Dios, el diablo y la aventura

Javier Reverte

Fragmento

Mientras preparaba documentación para un viaje a África, y leyendo un libro sobre Etiopía escrito por un sacerdote comboniano español, Juan Núñez González, reparé en un dato que no había encontrado antes en ningún otro lugar. Yo sabía que un jesuita llamado Pedro Páez había llegado a las fuentes del Nilo Azul, en el etíope lago Tana, en abril de 1618, 152 años antes de que lo hiciera el escocés James Bruce, que se atribuyó falazmente la gloria del «descubrimiento», y 244 años antes de que el inglés John Haning Speke alcanzara el nacimiento del Nilo Blanco, en las orillas ugandesas del lago Victoria. Por los datos que yo poseía, extraídos sobre todo del excelente libro El Nilo Azul, de Alan Moorehead, Páez era portugués y había viajado a Etiopía, como misionero, en 1603, y escrito luego un libro de cuatro volúmenes sobre la historia del país. Moorehead rebatía todas las afirmaciones de Bruce, que se autoproclamó pomposamente primer hombre blanco en llegar a las fuentes del mítico río, y devolvía a Páez el derecho de haber visitado antes el lugar. Pues bien: Núñez, en su pequeño texto, señalaba que Páez era español y había nacido en un pequeño pueblo cercano a Madrid llamado, según el comboniano, Olmeda de la Cebolla.

Un tiempo después, mientras estaba de paso en Addis Abeba, la capital etíope, el embajador español, Pablo Zaldívar, me invitó a cenar en su residencia y hablamos de Páez. Zaldívar es un hombre culto y apasionado por la historia —nieto, por cierto, del que fuera gran periodista Jacinto Miquelarena— y me proporcionó una serie de fotocopias de documentos referidos al sacerdote. Consideraba Zaldívar, con razón, que la vida de Páez, por otra parte apasionante, merecía ser conocida por sus compatriotas, y aunque no sabía con exactitud en qué lugar había nacido Páez, pensaba que era alcarreño. El diplomático me enseñó el libro de Páez, nunca traducido al castellano, en una edición en tres tomos (el tercer y cuarto libros de Páez se incluyen en esa edición en un solo tomo), escrita en portugués y publicada en Oporto en 1945, y que había conseguido con no poco esfuerzo. Sobre su nacimiento, tan sólo se decía en el prólogo que era de Olmedo, hijo de familia noble.

Cuando regresé a Madrid unos meses más tarde, intenté averiguar algo más sobre este jesuita explorador. En la Enciclopedia británica y en el Diccionario enciclopédico de historia del francés Michel Mourre, comprobé que aparecen breves biografías de Páez, en las que se le reconoce como español, así como el primer europeo que llegó a las fuentes del Nilo Azul. Curiosamente, ni en la Enciclopedia hispánica, ni en el Espasa, ni en la edición española del Larousse, ni en el Diccionario Salvat, encontré la más mínima referencia a Páez. Gracias a Isabel Hernández, de la Biblioteca Nacional de España, supe que en los fondos de la entidad tan sólo se conserva un tomo de los tres publicados en Oporto en 1945. Su patria parecía haber olvidado a este aventurero jesuita. Tan sólo en una edición del pasado siglo del Diccionario enciclopédico hispano-americano, «redactado por distinguidos profesores y publicistas de España y América», encontré una referencia al jesuita español, aunque aparecía como Francisco, en lugar de Pedro, y se establecía su nacimiento en Olmedo, provincia de Valladolid.

Merced a los buenos oficios de un bibliófilo tenaz, mi amigo Eduardo Riestra, conseguí los tres volúmenes de Páez, en la misma edición de 1945 que me había mostrado el embajador en Addis Abeba. Lo leí y me di cuenta de que es un libro magnífico, que contiene además un documentado y extenso prólogo sobre Páez firmado por Elaine Sanceau que yo no había tenido tiempo más que de ojear en Addis Abeba. Efectivamente, el jesuita había nacido en España, según el texto de Sanceau, aunque siendo un muchacho se trasladó a estudiar a Coimbra, donde llegó a dominar el portugués tanto como el castellano. Años más tarde, ordenado sacerdote en la India, fue enviado como misionero a Etiopía, y allí murió en 1622, cuatro años después de avistar las fuentes del Nilo Azul. El libro del jesuita es el trabajo de un gran intelectual y en el texto incorpora numerosos pasajes de su propia biografía.

Como si sobre la figura de Páez pesara una extraña conspiración para ocultarnos su vida y su obra, el libro, concluido poco antes de su muerte, cayó casi en el olvido. Las dos únicas copias manuscritas durmieron durante casi tres siglos en los rincones polvorientos del archivo de los jesuitas de Roma y en los sótanos del archivo de la Universidad portuguesa de Braga. Tan sólo en unos cuantos textos, como el Mundus Subterraneus del jesuita Athanasius Kircher, publicado en 1678, se recogían algunas páginas de la obra de Páez, traducidas al latín. No obstante, gracias al historiador Camillo Beccari S. J., el nombre de Pedro Páez regresó a la Historia. Entre los años 1903 y 1917 y financiado por el gobierno italiano, Beccari trabajó en su Rerum Aethiopicarum Scriptores Occidentales, donde recuperaba, entre otras, la peripecia vital de Pedro Páez y rescataba su libro, además de acompañar su trabajo de investigación con otra serie de documentos, cartas principalmente, escritas por el jesuita español en portugués, español y latín. Por esta obra supe que Páez redactó su libro en portugués, para enviarlo al provincial de los jesuitas en Goa (India), y que también había escrito numerosas cartas en español, portugués y latín mientras residía en Goa y en Etiopía. Pese al «descubrimiento» de Beccari, el libro de Páez no se editó en su versión original hasta 1945, en Oporto, como ya he señalado. Y no hay ninguna otra edición posterior que recoja la totalidad de la obra. Por supuesto que en español no existe ninguna.

A mi regreso de Etiopía, busqué la ubicación del pueblo donde nació el jesuita. No figuraba en los mapas y pensé que quizá había sido abandonado, transcurridos tantos años desde el nacimiento de Páez. Pero leyendo la historia de la Compañía de Jesús del también jesuita Ignacio Echániz, encontré el dato necesario: Olmeda de la Cebolla había cambiado su nombre por Olmeda de las Fuentes y figuraba en los mapas como una pequeña localidad de la provincia de Madrid, en la vecindad de la Alcarria.

Viajé, por supuesto, al pueblo, situado a unos cuarenta kilómetros de la capital, y nadie en el lugar sabía de la existencia de Páez. Y en cuanto a los archivos de la parroquia, donde podían conservarse las antiguas partidas bautismales, fueron quemados casi al completo durante nuestra guerra civil. Gracias de nuevo a un amigo, el historiador Fernando García de Cortázar, conseguí más bibliografía y datos esenciales sobre Páez; entre otros textos, una biografía publicada en 1998, en la India, por George Bishop, demasiado novelada y bastante fantasiosa, pero con algunos datos de interés sobre la vida del jesuita español. Cuanto más leía sobre Páez, más me cautivaba el personaje.

Unos meses más tarde, aprovechando un viaje a Italia, me dejé caer por la casa que los jesuitas poseen en las cercanías del Vaticano. El padre Borja de M

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