Canta Irlanda

Javier Reverte

Fragmento

1

Bloomsday, 2004

He puesto muchos enigmas y puzles que mantendrán ocupados durante siglos a los profesores, discutiendo sobre lo que quise decir. Es la única forma de lograr la inmortalidad.

[I’ve put in so many enigmas and puzzles that it will keep the professors busy for centuries arguing over what I meant, and that’s the only way of insuring one’s immortality.]

JAMES JOYCE sobre su novela Ulises

La primera vez que vine a la República de Irlanda, mediaba junio de 2004 y el tipo que me tocó al lado, en el autobús de dos pisos de color verde irlandés que me llevaba desde el aeropuerto hasta el centro de Dublín, pasaba de largo de los cincuenta años y era pelirrojo, dicharachero y reidor. Me contó que veraneaba todos los años en Torremolinos.

—Voy a su país porque la bebida es allí muy barata. Y a usted, ¿qué es lo que le trae a Irlanda?, ¿el golf?

—No sé jugar al golf.
—Entonces, la pesca.
—No me gusta pescar en los ríos.
—¿Y a qué diablos viene a Irlanda?
—Bloomsday.
—Ah, ¡el día de James Joyce! ¡Todo el mundo conoce a Joyce, incluso fuera de Irlanda!

—¿Ha leído Ulises? —pregunté.
—¡Dios nos ayude! No hay quien lo entienda. ¿Usted lo ha leído?

—Dos veces —respondí.
—¿Y le encuentra sentido?
—No del todo.
—Si lo entendiera por completo, estaría usted algo loco. Me pregunto por qué todo el mundo conoce a Joyce y casi nadie lo ha leído y por qué lo leen si no lo entienden.

—Hay que intentarlo —señalé.
—Los irlandeses conocemos bien la historia del libro y sabemos que Bloom era un cornudo —añadió—. Y ser cornudo en Irlanda es de mal gusto —concluyó.

Entrábamos en el norte de la ciudad, por una carretera ceñida por filas apretadas de árboles que iba a un barrio de casas oscuras. El hombre decidió asumir el papel de guía turístico:

—Por aquí cerca, más allá de aquellas casas de la derecha, nació James Joyce. Su padre ganaba poco dinero y, cuando lo tenía, se lo gastaba en beber y apostar. Joyce creció pobre. Por eso los irlandeses estamos orgullosos de él, aunque no le comprendamos en absoluto: porque era pobre, como lo éramos todos hasta hace pocos años.

Bajó la voz:
—Y entre nosotros, amigo…, tampoco nos disgusta que fuera bebedor y putero.

bloomsday, 2004 23

Llegábamos al centro de la ciudad y descendíamos hacia el río Liffey por O’Connell Street.

—Mire ahí, a su izquierda: ésa es Earl Street North y allí puede ver la estatua de Joyce. No sé por qué, pero a las chicas les gusta hacerse fotos subidas en la peana. Quién sabe, quizá ellas sí le entienden. Porque las mujeres son incomprensibles, igual que Joyce.

Poco después miró a la derecha y se santiguó al cruzar junto a un pétreo y enorme edificio:

—¿Sabe qué es ese lugar?
—Ya que se santigua, imagino que una iglesia.
—Es la GPO, la oficina central de correos. Ahí resistieron nuestros héroes y mártires: Connolly, Pearse, Cook y todos los otros, en el alzamiento de Pascua contra Inglaterra, en abril de 1916. Es un lugar sagrado, más que las iglesias. Sabe la historia del alzamiento de Pascua, ¿no?

—Claro que sí.
—Mejor, me ahorra el esfuerzo de contárselo en un minuto, porque en la siguiente parada se baja usted. Tiene su hotel a un paso.

Me quedé en el Wynns, en Abbey Street, cerca del famoso y viejo teatro dublinés, Abbey Theatre, fundado entre otros por el poeta William B. Yeats. Y bajé del autobús cargado de literatura y de historia, además de mi pesada bolsa de viaje. Pero al mismo tiempo me dije: ¿quién tiene el privilegio de llegar a una ciudad hablando de Joyce y del alzamiento de Pascua de 1916?

