Odisea

Homero

Fragmento

Odisea

INTRODUCCIÓN

por JOAN CASAS

Dice, con muy buen tino, Fernando Gutiérrez en su prólogo que «se engañan quienes creen que para leer a Homero debe uno despojarse con la imaginación de todo lo que en nosotros hay de moderno para hacernos momentáneamente un alma antigua». ¿Cómo podríamos intentar tal cosa, para empezar? Y aunque pudiéramos hacerlo, aunque tal operación de disfraz o de ortopedia fuera posible, ¿qué sentido tendría? La lectura es una operación de la vida, y nuestra vida es irremediablemente moderna. Solo podemos acercarnos a los viejos poemas desde nuestro tiempo, como lectores modernos y, como tales, ¿qué podemos encontrar o proyectar en ellos para que un acuerdo de lectura sea posible?

Es obvio que una pregunta como esa no puede tener una respuesta única, sino en última instancia tantas respuestas como lectores posibles. Podemos aventurar sin embargo algunas líneas generales, algunas sugerencias que nos lleven de la mano.

Para empezar, y como todo el mundo sabe, con la Odisea nos enfrentamos a un relato de viajes. Y el lector moderno, un siglo más joven que Freud, sabe que todo viaje es el relato de un proceso de descubrimiento, de apropiación o de recuperación de algo de uno mismo. Sobre lo que da de sí en este sentido el viaje de la Odisea podemos leer, por ejemplo, el conocidísimo poema de Constantinos Cavafis:1

Cuando salgas a la ida hacia Ítaca,

pide que sea largo el camino,

lleno de aventuras, lleno de conocimientos.

A los Lestrígones y a los Cíclopes,

al iracundo Poseidón no temas,

tales en tu camino nunca encontrarás,

si elevado permanece tu pensamiento, si elegida

emoción pulsa tu espíritu y tu cuerpo.

A los Lestrígones y a los Cíclopes,

al feroz Poseidón no encontrarás,

si dentro de tu alma no los llevas,

si tu alma ante ti no los eleva.

Pide que sea largo el camino.

Que muchas sean las alboradas estivales

en que con qué contento, con qué gozo

arribes a calas vistas por vez primera;

detente en emporios de Fenicia,

y adquiere las mercancías preciosas,

corales y nácares, ámbar y ébano,

y voluptuosos y variados perfumes,

cuanto más abundantes puedas los voluptuosos perfumes;

ve a ciudades de Egipto, a muchas,

aprende y aprende de los instruidos.

Siempre en tu mente ten Ítaca.

La llegada allí es tu destino.

Pero no apresures en nada el viaje.

Mejor que por muchos años se prolongue;

y, ya viejo, ancles en la isla

rico con cuanto ganaste en el camino,

sin esperar que te dé riquezas Ítaca.

Ítaca te dio el viaje hermoso.

Sin ella no hubieras salido al camino.

Pero no tiene ya que darte.

Y si la encuentras pobre, Ítaca no te engañó.

Así sabio como te hiciste, con tanta experiencia,

comprendieras ya qué significan las Ítacas.

Cavafis nos recuerda que la vida es trayecto, que lo importante es el trayecto, no el destino, invirtiendo esa cultura de agencia de turismo que impregna nuestra cotidianeidad, en la cual los viajes se denominan «destinos», como si tuviéramos tantos. No, lo importante es el trayecto, el recorrido, la peripecia. Lo único que nos enriquece es lo que ganamos por el camino. Y en cuanto a destino, con uno nos sobra, y ese uno se sustancia, precisamente, en el camino, como muy bien sabía don Antonio Machado.

Debemos leer pues la Odisea como un relato de viajes, cosa que casi es una redundancia, porque relato y viaje vienen a ser dos maneras de decir la misma cosa. Pero es que además el viaje de la Odisea no es simple, sino triple: el relato nos ofrece un viaje de regreso, un viaje de maduración y un viaje de expiación, aunque este último nos sea hábilmente escamoteado en la forma en que el poema ha llegado hasta nosotros.

Un viaje de regreso. Los antiguos lo llamaban «nostos» y los viejos aedos, los antiguos poetas orales, debieron componer muchos poemas de este tipo que relataban el retorno a sus casas de los héroes de la guerra de Troya. De todos estos viajes de regreso, la literatura nos ha conservado sobre todo dos, que son, en cierto modo, como el anverso y el reverso de un mismo tapiz: el regreso de Agamenón, recogido en la tragedia del mismo título de Esquilo, y el regreso de Ulises que nuestro poema nos relata.

Revisemos en paralelo ambos relatos. Agamenón, según nos cuenta la tragedia de Esquilo, regresa con sus compañeros cargado de botín y de gloria. Ulises regresa solo, perdidos sus compañeros y sin el botín, aunque le acompañen los ricos presentes que le hicieran los feacios. La esposa de Agamenón, Clitemnestra, lo recibe con una alfombra de púrpura, como hoy día en los festivales cinematográficos. Penélope, en cambio, hasta después de la muerte de los pretendientes no alcanza a reconocer que el recién llegado es su esposo, que hasta el último momento va vestido con harapos. Clitemnestra, durante la ausencia de Agamenón, ha tomado un amante: Egisto. Penélope se mantiene tercamente leal a su marido ausente, aunque esta ausencia se prolongue ya por veinte años y el asedio de los pretendientes sea insoportable. Clitemnestra y Egisto asesinan a hachazos a Agamenón y a sus acompañantes. Ulises, en cambio, da muerte a todos los pretendientes y a las criadas desleales. El hijo de Agamenón, Orestes, salvado de la matanza por su hermana Electra, regresará cuando sea adulto para vengar a su padre. El hijo de Ulises, Telémaco, estará al lado de su padre en el momento de la venganza de este.

El relato de la Odisea hace un uso consciente de este tramado de semejanzas y desemejanzas, y la figura de Agamenón aparecerá estratégicamente en momentos clave del poema para recordarnos este juego de la mirada en el espejo.

Si este juego de reflejos incluido en el poema es ya un rasgo irresistiblemente moderno, más lo es aún el hecho de que la narración de la mayor parte de las peripecias del regreso de Ulises llega a nosotros no en tercera persona sino en primera, a través del relato que el propio protagonista hace a la corte de Antinoo, rey de los feacios.

Para entonces nosotros ya sabemos que Ulises, el agudísimo, es capaz de mentir con el mayor aplomo, de inventarse identidades y peripecias para disimular quien es. ¿Por qué razón el relato que hace a Antinoo debería ser en cambio la verdad? La sospecha de que toda la historia de Ulises no sea más que una trama de mentiras es una sospecha razonable a la que como lectores no tenemos que renunciar.

Añadamos aún otro rasgo singular: Ulises, en la misma co

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