China para hipocondríacos

José Ovejero

Fragmento

Chinapara-1.xhtml

Índice

Portadilla

Índice

Nota del autor a la presente edición

Las razones del viajero

Bruselas-Hong Kong-Nanjing

Perdido y hallado en Nanjing

Paisaje antes del diluvio

¿Qué estoy haciendo aquí?

Cheng Laoshi

Una noche en la ópera

Nanjing bajo la lluvia

Últimos días en Nanjing

Rascacielos en la isla yerma

«El horror...»

¿Por qué tiene Buda las orejas tan grandes?

La noche más larga

Días tranquilos en Xichang

Viajeros al tren

Autocar versus tren

Pero ¿ha existido alguna vez el matriarcado?

Dali, parada y fonda

Kunming, final de trayecto

El largo adiós

Epílogo

Cronología

Bibliografía aproximada

Galardón

Notas

Sobre el autor

Créditos

Chinapara-2.xhtml

Nota del autor a la presente edición

 

 

 

He modificado ligeramente el texto de esta edición. En primer lugar para retocar alguna torpeza estilística que he descubierto en la primera: como suele suceder con los libros que obtienen un premio literario, también éste fue a imprenta muy rápidamente después de recibir el Premio Grandes Viajeros 1998, por lo que las correcciones se hicieron con cierta premura. Y también, todo hay que decirlo, porque soy un corrector compulsivo y no puedo enviar un libro a una nueva edición sin revisarlo.

En segundo lugar, para tener en cuenta los cambios que ha sufrido China desde entonces, que no han sido pocos en un país que crece a un ritmo espectacular desde hace más de dos décadas. Por supuesto, todo libro de viajes es un retrato de un lugar o, más bien, de la interacción entre una persona y un lugar en un momento dado, y su ambición debe ser tener validez literaria después de transcurrido ese momento, independientemente de las transformaciones que puedan haber sobrevenido en la región... y en la persona. Creo que la inmensa mayoría de lo que contienen estas páginas es tan válido hoy como lo era en 1998.

Sin embargo, me ha parecido conveniente advertir a los lectores con notas a pie de página de algunos cambios puntuales: mi descripción de algunos parajes podría haber dado de ellos una visión más idílica de lo que va a encontrar un visitante actual, pues el turismo ha crecido vertiginosamente en los últimos años, y así lo indico en el lugar pertinente. También advierto de otras transformaciones ocurridas desde que escribí este libro, como la evolución de la política de natalidad.

 

José Ovejero

Chinapara-3.xhtml

Las razones del viajero

 

 

 

En alemán hay dos palabras sobre las que más de un traductor y más de un viajero se han devanado los sesos para encontrarles un equivalente en otras lenguas e incluso para lograr comprender exactamente su significado. Dos palabras que los alemanes pronuncian con esa naturalidad con que todos hablamos el propio idioma, convencidos inconscientemente de que aunque las palabras sean distintas, las ideas que reflejan son las mismas en los diferentes pueblos, como si fuese verdad esa leyenda según la cual hubo un tiempo en el que existía un lenguaje universal que Dios destruyó igual que un espejo: cada idioma está compuesto por unas cuantas de sus esquirlas, pero la realidad que reflejan es idéntica, y es sólo cuestión de tiempo el que volvamos a recomponer el rompecabezas. Pero no es cierto; cada idioma tiene sus conceptos intraducibles, porque las culturas dan distintas interpretaciones a la realidad, y el lenguaje no es previo, sino posterior o contemporáneo a esa interpretación. No es verdad que al principio fuese el Verbo.

Las dos palabras a las que me refiero son Heimweh y Fernweh. Si busco en el diccionario, en ambos casos encuentro el mismo significado: nostalgia, y para la primera, además, morriña. Pero la traducción no hace ni con mucho justicia a ninguna de las dos palabras, que son dos de las más hermosas, por llenas de significados, de sugerencias, con que cuenta el idioma alemán. En ambas se encuentra el sustantivo Weh: dolor. En la primera se le yuxtapone Heim —hogar— y en la segunda Fern(e) —lejanía, distancia—. No se pueden traducir, ya digo, salvo dando un rodeo, es decir, explicándolas.

Heimweh, la añoranza del hogar, es esa sensación que asalta a los niños que se encuentran durmiendo en casa ajena, en la de los abuelos, por ejemplo, y que no conoce consuelo ni entiende de argumentos. Cuando al niño le sobreviene esa añoranza, lo único que puede paliarla es la presencia de los padres y, a ser posible, el regreso al hogar, a los olores, ruidos, colores familiares. Pero tampoco los adultos son inmunes al Heimweh; por eso tantas personas, hayan sido o no felices en su infancia, insisten en regresar a los lugares y a la compañía de las personas que frecuentaron en la niñez. Regreso a menudo frustrante, porque ya no hay padres que puedan a uno protegerle, o simular protegerle, del mundo, devolverle a la seguridad de lo conocido —lo conocido convertido ahora en un fantasma que asusta más que consuela—, y el calor del hogar se ha disipado o, peor, no existió nunca. Pero los seres humanos se niegan a asumir la d

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos