Del Miño al Bidasoa y otros vagabundajes

Camilo José Cela

Fragmento

cap

Nota sobre esta edición

Reúne este volumen, en orden cronológico ascendente, dos libros de viajes escritos por el autor en la estela del éxito obtenido por uno de sus títulos más emblemáticos: Viaje a la Alcarria (1948). Los dos tienen un origen común: el viaje que, por encargo del diario Pueblo, realizó Cela en el verano de 1948 por buena parte de España, visitando las residencias veraniegas de los trabajadores. Conviene recordar que el diario Pueblo era propiedad de los llamados «sindicatos verticales» del régimen franquista, y por aquellas fechas uno de los tres periódicos más importantes del país. Fueron los aprietos económicos, al parecer, los que movieron a Cela a brindarse a colaborar en lo que formaba parte de una campaña destinada a dar publicidad a las políticas sociales del régimen. Las llamadas «residencias de tiempo libre» eran residencias vacacionales dirigidas a los trabajadores y sus familiares que permitían a éstos disfrutar, a precios muy asequibles, de unos días de descanso en edificios bien equipados, situados por lo general en entornos privilegiados, ya fuera en la montaña, en pleno campo o junto a la costa. Algunas de estas residencias, distribuidas por toda la superficie de España, sobreviven en la actualidad, destinadas a los mismos efectos. Por la época en que Cela hizo su recorrido, las había para hombres solos, para mujeres solas y para matrimonios, con y sin hijos. Cómo dice él mismo, «algunas eran limpias y modernas y casi lujosas, y otras, en cambio, sombrías y destartaladas; yo creo que, más que el edificio, lo que determinaba el carácter de estas residencias era el espíritu —abierto o estrecho— y el criterio —liberal o ruin— de sus administradores». En cualquier caso, las crónicas originales que Cela publicó en Pueblo de sus visitas (en su mayoría recogidas al final de este volumen, a modo de anexo) ofrecen una imagen bastante idílica de la institución. Cela viajó aquel verano de 1948 por buena parte de la Península, en automóvil, recorriendo casi a diario distancias bastantes grandes. Según su propio testimonio, visitó un total de «diecinueve residencias, seis de mujeres, once de hombres y dos de matrimonios». Las crónicas correspondientes aparecieron a lo largo de dos meses, desde el 4 de septiembre de 1948, la primera, hasta el 6 de noviembre de ese mismo año, la última. Fue a partir de las notas tomadas en aquel viaje, sumadas a otras muchas anteriores y posteriores, como armó Cela, años más tarde, los dos libros de viajes que componen el presente volumen.

Del Miño al Bidasoa. Notas de un vagabundaje se publicó por primera vez en 1952. El libro está escrito, como ya se ha sugerido, conforme a la fórmula ensayada con enorme fortuna en El viaje a la Alcarria. En esta ocasión, sin embargo, su autor acababa de culminar el esfuerzo empleado en la construcción de La colmena (1951), y la escritura del nuevo libro se beneficia del virtuosismo técnico ganado en ese empeño. Del Miño al Bidasoa pasa por ser uno de los títulos «mayores» de la obra de Cela. La riqueza de su anecdotario es proporcional a la de su lengua, que registra modismos de toda la cornisa cantábrica peninsular, y no sólo gallegos. Y si bien la estructura y el rumbo general de la obra es el de un libro de viajes, su textura es en buena medida novelística, al menos en el sentido siempre abierto y escurridizo con que el autor se sirvió en todo momento de este género. Si se contrasta el texto de las crónicas publicadas en Pueblo con el del libro al que sirvieron de base, se percibe muy bien el «método» compositivo de Cela, la forma tan paciente en que teje su prosa, incorporando a su discurrir observaciones de toda suerte, personajes, diálogos, situaciones cuya naturaleza más o menos ficticia no tiene sentido —ni tampoco interés— dilucidar. Sí lo tiene, por el contrario, señalar el cambio que, de las crónicas periodísticas al libro, se produce en el término empleado por el narrador para referirse a sí mismo en tercera persona. Donde en las crónicas —como antes en el Viaje a la Alcarria— se hablaba del «viajero», se habla ahora del «vagabundo», término más acorde, sin duda, con el talante tranquilo, paciente y estoico de quien protagoniza las andanzas narradas.

Aunque publicado siete años más tarde, en 1959, Primer viaje andaluz. Notas de un vagabundaje por Jaén, Córdoba, Sevilla, Huelva y sus tierras retoma y reelabora las crónicas de aquel mismo viaje hecho por el autor en el verano de 1948. De hecho, el libro comienza su recorrido allí donde quedó suspendido Del Miño al Bidasoa, en tierras de Navarra, al poco de haberse despedido «el vagabundo» de su compañero Dupont, que sigue ruta rumbo a Francia. Los dos «viajes» forman, pues, uno solo: una especie de díptico que comparte los mismos rasgos compositivos y estilísticos, una mirada y un talante comunes, el mismo oído atento a las voces de tantos personajes que se cruzan en el camino y cuya forma de hablar Cela registra cuidadosamente, hasta el extremo de inventariar y glosar, al final del texto, algunos de los andalucismos empleados. Lo de «primer viaje» alude al propósito, finalmente incumplido, que tenía Cela, cuando publicó este libro, de darle continuidad con las notas tomadas a su paso por Cádiz, Málaga, Almería y Granada. En otros títulos iría luego completando el testimonio de sus vagabundajes por el resto de la geografía española: Castilla, Extremadura, Levante, los Pirineos...

En la reseña que hiciera en su día de Del Miño al Bidasoa, Antonio Vilanova decía que «existe una curiosa mezcla de fatalismo estoico y de optimismo metafísico en el impulso aventurero de este vagabundo romántico, que busca en el eterno caminar la afirmación más noble de su condición humana [...] Y al propio tiempo, existe una gran dosis de conciencia moral y de dignidad humana en el tenaz empeño con que reclama la libertad de elegir el rumbo de su propia vida». Una observación que importa tener en cuenta al considerar el punto de vista desde el que Cela contempla la problemática realidad de la España de la posguerra.

Como ya se ha dicho, se dan al final del volumen las crónicas publicadas en el diario Pueblo. En primer lugar «Las trece crónicas viajeras que fueron el huevo (o la idea) de Del Miño al Bidasoa», incorporadas por el mismo autor como addenda al texto ya en la primera edición de sus Obras completas. A continuación, las «Notas para un segundo viaje andaluz, libro que no llegó a escribirse», que reúnen las restantes «crónicas viajeras» de Pueblo. Se dan también los prólogos con que, en su edición de las Obras completas de 1965 (Barcelona, Destino), presentaba Cela los dos títulos aquí reunidos. Por último, se recogen tres artículos muy posteriores en los que Cela reflexiona sobre el género de los libros de viajes y recapitula su dilatada experiencia como autor de este género.

Hemos utilizado los textos establecidos por el propio autor en la edición de la obra completa publicada por Destino-Planeta de Agostini en 1990. Las notas que aparecen a pie de página son todas de Camilo José Cela y no son, propiamente notas aclaratorias, sino parte de los textos. La intervención en los textos no ha excedido la unificación y actualización de los criterios de edición y la corrección de erratas, cuando se ha tenido la segu

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