Prólogo
Fue una osadía. Terminaba el otoño de 2017 e iba a empezar a colaborar en el nuevo programa Mistérica Radio Secreta dirigido por Belén Doblas y que se estrenaba en la emisora M21. La cuestión era ¿de qué demonios podía hablar en una sección semanal de un programa de misterio? Pues por tratarse de una onda madrileña se me ocurrió la ingeniosa idea de hablar de temas misteriosos y enigmáticos relacionados con la capital, y así nació mi contribución semanal al programa, que se llamó «Madrid secreto».
Encontrar cada semana un tema de misterio relacionado con Madrid no fue en absoluto tarea fácil. Además, quería que la sección fuera variada y con mucho peso cultural: arte, historia, libros, aunque también un poquito de fantasmas y ciencias ocultas. Cierto es que tenía como referencia varios libros señeros de los misterios de Madrid, como los distintos volúmenes del Madrid oculto de Peter y Marco Besas o la Guía del Madrid mágico de Clara Tahoces, además de otros títulos sobre misterios, enigmas y fantasmas de la capital, pero no era cuestión de tratar los mismos temas que ya habían tocado estos autores.
Así que había que exprimirse el cerebro y, sobre todo, consultar libros, revistas y webs en busca de temas atractivos para que la sección resultara interesante. Desde luego, una aventura osada.
Pero no desfallecí. Semana tras semana, en esa primera temporada en M21 conseguí reunir treinta y dos temas para el «Madrid secreto». Y ahí es cuando vino la idea: ¿por qué no recopilar esos guiones y reescribirlos en forma de capítulos para un libro? Y así fue. El 20 de octubre de 2018, en el marco del Salón del Misterio (un espacio que coordino dentro del evento anual Sui Generis Madrid) celebrado en el castillo de Manzanares el Real, vio la luz el primer volumen de Crónicas del Madrid secreto. A esta le siguieron diversas presentaciones en Madrid y Alcobendas y puedo decir con orgullo que fueron todo un éxito.
Tras una serie de avatares, el programa Mistérica Radio Secreta emitió su tercera temporada en Radio Círculo, la emisora del Círculo de Bellas Artes de Madrid, y yo volví a las ondas con una nueva entrega de la sección «Madrid secreto». En esta ocasión, y tras consultar a la audiencia, decidí dedicar la sección a misterios de las obras de arte que atesora Madrid. Así que de ahí surgió el segundo volumen de las Crónicas del Madrid secreto, centrado en los hitos y misterios artísticos de la ciudad. El libro se presentó en diciembre de 2019 en el segundo Salón del Misterio, celebrado en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid.
Este segundo volumen se encontró de bruces con la pandemia y no se pudieron celebrar más presentaciones con público. No obstante, la acogida fue también calurosa por parte de los lectores. Conté además con el apoyo y la difusión de amigos de la talla de Jesús Callejo y Nacho Ares, que me invitaron generosamente a sus programas de radio para hablar de mis historias del Madrid secreto. Nacho además fue muy generoso al escribir el prólogo del libro y más de una vez hemos tratado temas del Madrid secreto en su sección del programa Hoy por Hoy Madrid de la cadena Ser.
Poco tiempo después, Marta Rossich, del grupo editorial Penguin Random House, contactó conmigo y me propuso editar un compendio de narraciones curiosas del Madrid secreto, extrayendo las mejores de cada libro y ampliándolas con nuevos temas, hasta configurar estas ochenta historias singulares de nuestro Madrid que tienes ahora en tus manos. Pero Madrid es mucho más. Indagues por donde indagues siempre encuentras una historia desconocida, un enigma por resolver, una pieza sin claro significado o un hecho sin explicación. Madrid es un lugar tan rico en misterios que daría para muchos volúmenes como este.
Hay otro aspecto que hace especial este libro: su estética. Todas las ilustraciones que vas a encontrar en el interior de este libro son obra del artista y diseñador gráfico Ah Taut. Él era seguidor del programa de radio, así que cuando le propuse que colaborara conmigo aceptó encantado y además con conocimiento de causa. Y es que Ah Taut también es un gran conocedor de la simbología oculta.
Este libro no podría haber visto la luz sin la ayuda de muchas personas que de una u otra manera me han puesto sobre la pista de episodios insólitos de la ciudad o me han proporcionado libros o documentación gráfica. Así, querría mencionar a Eduardo Salas, director del Museo de los Orígenes, Alfonso Martín Flores, conservador del Templo de Debod, Gloria Donato, del Archivo de Villa, Cristina Antón, de la Hemeroteca Municipal, Luis Pérez Nieto, Alberto González Alonso y Mercedes Pérez Gallo, antiguos compañeros de trabajo y expertos en la historia artística de la ciudad de Madrid, Paco Marín, director de la Imprenta Municipal – Artes del libro, María Ángeles Salvador, directora del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, Fernando Rodríguez Olivares, jefe del departamento de exposiciones de Conde Duque, Javier Ortega, catedrático de la Escuela de Arquitectura de Madrid, Paco González, escritor y periodista, y Ángela Hernández, antigua directora de la Casa Museo de José Zorrilla de Valladolid. También querría mencionar la ayuda del profesor David Martín López, experto en masonería y su relación con el arte, Aldo Linares, sensitivo del Grupo Hepta, y Javier Martínez Zafra, seguidor que me dio la pista sobre la simbología del monumento a Colón. También quisiera mencionar al escritor Javier Sierra, pues muchas de sus investigaciones han servido de inspiración para varios capítulos de este libro.
Y no están todos citados: muchos amigos e investigadores apasionados por Madrid y sus secretos han servido también de inspiración para este libro. Gracias a todos ellos también.
Antes de terminar, quiero dedicar este trabajo a dos personas. A mi mujer, Belén Doblas, por apoyarme siempre en todas mis causas, como la sección «Madrid secreto», y también por editar los dos volúmenes de las Crónicas del Madrid secreto publicadas en Ediciones Mistérica. Y la segunda, mi hija Violeta, por traer un pan debajo del brazo: el día antes de su nacimiento llegó el mail con la propuesta de Penguin para editar este libro.
Y hasta aquí la historia de mi osadía. Espero que la disfrutes.
PEDRO ORTEGA
I - I
La estatua de Cibeles
Además de ser la imagen más icónica de Madrid, la estatua de Cibeles esconde muchos misterios. Preguntémonos, por ejemplo, por qué razón fue erigida en un lugar tan emblemático de la ciudad pese a ser una divinidad que supuestamente no tiene un vínculo directo con los madrileños. Así pues, la cuestión principal es averiguar por qué esta diosa pagana de la antigua Tracia ha llegado a ser poco menos que la patrona oficiosa de nuestra ciudad. Y puede decirse que no hay una respuesta clara a esta cuestión. Por otra parte, la estatua de la diosa posee una serie de símbolos que nos remiten a muchos mitos e historias que debemos mencionar. Para ello nos tenemos que remontar a mediados del siglo XVIII, cuando Carlos III quiso construir en Madrid el llamado «Salón del Prado» a la manera de un circo romano y levantar en él nada menos que once estatuas, dedicadas en su mayoría a deidades paganas. Finalmente, en lugar de once solo se esculpieron ocho: las tres más conocidas (Cibeles, Neptuno y Apolo), además de las cuatro fuentes que están frente al Jardín Botánico y la fuente de la Alcachofa, hoy en el Parque del Retiro. Quien figura como arquitecto responsable de todas estas obras es Ventura Rodríguez, pero sabemos que, aunque él se haya llevado la fama, la idea inicial no fue suya, sino de un hombre polifacético cuya memoria no ha sido justamente reivindicada: José Mamerto Gómez Hermosilla, quien además de arquitecto también era ingeniero.
Él fue el primer encargado de diseñar el Salón del Prado, pero terminó por ser destituido y le sustituyó Ventura Rodríguez, quien finalmente llevó a cabo el proyecto. Aunque no estuvo nunca en Italia, Hermosilla conocía a la perfección los trabajos de Fontana o Maderno. Por eso, al concebir la idea del Salón del Prado como un gran circo romano puede que tuviera en mente las estatuas de la Magna mater (la «gran madre») que presidían estos lugares en la antigua Roma, y de ahí pudo venir la idea de colocar una estatua de Cibeles. En lo que respecta a la escultura en sí, la estatua de la diosa y el carro fueron esculpidos por Francisco Gutiérrez y los leones, por Roberto Michel. El monumento se instaló en 1792, pero en una ubicación distinta a la actual, frente al palacio de Buenavista. No fue hasta 1895 cuando se la trasladó hasta el lugar que sigue ocupando hoy en día, en el centro del paseo del Prado.
El diseño de la fuente como tal parece ser de Ventura Rodríguez. Se cree que está inspirado en una pequeña escultura de Cibeles montada en un carro tirado por dos leones encontrada en Roma en el siglo II y que se puede ver actualmente en el Museo Metropolitano de Nueva York.
Pero para saber de dónde partió de verdad la idea quizá debamos remontarnos a Isabel de Farnesio y a la educación que le dio a su hijo Carlos III. Esta mujer, a la que se suele tachar de ambiciosa, dominaba varias lenguas y era una gran defensora de las letras y las artes, gusto que inculcó en su hijo. Este, además, pasó algún tiempo en Nápoles, donde descubrió las formas y el gusto italiano y se familiarizó con la tradición de representar figuras paganas. Como todos sabemos, a Carlos III se le llamó «el mejor alcalde de Madrid», pues acometió numerosas reformas en la ciudad, como dotarla de una red de saneamiento, de iluminación y de un sistema de recogida de basuras. Quizá fuera él, por decisión propia o influido por su madre, quien eligiera a la diosa Cibeles como una de las figuras del conjunto. Como dato que podría arrojar un poco de luz, debemos mencionar que en el palacio de La Granja de San Ildefonso, en Segovia, hay otra fuente de Cibeles de la misma época. Así que no cabe duda del gusto de Isabel de Farnesio y de Carlos III por esta diosa. Por ello, es muy importante hablar de su significado.
Cibeles no es una diosa de origen grecorromano, sino tracio, y su culto se remonta muy atrás. Se la adoraba en Anatolia junto a su amante Atis y su nombre original era Kibele, diosa de la Madre Tierra. Su lugar de devoción era la ciudad de Pesinunte, donde se la adoraba rindiendo culto a una piedra negra que simbolizaba la tierra. Su culto se expandió por el Mediterráneo, donde fue absorbido por los griegos, que la asimilaron a su diosa Rea, y después fue adoptada por los romanos, que la equipararon a la Magna Mater, o «gran madre».
La veneración de Cibeles era una religión especial; junto a la de su consorte Atis configuró uno de los conocidos como cultos mistéricos del período helenístico. El apelativo «mistérico» se refiere a que estas religiones se transmitían de maestro a discípulo de forma oral. Cuando una persona se convertía en adepto a esta religión, le era revelado el «misterio». De ahí que se las llame «religiones mistéricas», pues al acceder a ellas se revela ese conocimiento secreto. El dios Atis está presente en la fuente de la Cibeles, aunque es un poco difícil verlo. El rostro esculpido que hay a los pies de la diosa es ni más ni menos que el suyo. En sus orígenes, Atis era un pastor divinizado que cada primavera moría y resucitaba, siguiendo el ciclo de las cosechas. Y es que la idea de que algunos dioses morían y resucitaban era ya muy antigua. Otros elementos que destacan en la estatua son los leones, que representan a los amantes Hipómenes y Atalanta, que también cuentan con una leyenda sobre su historia y su trágico final. Veamos.
Atalanta era una cazadora de gran belleza y, pese a tener muchos pretendientes, no quería casarse. Era una gran corredora, la más rápida, y nadie podía superarla en velocidad. Así que estableció que solo se casaría con aquel que la venciera en una carrera. Eso sí, al pretendiente que cayera derrotado le esperaba la muerte. Entonces apareció Hipómenes, que recurrió a la astucia para derrotarla. Pidió ayuda a Afrodita y esta le dio tres manzanas de oro que procedían del jardín de las Hespérides (un jardín que, de acuerdo con la geografía mitológica, podría encontrarse en España).
Empezó la carrera e Hipómenes se adelantó un poco y dejó caer una manzana de oro. Atalanta se paró a recogerla. Siguieron adelante e Hipómenes, cada vez que iba a ser alcanzado por Atalanta, dejaba caer otra manzana y Atalanta la recogía. Con esta argucia, Hipómenes venció a Atalanta y se casó con ella. La versión más extendida de la leyenda cuenta que Hipómenes no pagó su tributo a Afrodita por haberle ayudado en la carrera y la diosa se enfadó. Así, en una ocasión en que la pareja se encontraba en el interior de un templo de la diosa Cibeles, Afrodita les indujo a que hicieran el amor allí. Esto suponía violar el templo, así que la Magna Mater los castigó convirtiéndolos a los dos en leones macho, de modo que no pudieran volver a tener relaciones sexuales. Y esta es la leyenda de los dos leones que tiran del carro de Cibeles.
