidas, Balzac nos ofrece la primera novela total, a la medida de una época y de una sociedad que la Revolución y el Imperio han precipitado, sin que lo sepan aún, en el desorden de una modernidad incipiente.

Una descripción completa de la sociedad

Existen en La comedia humana varios períodos que corresponden a las tres décadas a lo largo de las cuales se extendieron la inventiva y la creación balzaquianas. Hay novelas que transcurren en 1820, como Papá Goriot o Eugénie Grandet; en 1830, como Béatrix o La musa del departamento, y en 1840, como La prima Bette. Las ilusiones perdidas pertenece a la primera categoría y también forma parte de las obras donde se describen, en los primeros años de la Restauración, los cambios sociales y morales que acompañaron la caída del Imperio y el restablecimiento de los Borbones. El centro histórico de esta novela son los años 1821-1822, en que Balzac concentró con ciertas dificultades lo esencial de las primeras aventuras de Lucien de Rubempré, cuyo segundo acto se desarrollará a partir de 1823 en Esplendores y miserias de las cortesanas. En torno a ese personaje central se evoca a toda una generación, la de los jóvenes que nacieron en torno a 1800, crecieron demasiado tarde para participar en la epopeya napoleónica y se vieron reducidos a buscar su futuro entre el cinismo de las ambiciones egoístas y la melancolía de los ideales imposibles. Esa generación es la del propio Balzac, pues nació en 1799 y vivió la edad de veinte años al mismo tiempo que sus personajes. Y aunque la década de 1820 en que se sitúa la acción de la novela sea con frecuencia un disfraz para los años 1836-1843 en que fue escrita esta (en particular para el panorama de la prensa satírica, cuyas condiciones apenas cambiaron en veinte años), hay que recordar que en Las ilusiones perdidas el escritor de cuarenta años rememora su juventud, con el placer de un feliz reencuentro consigo mismo y la melancolía del tiempo transcurrido, y que muy a menudo las experiencias de sus personajes no son sino la transposición de las suyas propias. Veinte años, en la novela, es la edad de Lucien, de Ève, de David, de Lousteau, de Blondet, de Rastignac, de D’Arthez y de sus amigos del Cenáculo. El punto de inflexión de 1820 coincide con ese período crítico en el que se hacen y se deshacen las amistades, se marchitan los sueños, se exasperan los deseos, divergen las ambiciones y los intereses, y sucumben los más frágiles, como Coralie, muerta a los diecinueve años en 1822, o Lucien, expulsado de París unos meses más tarde. Frente a esa generación que forma la base de la población activa de la novela, los personajes más mayores componen una galería de retratos premonitorios, de seres que envejecen, a la vez modelos positivos y negativos: huéspedes ridículos de los viejos hoteles de provincias, hombres graves de los salones parisienses, mujeres maduras como madame de Bargeton, viejos galanes como Châtelet. Todos encarnan a su manera el futuro de esa juventud llena de ardor y de ilusiones que no sabe aún que está abocada a su propio envejecimiento. Solo Vautrin, que tiene cuarenta y seis años cuando se encuentra con Lucien, permanece aparte, sin edad, inmutable bajo sus diversas apariencias, eterno como el espíritu de dominación y de corrupción que le acompaña.

La estrecha cronología en la que Balzac encierra la acción de Las ilusiones perdidas no se aparta del espacio en el que se cumple el destino de sus personajes, un territorio narrativo complejo en apariencia, fragmentado en múltiples subconjuntos, pero que no por ello deja de ser un espacio simple, ampliado a la dimensión de Francia entera y basado en una oposición fundamental: la de París y las provincias. Esta oposición estructura, con modalidades variables, un gran número de novelas de La comedia humana. Sin embargo, en este caso obtiene su carácter particular por el hecho de no ser considerada un estado de cosas sólido, un antagonismo sociológico definitivo, sino el campo abierto donde el destino de Lucien dibuja su trayectoria, de

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