… todo ha cambiado, cambiado totalmente: Una terrible belleza ha nacido.

[… All changed, changed utterly: A terribly beauty is born.]

Esa noche, en el bar del hotel del Wynns no había homenajes a los muertos del 16, sino unas vidrieras de colores vivos con los retratos de varios escritores irlandeses: Swift, Wilde, O’Casey, Beckett, Kavanagh, Stoker, Behan… y, claro, James Joyce.

Sin embargo, en ese momento no pensaba en ellos. Le daba vueltas a una idea: que Irlanda viste a sus héroes con un halo remoto, casi primitivo, sacándolos de las honduras del pasado. No son modernos, ni siquiera grecolatinos, tan del gusto de los ingleses. Los héroes irlandeses pierden siempre, porque siempre luchan contra seres o fuerzas muy superiores a ellos. Pero al menos son valientes y celebran sus gloriosas derrotas entre cervezas y canciones. Como decía Heinrich Böll en su Diario irlandés, un libro estupendo: «A los irlandeses les gusta la poesía de la desgracia».

Y los más valientes cayeron y la campana tocó un réquiem claro y doliente por los que murieron en la Pascua de aquella primavera, mientras el mundo contemplaba con profundo asombro a aquellos pocos hombres audaces
que soportaron la lucha para que la luz de la Libertad brillase sobre el rocío y bajo la niebla.

[But the bravest fell and the requiem bell rang out mournfully and clear

Foggy Dew, canción que recuerda el alzamiento de Pascua de 1916. Su autoría se atribuye al sacerdote irlandés Canon Charles O’Neill.

bloomsday, 2004 25 For those who died that Eastertide in the springtime of the year

While the world did gaze with deep amaze at those fearless men that few

Who bore the fight that Freedom’s light might shine through the foggy dew.]

Para quien no tenga noticia exacta de ello, el Bloomsday, el día de Bloom, es una suerte de homenaje popular a una de las obras literarias más monumentales, enigmáticas y geniales del siglo XX: el Ulises, del dublinés James Joyce. El protagonista de la novela es un apocado judío irlandés llamado Leopold Bloom (una especie de álter ego caricaturizado del héroe clásico Ulises), casado con Molly, una gibraltareña de pasiones y verbo vehementes que es la antítesis de la puritana Penélope.

La novela discurre en un solo día, el 16 de junio de 1904, y es un recorrido por el Dublín de los días juveniles de Joyce. El escritor se jactaba de la exactitud de su mirada sobre la ciudad: «Quiero ofrecer de Dublín un retrato tan cabal que la ciudad pudiera, en el caso de desaparecer de repente, reconstruirse por completo a partir de mi libro».

La verdad es que cuesta creer que ello sea posible ante una narración tan enrevesada y, a menudo, tan poco clara. Yo creo que, de intentarse, en lugar de una ciudad surgiría una pesadilla. El propio Joyce escribió a propósito de su obra: «El trabajo, que me impongo técnicamente, de escribir un libro con dieciocho puntos de vista distintos y otros tantos estilos, todos ellos al parecer desconocidos o no descubiertos por mis colegas de profesión, más la naturaleza del argumento, bastarían para alterar el equilibrio mental de cualquiera».

¿Algún arquitecto en su sano juicio podría reconstruir Dublín sobre tales dislates? Imagino que Joyce, una vez más, estaba de broma, burlándose de sus biógrafos, sus colegas y sus futuros lectores.

De todos menos de los que le comprendemos bien. Joyce escogió ese día porque ésa fue la fecha exacta en que salió por primera vez a pasear con Nora Barnacle, una camarera de hotel que pronto se convertiría en su compañera inseparable. Joyce tenía veintidós años en ese momento. Y no mucho después, la pareja abandonaría Irlanda para irse a vivir a Zúr

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