Pero aquí no queda la cosa: existe toda una serie de símbolos esculpidos alrededor de la diosa cuyo significado desconocemos. Por mencionar uno realmente intrigante: en el lado derecho del carro, a los pies de Cibeles, vemos una extraña figura que representa a una oca tapando con su ala a una tortuga, aunque el cuerpo del ave se ha perdido. También hay una cabeza de carnero, además de toda una serie de símbolos vegetales. No hemos resuelto todavía el misterio de por qué la estatua de Cibeles fue elegida como símbolo de Madrid, pero en un capítulo posterior plantearemos una posible hipótesis basada en la leyenda de Bianor, una historia mítica sobre los orígenes de la ciudad de Madrid.
I - II
Neptuno y Apolo
Acabamos de hablar de Cibeles, que casi ha sido elegida como patrona de todos los madrileños. Pero para ser justos, hay que mencionar también a sus dos estatuas compañeras, la de Neptuno y la de Apolo, que configuran el llamado «Salón del Prado» y que tienen también su importancia y sus misterios.
Acerquémonos primero al Salón del Prado. Como ya comentamos antes, se trata de una intervención urbanística ordenada por Carlos III. Tendríamos que situarnos en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando este monarca decidió estructurar una parte del paseo recurriendo a diversas fuentes, de las cuales tres corresponden a deidades: Cibeles, Neptuno y, entremedias de las dos, Apolo.
Lo curioso de todo esto es qué hacen tres dioses paganos en uno de los principales espacios de la ciudad de Madrid, capital de un imperio católico.
La razón la encontramos en la corriente neoclásica de la época, que recuperó las artes de la antigua Roma. De hecho, las estatuas del Salón del Prado podrían haberse importado de Nápoles, donde la madre de Carlos III, Isabel de Farnesio, de origen italiano, vivió muchos años. Pero la idea central de estas tres fuentes era representar el Imperio español. Por eso tenemos a Cibeles, que simboliza la tierra, esto es, todos los dominios de España; Neptuno, que hace referencia al mar, dominado por la armada española; y por último, Apolo, dios del sol, que encarna al monarca que gobierna sobre tierra y mar.
Comencemos por Neptuno. Es el dios del mar en el panteón romano, asimilado a Poseidón en la cultura griega y uno de los doce dioses del Olimpo. Domina a lo largo y ancho de los mares y océanos. Por ello se le representa en un medio acuático. En la estatua madrileña, Neptuno viaja sobre una concha con dos ruedas de aspas a los lados y tiran de él dos caballos de mar, conocidos también como hipocampos.
La verdad es que estos caballos de mar no se parecen a los que existen en la fauna marina, sino que son equinos terrestres cuyo cuerpo acaba en cola de pez. Vemos también que el dios tiene enroscada en el brazo una serpiente, lo cual es un símbolo de sabiduría. Otro elemento muy importante es el tridente que Neptuno lleva en su otra mano. Esto es, una vara de hierro acabada en tres puntas. Si nos fijamos bien, estos símbolos de la serpiente y del tridente son atributos del diablo. Pero hay una explicación: en principio el tridente era un instrumento que se utilizaba para pescar. Desde una barca podías capturar peces con sus tres puntas afiladas.
De ahí que también sea un símbolo vinculado con el mar y por eso Neptuno lleva uno. Pero, ciertamente, el tridente también se asocia con el diablo. La razón se remonta al siglo IV, cuando en Roma triunfó el cristianismo y los dioses paganos fueron demonizados. Así, Neptuno pasaría a ser un demonio, y de ahí que el tridente sea uno de sus atributos. Lo mismo pasaría con el dios Pan, que tiene cuerpo de hombre y pezuñas de cabra, por eso también el demonio adquirió esa forma de macho cabrío. Por otra parte está la serpiente, con la que sucede otro tanto. Si bien en las culturas de la Antigüedad la serpiente simbolizaba la sabiduría, a partir del Antiguo Testamento, cuando en el Génesis la serpiente seduce a Eva para que muerda la manzana, este reptil pasó a ser considerado también un símbolo diabólico.
Vamos con la tercera de nuestras estatuas: la fuente de Apolo. Es la gran olvidada del Salón del Prado. Está en el mismo paseo, justo a mitad de camino entre Cibeles y Neptuno, y casi nadie repara en ella. Y eso que escultóricamente es la mejor de las tres. Como mencionábamos antes, Apolo es dios del sol y ha sobrevivido acumulando las virtudes de otras deidades solares de época romana como Helios o Mitra.
Apolo es un dios con muchas características. Es el que guía a las musas, que son hijas de los dioses y cuya misión es inspirar a los poetas, músicos y artistas. Apolo, como dios solar, rige también las estaciones del año. Y en la estatua, justo a sus pies, encontramos representadas la primavera, el verano, el otoño y el invierno. Por desgracia, esta parte del monumento ha sufrido mucho y se ha tenido que restaurar recientemente. Si nos fijamos en el dios, es un joven muy hermoso, de ahí el término «apolíneo» para describir a un hombre guapo.
Otra curiosidad de la estatua de Apolo es que el dios gira la cabeza con delicadeza para mirar justo al este, lugar por donde sale el sol.
Otra característica es que en su parte baja, a ambos lados, hay dos medallones con los rostros de dos personajes mitológicos. En uno está representada la gorgona Medusa, en un principio muy bella, pero que tras ser castigada por los dioses fue convertida en un ser monstruoso con serpientes en lugar de cabello, con la terrible capacidad, además, de transformar en piedra a aquellos a los que miraba a los ojos. Además, Medusa fue la madre de Poseidón, que es precisamente nuestro Neptuno. Así que estas dos figuras están interrelacionadas.
En el medallón posterior está representada Circe. Otro personaje malvado de la Odisea. Circe convirtió en cerdos a la tripulación de Ulises y este tuvo que recurrir a la astucia para lograr que la hechicera los devolviera a su forma original. Se cuenta que Ulises se enamoró de Circe y que ambos tuvieron un hijo.
Hasta aquí la historia de estas dos estatuas madrileñas compañeras de Cibeles, una tríada de dioses paganos que representan, de alguna manera, el esplendor de España en tiempos de Carlos III.
I - III
La estatua del Ángel Caído
Todos los madrileños saben que la fuente del Ángel Caído es uno de los monumentos más emblemáticos de la ciudad de Madrid y que se encuentra en el Parque del Retiro, el pulmón vegetal del centro de la ciudad. Esta zona verde tiene su origen en los jardines del Real Sitio del Buen Retiro, un palacio de grandes dimensiones construido por orden del rey Felipe IV en 1630. Dos siglos más tarde pasó a ser un parque municipal público y, a partir de 1868, se convirtió en el llamado «parque de Madrid».
En lo que respecta a la estatua del Ángel Caído, cabe decir que está ubicada en la confluencia de dos grandes ejes del parque: la denominada glorieta del Ángel Caído. Este lugar, al sur del antiguo Real Sitio, tiene importancia histórica, pues en este enclave se encontraba la ermita de San Antonio de los Portugueses. Posteriormente, en la época de Carlos III, en ese mismo punto se construyó la Real Fábrica de Porcelanas del Buen Retiro, formando un cuadrado que perimetraba la ermita. Después de la destrucción de la ermita y de la fábrica de porcelanas en la guerra de la Independencia, se erigió en el centro de la glorieta la fuente del Ángel Caído.
La escultura fue realizada en 1877 por el artista madrileño Ricardo Bellver, que había estado pensionado en Roma. Con ella ganó la medalla de primera clase en la Exposición Nacional de Bellas Artes. La estatua está inspirada en unos versos de El Paraíso perdido de John Milton, una de las obras maestras de la literatura inglesa, donde se nos habla acerca de la perdición del ángel Luzbel, que se rebeló ante Dios y se convirtió en Lucifer.
La pieza se exhibió con gran éxito en la Exposición de París de 1878 y, poco después, se instaló definitivamente en Madrid. Está colocada sobre un pedestal con figuras de diablos en su base y surtidores de bronce que vierten agua hacia un pilón diseñado por el arquitecto Francisco Jareño, responsable de diversas intervenciones en el parque. La escultura se inauguró en 1885, no sin la protesta del pueblo (hasta se celebró un exorcismo), y muchos le atribuyen el incierto prestigio de ser el único monumento representativo del diablo en el mundo. Para más inri, se ha comprobado que se encuentra a una cota de 666 metros sobre el nivel del mar, lo que haría referencia al número bíblico de la bestia del Apocalipsis. Pero Madrid no tiene la exclusiva en cuanto a poseer una efigie de Lucifer en el mundo. Vamos a ver dos ejemplos.
El primero de ellos se encuentra en Cuba, en el Capitolio de la ciudad de La Habana.
