Bouvard y Pécuchet

Gustave Flaubert

Fragmento

cap-1

INTRODUCCIÓN

Bouvard et Pécuchet, última novela de Gustave Flaubert (Ruán, 1821-Croisset, 1880), publicada en 1881 a título póstumo por su sobrina, Caroline Commanville, es sin lugar a dudas uno de los intentos literarios —no puede decirse solo «novelescos»— más extravagantes, complejos, atrevidos y sorprendentes de toda la literatura europea del siglo XIX, en especial de la tradición que solemos denominar «realismo». Solo un título como Sartor Resartus (1836), de Thomas Carlyle, y poca cosa más en su siglo, puede competir con esta novela de Flaubert en lo que se refiere a su carácter bizarro, por no decir insólito y desquiciado. Luego, ya en el siglo XX, algunas obras como el Ulises de Joyce, En busca del tiempo perdido de Proust, o El hombre sin atributos de Robert Musil, poseen características geniales que las hermanan con esa obra fabulosa de Flaubert; pero ésta, posiblemente, las supera a todas por su concepción, por su proceso de elaboración y por su extraordinaria originalidad.

En el mes de mayo de 1880, Flaubert moría en su casa solariega de Croisset, cerca de Ruán, en la Normandía donde pasó casi toda su vida, dejando inacabada esta novela. Había trabajado en ella desde 1872, según se lee en su correspondencia. Pero el autor había manifestado su interés en escribir una novela de tan rara factura desde muchos años atrás, como explicaremos más adelante. Baste anticipar que, en una de sus primeras cartas, la que le escribió a los nueve años a su compañero de colegio Ernest Chevalier, Flaubert ya había dicho: «... como hay una señora de París que viene a casa de papá y siempre está contándonos estupideces, las pondré por escrito». Esta información resulta más que reveladora en el momento de analizar la evolución de la obra entera de Flaubert, que, en realidad, consta solo de otras tres novelas (Madame Bovary, Salambó y La educación sentimental), una pseudonovela en forma de drama (Las tentaciones de san Antonio) y los famosos Tres cuentos, que nuestro autor escribió precisamente a modo de distracción y de alivio ante la ardua tarea que le estaba suponiendo la redacción de Bouvard y Pécuchet. Algunas obras de teatro —ni un solo poema—, que se estrenaron sin éxito alguno en vida del autor, completan el exiguo catálogo de la obra de Flaubert, que, a pesar de su brevedad, es considerada uno de los puntos álgidos de la novelística moderna y contemporánea, comparable a la obra de Cervantes, a la de Kafka, a la de los autores del siglo XX ya citados y a pocos más.

Bouvard y Pécuchet es la obra cumbre de Flaubert, o la culminación de una idea de la novela y de un propósito estético-literario muy determinados, pues resume y sintetiza una vida entera de escritor, depura hasta extremos casi patológicos la manía del autor por la máxima objetividad estilística, y lleva a sus últimas consecuencias una verdadera teoría del arte literario en el contexto de la sociedad y de la literatura francesas del siglo XIX, de las que Flaubert fue espectador privilegiado, enormemente crítico e inteligentísimo. En esta obra rara se encuentra, pues, lo más acerado del estilo flaubertiano, pero también el acero más cortante de la furiosa e irreprimible tendencia del autor a masacrar los pequeños ideales burgueses de su tiempo, ya fueran estos los de la ciudad —como sucede en el caso de La educación sentimental, pero también, en cierto modo, de la presente obra—, o los del campo: tal es el caso de Madame Bovary, que lleva, como subtítulo original, «Costumbres de provincias».

Según Maxime du Camp —amigo de Flaubert desde la infancia y autor, con este, del libro juvenil Par les champs et par les grèves, escrito durante viaje por tierras normandas en 1847—, nuestro autor pensaba ya en el año 1843, es decir, cuando contaba solo veintidós años, escribir un libro —en principio, quizá solo una narración— sobre el tema que denominó de Les deux commis, es decir, dos empleados u oficinistas de origen metropolitano. La crítica francesa de los últimos decenios acepta que esta idea procede de una narración de Barthélémy Maurice, titulada Les deux greffiers, en la que dos escribientes de París, cansados del trabajo monótono de oficinistas que llevan treinta y ocho años practicando, deciden un día retirarse al campo, lugar en el que se dedican, básicamente, a la agricultura, sin éxito alguno, para acabar, al cabo de un tiempo, volviendo al oficio de copistas al que se habían dedicado antes de su retiro campestre. La más superficial de las lecturas de esta narración de Maurice —editada a menudo como complemento a la novela de Flaubert—, demuestra que esta obrita no le ofreció a nuestro autor más que el esquema argumental central de su obra. Discutir ahora el grado de influencia de este relato en el escritor normando resultaría ocioso, entre otras razones porque la mencionada narración de Maurice se publicó en 1841, y Flaubert había sentido, ya en 1837, una gran atracción por la figura, el motivo o el tópico del «oficinista» —emblema de una civilización burocrática que todavía despertaría el interés de Franz Kafka en pleno siglo XX— y se había propuesto escribir, a modo de redacción escolar, como ya se ha dicho, un cuento o una narración al estilo de las «fisiologías» tan abundantes por aquel tiempo, cuyo título habría sido Une leçon d’histoire naturelle, genre «commis». En 1863, por lo que se lee tanto en sus apuntes y esbozos como en su correspondencia, Flaubert manifestó por fin, explícitamente, el propósito de redactar la novela que, diez años más tarde, empezaría a escribir de un modo sistemático y obsesivo. De todos estos datos se deduce que Bouvard y Pécuchet es el proyecto literario más constante de Flaubert, y, posiblemente, el que más le inquietó durante casi toda su vida. Se diría incluso, por lo menos en relación con los casos de Madame Bovary (véase el personaje del boticario Homais) y de Las tentaciones de san Antonio, que algunas obras de Flaubert no hacen más que preparar el terreno a algunas de las más relevantes características del libro que el lector tiene en sus manos.

Para entonces (1863), Flaubert ya había escrito la primera versión de La educación sentimental, había redactado diversas versiones de Las tentaciones de san Antonio (el anacoreta paleocristiano), había publicado la historia de la señora Bovary (1857) y acababa de escribir Salambó, novela «histórica» que recrea un episodio menor de la historia de Cartago, acaecido en el siglo III a.C.: la llamada «guerra de los mercenarios». Completado este último tour-de-force (pues Flaubert tuvo que recurrir al estudio de las fuentes latinas que narran este anodino episodio), el novelista dudó entre meterse de lleno en la redacción de Bouvard y Pécuchet o reescribir La educación sentimental, movido siempre por este perfeccionismo que animó la totalidad de su producción. Se inclinó por esta segunda opción, pero no se ahorró, en esta fecha citada, el pequeño esfuerzo de redactar el scénario, o esbozo más antiguo que poseemos relativo a la novela presente. Publicada ya, en 1869, la segunda versión de La educación sentimental, retomó todavía la redacción de Las tentaciones de san Antonio, y después de todo

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