En uno de sus patios interiores tenemos otra estatua de Lucifer que lleva por nombre El Ángel Caído o El Ángel Rebelde. Fue esculpida por el artista italiano Salvatore Buemi. A diferencia de la estatua de Madrid, nos muestra el momento del levantamiento contra Dios y vemos a Lucifer con un puño en alto y con la otra mano pegada al pecho, en una postura altanera, reivindicando el trono celestial. El segundo ejemplo lo tenemos en la ciudad de Lieja, en Bélgica. Se trata de una escultura del ángel rebelde, pero esta vez en suelo sagrado, más concretamente en la catedral de San Pablo. El título de la obra es El genio del mal y fue realizada por el escultor belga Guillaume Geefs en 1848.
La estatua nos muestra a un hombre joven y atlético, siguiendo los patrones de la estatuaria clásica. Se le simboliza encadenado y casi desnudo, con apenas un paño que cubre sus vergüenzas. La clave de su maldad reside en sus alas, que son de murciélago y parecen envolver su cuerpo. La obra ha sido siempre muy controvertida por tratarse de una escultura que representa a un diablo bello, a diferencia de todos los diablos de las iglesias, siempre de aspecto monstruoso. De nuevo, la explicación la encontramos en la fuente de inspiración del autor, la figura del Lucifer del Paraíso perdido de Milton. Y es que podemos decir que, de forma generalizada, en el arte del siglo XIX la figura del diablo dejó de ser la de un ente monstruoso para convertirse en un ángel bello.
Pero aquí no acaba la historia: en Madrid hay otra estatua de un ángel caído. Si miramos a lo alto en el cruce de la calle Mayor con la de Milaneses, en una de las azoteas divisaremos la escultura de un ángel que cae de los cielos. Pero a diferencia de la estatua del Retiro, este otro ángel no es Lucifer. La estatua tiene por nombre Accidente aéreo y su autor es el escultor Miguel Ángel Ruiz Beato. Esta escultura en bronce se colocó en esa azotea en 2005, y fue un encargo de los propietarios de la finca al artista. Si se mira desde abajo, por la postura de la figura no se sabe bien de qué se trata: desconocemos si es un hombre, un ángel o un ser mitológico. Lo que sí vemos es que tiene dos grandes alas y se precipita al vacío. En realidad se trata de una estatua muy curiosa: representa a un ser alado que, según la leyenda, lleva más de diez mil años sobrevolando de un lado a otro la península Ibérica.
Se dice que pasó por Madrid hace mucho tiempo, cuando todavía no existían los rascacielos, y que a su nuevo paso por la ciudad (ya en el siglo XXI) se topó con un edificio alto y cayó a tierra. Se trata, por tanto, de una mitología moderna. Así que este ángel también ha caído, pero nada tiene que ver con el Lucifer del Retiro. No obstante, se ha ganado la fama de ser el segundo ángel caído de la ciudad de Madrid.
I - IV
La Magdalena de Rodin
Si paseamos cerca de la fuente de Neptuno en el paseo del Prado, merece la pena que crucemos un momento al Museo Nacional Thyssen-Bornemisza para ver una pieza que se encuentra en su recibidor. Además, para disfrutar de esta obra no es necesario pagar entrada. La tenemos al fondo, justo al lado del control de acceso a la colección permanente. Se trata, nada más y nada menos, que de un mármol de Auguste Rodin que lleva por título Cristo y la Magdalena, fechado en 1905. El período finisecular, que podríamos acotar entre los años 1880 y 1920, fue testigo de numerosas controversias en forma de obras de arte transgresoras, cuando no heréticas o incluso blasfemas.
Uno de los temas que despertó este debate fue el de la representación de María Magdalena. Así, tenemos obras como El descendimiento de Lovis Corinth, en el que una Magdalena desnuda enseña su pecho y su larga cabellera pelirroja (ambos elementos denotan que se trata de una mujer fatal) o María de Magdala de Gustav-Adolf Mossa, donde una fémina vestida de meretriz parisina abraza el cuerpo de Cristo en la cruz. Pues bien, Auguste Rodin no fue ajeno a esta polémica, y precisamente con esta obra expuesta en el Thyssen entró de lleno en la controversia.
El genio de Rodin, en un momento de flaqueza tras la muerte de su hermana, abandonó su celo profano para abordar el tema de Cristo y la Magdalena. El mármol que observamos es, sin duda, un reflejo autobiográfico. Por una parte, está el sentir romántico en la identificación del artista con la figura de Cristo. Por otra, la Magdalena es su amor frustrado: Camille Claudel. Rodin utilizó, por tanto, el tema de ese amor m